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Voto de Doctor Zaius:
5
Drama Años 70. Narra la historia de los legendarios Z-Boys, un grupo de jóvenes surferos y skaters del barrio de Dogtown, en Los Ángeles, que practicaban el surf en la playa de Venice. Cuando los Z-Boys difundieron este deporte, se hicieron enormemente populares en California. (FILMAFFINITY)
13 de julio de 2010
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El argumento de esta película se podría resumir en una línea. Sacar 105 minutos de metraje a partir de ella no es tarea sencilla, y, pese a los intentos de guionista y directora, estirar algo tan pobre sin tener demasiadas ideas sobre cine es como contar un buen chiste mil veces: al final uno acaba aburrido de él.

La película es tediosa y previsible durante gran parte del metraje. Este es su gran defecto. También el papel de Heath Ledger, sobreactuado hasta alcanzar el límite de lo paródico, construído a partir de tópicos de la peor especie y posturitas de todo tipo botella en mano o cigarrillo en mano. Los actores adolescentes se mueven bastante bien sobre la tabla y bastante hacen ya con ello, no les pidamos, encima que actúen con un mínimo de capacidad para conmovernos o emocionarnos. La mayoría de los secundarios son puro cartón piedra, meros comparsas para hacer bulto, dar grititos y saltitos o dar algún mamporro cuando los protagonistas se los merecen.

Ya ven, con este panorama, uno se pregunta ¿cómo es que me la tragué enterita sin salirme del cine (perdón, del salón de casa, que la vi en la 2)?

La respuesta son las filmaciones de los skaters haciendo lo que saben: skate. Es divertido ver la evolución, desde los momentos iniciales que corresponden al año 1975, con esos campeonatos con criterios de calidad sacados del patinaje artístico hasta llegar al momento en el que descubren la posibilidad de practicar su deporte favorito en los fondos de las piscinas vacías de los vecinos. Son las escenas de skate sobre estos fondos lo más hermoso del filme. Como si se deslizaran sobre olas petrificadas, los protagonistas protagonizan una y otra vez hipnóticas secuencias deslizándose como bailarines inagotables. Estas secuencias, interrumpidas por las exigencias del guión -toda la hagiografía de cómo alcanzan el éxito y bla bla bla- están rodadas con una extraña elegancia visual: son bellas sin caer en lo cursi, son reiterativas y no llegan nunca a fatigar o, pecado mortal, a caer en manierismos autocomplacientes. Catherine Hardwicke demuestra una especie de sabiduría visual que no aparece para nada durante el resto de la película y que culmina en la maravillosa secuencia final, una especie de back to the roots en el que se nos dice: ésto estaba bien cuando no tenía más objeto que el propio placer de hacer skate. Pena que el talento que se le adivina a la Hardwicke en estos destellos poéticos no sea más que la excepción en vez de la regla.
Doctor Zaius
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