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Voto de Antonio Morales:
9
Drama Asturias, principios del siglo XX. Don Rodrigo de Arista Potestad, Conde de Albrit, Señor de Jerusa y de Polán, creía saber qué era el honor. Hasta que regresó de América viejo, casi ciego y arruinado. A su llegada descubre un amargo secreto: una de sus dos nietas -Nelly y Dolly- es ilegítima, no lleva la noble sangre de su familia. (FILMAFFINITY)
30 de septiembre de 2014
19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fernando Fernán-Gómez fue un coloso de las artes que todo lo hizo bien, en mi opinión, un genio que podía haber vivido tranquilamente en el Renacimiento. El personaje del abuelo, desprende seducción y magia hipnótica, lo borda con su gestualidad, su mirada, su dicción y su tonalidad. Gracias al talento literario de Galdós, José Luis Garci adapta esta novela que relata la decadencia de una clase aristocrática. Don Rodrigo de Arista Potestad, conde de Albrit, señor de Jerusa y de Polán, tras la muerte de su hijo, regresa arruinado de América a su pueblo con el objeto de descubrir cuál de sus dos nietas es la legítima. Lucrecia (Cayetana Guillén), nuera que siempre detestó, irlandesa y madre de las dos hijas (Leonor y Dorotea, a quienes llama por sus diminutivos en inglés, Nelly y Dolly) una de las cuales no es nieta de Rodrigo sino que fue origen de una aventura entre Lucrecia y un pintor llamado Carlos Eraul.

Garci narra con su estilo sereno y elegante, rico en matices, heredado de su clasicismo en la forma de contar historias sencillas de profundo calado humano. El cineasta es respetuoso con el texto y su espíritu, sobrio en la contención dramática, filmando largos plano-secuencias, como la que abre la película, otra espléndida secuencia es la presentación del abuelo ante sus nietas como la aparición de Dios. Las localizaciones y los decorados de Gil Parrondo son fascinantes. La fotogafía portentosa, la música emotiva e inolvidable, incluyendo a Eric Satie. El estupendo reparto da a los personajes un lustre y una verosimilitud asombrosa. Don Rodrigo, librepensador, irascible y gruñón; Pio Coronado, el maestro instructor de las niñas maltratado por su bondad; Lucrecia, esposa infiel de vida desocupada y fácil que intenta recluir al suegro en un convento para librarse de la rigidez moral del anciano.

Todo ello recreado en una suntuosa puesta en escena por Garci, pero en el fondo, lo que esta historia propone es la relatividad del honor ante la fuerza irresistible del cariño, una digresión sobre el suicidio, unido a ciertas pinceladas anticlericales y sobre todo el retrato de un pueblo y sus gerifaltes o fuerzas vivas cargados de hipocresía y mezquindad, arribistas, mentirosos y cobardes, vendiendo sus conciencias al mejor postor, que da pie a Don Rodrigo para un brillante parlamento en el café, mostrándoles su desprecio a cada uno de ellos, desde el médico al que le pagó los estudios, hasta el rastrero alcalde, desde el cura glotón que come más torrijas que hostias reparte en misa, hasta el funcionario Senen pedigüeño y traidor. “El abuelo” es una película hermosa, evocadora de tiempos pretéritos, en la que Garci se toma su tiempo para sugerir y reflexionar sobre las contradicciones del ser humano.
Antonio Morales
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