Uffff... Creo que perdí mi carnet de tarantinófilo en el cine, eso o me lo robaron... Ya ni te puedes echar una buena siestecita tras sucumbir al plomizo argumento de una película como la que nos ocupa hoy. Tuve que romper el cerdito para reunir los once eurazos que costaba la entrada, pero qué diantres, me dije a mí mismo, Tarantino bien vale una misa (en este caso, la del funeral por mi cerdito...).
Ahí estaba yo, con mi chica, en butacas numeradas (y contiguas) esperando (nervio y ansia) a que comenzara el espectáculo. Pero el espectáculo se hizo de rogar, y no estoy hablando de la odiosa publicidad. Aquellos interminables diálogos (Quentin, en serio, ¿has leído alguna vez a Shakespeare? No respondas...); aquella afectación de Tim Roth intentando imitar a Christoph Waltz sin llegar a creérselo ni él mismo; o Michael "ojitos entrecerrados" Madsen haciendo una vez más de sí mismo para regocijo de nostálgicos tarantinómanos; aquella banda sonora tan memorable que si no te hubiesen metido hasta en la sopa que lleva la huella indeleble de Ennio Morricone, nadie habría reparado en ella... Por Dios, Quentin, ¿te crees muy original por meternos "Noche de paz" en un western?
¿Y los fallos de guión? Yo conté dos, y eso que casi me duermo. Algún compañero ya los ha apuntado en su spoiler, así que me los ahorraré. ¿De verdad creías, Quentin, que por el mero hecho de filmar en 70 milímetros o sacar a la luz los trillados cigarrillos "Red Apple" toda esa mediocridad iba a quedar eclipsada?
Por suerte, cuentas con una legión de incondicionales, cuya objetividad -seamos francos- es nula. Pero yo soy condicional. Todos deberíamos serlo, y así no se te subiría el éxito a la cabeza. Deberías hacer caso de tu propio personaje, aquel que interpreta Harvey Keitel en tu adorada "Pulp Fiction", sí, el señor Lobo: "Pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía".