Algo tiene de atractivo la sumatoria de tramas con poco o nulo sentido, actuaciones mediocres, malos diálogos y pésimos efectos especiales. Tal vez sea el hecho de que, cual equilibrista, la gran mayoría de este tipo de producciones se balancean sobre una delgada línea: que lo ridículo resulte gracioso y no irritante.

En general tengo la paciencia como para poder divertirme con este tipo de películas, pero Titanic II excede mis límites soportables de sinsentidos. Aquellos espectadores para los que una mínima cuota de lógica no sea importante, se sentirán como en casa.