La belleza incontestable de las imágenes en que aparece la creación del Universo, con la preciosa música de Zbigniew Preisner, no permite cuestionamiento. "No viene a cuento", dicen algunos. Sí viene a cuento: relájate, disfruta de las imágenes y espera a que la historia se complete; comprenderás el sentido. La película cuenta, con un lenguaje más propio de la poesía que de la novela (por explicarlo de algún modo), la experiencia mediante la cual el protagonista (Sean Penn), en un momento de grave crisis personal, revive su infancia, recuerda y conecta emocionalmente con las experiencias de su adolescencia y recupera el Norte, vuelve a encontrar un sentido en su vida. Y todo esto nos lo cuenta de forma impoluta Malick, con una narración vibrante y luminosa, troceando la historia del niño para que veamos que son recuerdos, introduciendo metáforas para que comprendamos la vida y la experiencia espiritual del protagonista. Brad Pitt está más que correcto, Jessica Chastain lleva con soltura el papel más complicado de la película, y los niños son adorables a la par que expresan las emociones de sus personajes con increíble precisión. Los que crean que es pretenciosa son, francamente, insensibles; no es pretenciosa, es ambiciosa, y sale más que bien librada: nos regala una obra de arte inigualable, inimitable, que perdura en la memoria como los mejores libros y emociona como una ópera descomunal. Gracias, Terrence Malick. Chapeau.