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Documental
El Hombre con la Cámara, muy en la línea de "Berlín, sinfonía de una gran ciudad" (Berlin: Die Sinfonie der Großstadt, 1927) describe el trascurso de un día en una ciudad rusa mediante cientos de pinceladas fílmicas sobre la vida cotidiana. Podría decirse que se trata de un retrato puntillista en el que sólo la totalidad de los breves retazos permiten percibir la ciudad en su totalidad. Con la complicidad de su hermano, el operador ... [+]
13 de julio de 2010
18 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Denis Kaufman, de seudónimo Dziga Vertov, fue otro gran visionario soviético que exploró y experimentó con el invento del cinematógrafo hasta obtener inauditos registros técnicos, visuales y expresivos.
Otro que se ganó las suspicacias del Comité de Cine (era prácticamente imposible que un cineasta soviético con ambiciones y creatividad se ciñera a los rígidos cánones de mera propaganda política que el comunismo marxista exigía), Vertov volcó sus inquietudes no ya solamente por las ilimitadas posibilidades que entreveía en la naciente era audiovisual, sino por la era en la que ya invadía la eclosión de una modernidad a gran escala que revolucionaba la sociedad de punta a punta.
Los agigantados avances científicos, el auge de las tecnologías, el nacimiento de las telecomunicaciones, la modernización de los transportes que acortaban las distancias, la industrialización, la mecanización global, la complejidad de la vida urbana y la incipiente cultura del ocio (siempre supeditado a la dualidad trabajo-descanso) son captados para la posteridad por el objetivo insaciable del operador, un ojo curioso y penetrante al que no se le escapa nada.
Vertov trascendió la simple observación de una ciudad, San Petersburgo (por entonces Leningrado), para narrar en imágenes de vertiginosa composición y edición la esencia de nuestra etapa contemporánea en poco más de una hora. No se contentó con la propaganda comunista, a todas luces insuficiente para los fines que el polaco pretendía alcanzar. A decir verdad, dicha publicidad es apenas anecdótica, puntual, como de pasada, en fotogramas en los que se ven edificios y carteles dedicados a Lenin. También podría advertirse en la industria basada en el trabajo en serie del proletariado, aunque lo cierto es que dicha industria que mecaniza al máximo la producción estaba extendida profusamente por los países capitalistas, con lo cual Vertov muestra, de una manera que rozaría lo subversivo para el Comité de Cine, que las cosas funcionaban de forma no tan distinta casi en cualquier parte del mundo desarrollado o en vías de desarrollo. Las modernas tecnologías no eran ni mucho menos exclusividad del comunismo, aunque es cierto que servían a sus fines de homogeneidad del trabajo repetitivo, que se repartía entre la colectividad obrera como un signo de “igualdad” laboral y de obtención de frutos mediante la labor en masa y en cadena.
Otro que se ganó las suspicacias del Comité de Cine (era prácticamente imposible que un cineasta soviético con ambiciones y creatividad se ciñera a los rígidos cánones de mera propaganda política que el comunismo marxista exigía), Vertov volcó sus inquietudes no ya solamente por las ilimitadas posibilidades que entreveía en la naciente era audiovisual, sino por la era en la que ya invadía la eclosión de una modernidad a gran escala que revolucionaba la sociedad de punta a punta.
Los agigantados avances científicos, el auge de las tecnologías, el nacimiento de las telecomunicaciones, la modernización de los transportes que acortaban las distancias, la industrialización, la mecanización global, la complejidad de la vida urbana y la incipiente cultura del ocio (siempre supeditado a la dualidad trabajo-descanso) son captados para la posteridad por el objetivo insaciable del operador, un ojo curioso y penetrante al que no se le escapa nada.
Vertov trascendió la simple observación de una ciudad, San Petersburgo (por entonces Leningrado), para narrar en imágenes de vertiginosa composición y edición la esencia de nuestra etapa contemporánea en poco más de una hora. No se contentó con la propaganda comunista, a todas luces insuficiente para los fines que el polaco pretendía alcanzar. A decir verdad, dicha publicidad es apenas anecdótica, puntual, como de pasada, en fotogramas en los que se ven edificios y carteles dedicados a Lenin. También podría advertirse en la industria basada en el trabajo en serie del proletariado, aunque lo cierto es que dicha industria que mecaniza al máximo la producción estaba extendida profusamente por los países capitalistas, con lo cual Vertov muestra, de una manera que rozaría lo subversivo para el Comité de Cine, que las cosas funcionaban de forma no tan distinta casi en cualquier parte del mundo desarrollado o en vías de desarrollo. Las modernas tecnologías no eran ni mucho menos exclusividad del comunismo, aunque es cierto que servían a sus fines de homogeneidad del trabajo repetitivo, que se repartía entre la colectividad obrera como un signo de “igualdad” laboral y de obtención de frutos mediante la labor en masa y en cadena.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Así, el hombre de la cámara portátil recorre el paisaje urbano de cabo a rabo filmando la cadencia alocada de las máquinas a pleno rendimiento, los vehículos motorizados y coches de tiro circulando por vías públicas atestadas de transeúntes, las calles y avenidas flanqueadas de edificios, los bancos de los parques que acogen a durmientes, algunos de ellos sin hogar, la gente dedicada a sus tareas cotidianas domésticas, laborales y sociales, y los momentos de esparcimiento charlando, riendo, tomando el sol, bañándose en el Ladoga, practicando deportes o acudiendo al cine, presentado éste como una ventana de contemplación del universo humano tal como Vertov quería recogerlo. Y no contento con todo esto, se acopla cine y realidad, mostrando el proceso de cómo la película de celuloide congelaba los fotogramas uno por uno, miles de fotografías que al deslizarse por la cámara creaban la ilusión óptica del movimiento. Ilusión que el realizador podía manipular a voluntad a partir de las fotos reales de la película, montándolas después en un resultado final que él pretendía que fuera como los trucos de prestidigitación, en los que lo que sucede ante los ojos no es magia, pero se acerca tanto que queda en el espectador una impresión duradera de asombro y perplejidad.
Esa impresión es la que permanece tras la apoteósica conclusión de este documental que conversa en su profuso lenguaje visual y emocional con un espectador atemporal y vigente por encima de ideologías y tendencias.
Porque quizás los genios buscan, a su imperfecta y personal manera, estrechar la mano con la eternidad, siquiera por un segundo.
Esa impresión es la que permanece tras la apoteósica conclusión de este documental que conversa en su profuso lenguaje visual y emocional con un espectador atemporal y vigente por encima de ideologías y tendencias.
Porque quizás los genios buscan, a su imperfecta y personal manera, estrechar la mano con la eternidad, siquiera por un segundo.