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Voto de Vivoleyendo:
6
Intriga. Thriller. Drama El teniente Cristofuoro (Russell Crowe) es un veterano policía obsesionado con el caso de Eric (Jon Foster), un joven que, tras pasar varios años en prisión acusado del asesinato de su madre y su padrastro, conoce a Lori (Sophie Traub), una adolescente que se ha escapado de casa y que se siente irremediablemente atraída por él. Convencido de que Eric es un potencial asesino en serie que pronto volverá a actuar, Cristofuoro sigue los ... [+]
16 de febrero de 2010
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La mente es un pozo sin fondo. Es una intrincada galería de túneles, la mayoría sin explorar, vírgenes, sumidos en una total oscuridad, sin que nadie, ni siquiera su artífice (o tal vez éste menos que nadie), haya osado destapar todos sus misterios.
No solemos profundizar demasiado en nuestras galerías, por miedo, por comodidad, por inercia. Por terror a que los monstruos que se guarecen en los recodos más retorcidos se liberen y desaten el caos.
Vivimos de impulsos, de instintos, de reacciones primarias, puras pulsiones de la carne, en ese punto en el que comienza rudimentariamente a conectarse con eso llamado alma. El placer, el dolor, el miedo, el amor, el odio, la atracción, el rechazo, todo lo que se puede sentir... Todos nacen de ese punto de inflexión en tierra de nadie, en la frontera entre el cuerpo y lo que no es cuerpo. Incontrolables, sólo ligeramente barnizados y a duras penas vestidos con el traje de la "normalidad" para hacerlos socialmente aceptables y asequibles.
Pero hay impulsos que no se pueden vestir de normalidad, que escapan a cualquier vestimenta y a cualquier intento de canalización, y que socialmente son aberraciones inaceptables. Hay personas, por ejemplo, que llevan dentro el deseo irrefrenable de matar. Al igual que otras experimentan placer realizando actividades como jugar, comer, ver cine, leer, practicar deporte, practicar el sexo, o simplemente charlar con alguien... Pues esas personas desviadas de lo que es admisible adquieren el placer más intenso asesinando. Quién sabe lo que pasa por sus cabezas mientras ejecutan el acto fatal de arrebatar la vida. Pero debe de tratarse de una sensación terriblemente subyugadora, para conducirles a realizar la atrocidad irreversible. Da escalofríos sólo evocarlo.
Quién sabe qué mecanismos del cerebro son los que actúan (o los que fallan) para que el monstruo interior salga sin riendas.
En la misma moneda, pero en la otra cara, reflexionemos en quienes sienten el placer buscando su propia muerte. Flirteando con ella, jugando con sus filos, arrimándose a ese fuego frío del final definitivo, con esa hipnosis de la polilla atraída hacia la llama, aunque alcanzarla suponga caer fulminado.
Hay seres extraños que quizás se complementan. Seres que siembran la muerte, y otros que se encaminan voluntariamente hacia ella. Verdugos y suicidas en potencia que, al encontrarse, podrían conformar la más rara de las parejas.
No estamos preparados para entender la retorcida ternura de una caricia que precede al gesto letal. La ternura contrahecha del verdugo que venera el instante previo, que rinde culto a la piel cuyo latido va a silenciar.
Puede que sólo quien busque esa suavidad de las manos del asesino sobre su propia piel, porque no posea nada más que tenga valor en su vida detestable, sea capaz de entender realmente ese tipo de placer, por monstruoso que sea.
Vivoleyendo
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