Esta extraña y desasosegante película parece ser un viaje agotador, impactante, alucinante y desolador a lo más oscuro de la condición humana.
Explora la doble vida de muchas personas, esa dualidad en la que mucha gente que lleva una vida aparentemente decorosa y normal esconde sin embargo una faceta escabrosa.
Yo la veo como una especie de iceberg de la sociedad y de las conciencias. En un mundo de gente acomodada, que lleva una vida lujosa (magnífica fotografía, por cierto, que ofrece unas imágenes y unos planos espectaculares en su cuidado análisis del entorno y de los ambientes), un médico neoyorquino, esposo enamorado y padre cariñoso, comenzará un inimaginable periplo por lo más parecido al infierno.
La aparente felicidad y la vida cotidiana de la pareja es sólo la superficie, y pronto empieza a salir a la luz una tenebrosa tempestad de obsesiones y morbo que va conduciendo a Bill (la acción se centra en el marido) a ser testigo de un submundo que le seduce y le horroriza al mismo tiempo. Como testigo asombrado e inocente aunque sin librarse de su parte de culpa, nos va llevando a lo largo de dos noches de pesadilla que se asemejan a un viaje onírico, tan fascinante como terrible, tan repulsivo como atrayente.
No podemos quedarnos indiferentes ante tantos interrogantes que no van a hallar respuesta, ni ante nuestra conciencia revuelta e inquieta.
No es una película para el descanso y disfrute de la audiencia, sino un latigazo a nuestro subconsciente y a esa parte indómita de nuestras mentes que casi siempre tratamos de acallar.
Todas las preguntas que se formulen quedarán en el aire y sólo podrán conjeturar y sacar cada cual sus conclusiones.
En el spoiler voy a comentar algo que no revela nada crucial de la trama, pero lo pongo ahí por no quitar nada de misterio.
Es un film duro. Les advierto que puede fascinar y horrorizar a partes iguales. Stanley Kubrick, siguiendo en su línea más excéntrica, nos lanza un revulsivo elegante y aterrador.