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Voto de Karlés Llord:
8
Western. Drama Narra la historia del más famoso forajido del oeste americano, el carismático e impredecible pistolero Jesse James (Brad Pitt), un bandolero sudista hijo de un predicador. Mientras Jesse planea su próximo gran robo, declara la guerra a sus enemigos, quienes intentan hacerse con la recompensa -y la gloria- que implicaría su captura. Pero la amenaza más importante a su vida puede que venga de aquellos en quienes más confia... (FILMAFFINITY) [+]
18 de abril de 2010
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
EL ASESINATO DE JESSE JAMES POR EL COBARDE ROBERT FORD

Esta película me ha ilustrado a fondo acerca de un punto que no estaba claro
en mi puzzle cinéfilo. ¿Cuál es la esencia del western como género?

Ahora esos tres balazos por la espalda me lo esclarecen. La esencia del western es
la ‘lucha de caracteres’. El pistolero es un héroe no únicamente por su habilidad
con la pistola, sino por sus agallas para imponer su carácter a otro pistolero tozudo, a las circunstancias mismas, incluso a toda una época y a sí mismo.

El pistolero no necesita vaciar su cargador, no necesita un duelo. O al menos no lo necesita el director de cine para mostrarnos que el héroe sigue su propia ley y no se anda con cuentos.

Los diálogos entre el héroe y el villano equivalen en ‘peso cinematográfico’ a muchos kilates de tiroteos informes en otras tantas películas. La bala en sí misma tiene que dispararse en el momento justo, pero su peso psicológico es inferior al de un encuadre, un golpe de cejas, un susurro gangoso, todo ese hartazgo dublinés de Bob Ford que lo hace un verdadero prototipo de antihéroe moderno.

En Lohengrin, de Wagner, el hecho de si Elsa de Brabante es culpable o no de infidelidad no lo dicta una corte de leguleyos, sino la convicción del héroe dispuesto a defenderla. Si el héroe defiende con éxito el honor de la dama, entonces los Dioses dispusieron su inocencia. No una inocencia ‘legal’, sino una ‘verdad’ de hecho, desde el momento en que el honor es considerado un valor superior, el que, por indirectas vías, se transfiere a la mitología dispersa del western.

El cobarde se transforma en el héroe porque nunca se definió a sí mismo como tal, esperando con nevada paciencia el momento de imponer su verdad, que hasta entonces él sólo presentía. Asistimos, entonces, al surgimiento de un ‘carácter’, cosa no habitual en un género atestado de clichés y de prototipos, y que le confiere a la pieza un matiz shakespeareano. El por qué luego Bob Ford fue poseído por el fantasma de una muerte que antes lo había redimido, creo que rebasa los límites de esta humilde reseña.
Karlés Llord
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