Esta película es un claro ejemplo de cómo una propuesta absurda pero tremendamente descarada puede cautivar al público sin intelectualismos ni gran profundidad discursiva. Por el contrario, esta cinta es vulgar y grosera en sus alternativas, pero goza del desparpajo tan estrafalario que provoca inevitablemente la carcajada y la sonrisa permanente del público.
Aquí la idea es desdramatizar los conceptos más trascendentales de la humanidad: el cielo y el infierno. Para ello se propone una comedia hiper liviana, llena de humor verde y negro a la vez, que se ríe corrosivamente de los tópicos más solemnes de los cuales se pregonan en las religiones, que es musicalizada con heavy metal en clara alusión a la mensajería subliminal satánica de varios de los grupos que producen ese tipo de música, que está interpretada con un elenco de renombre del que todos salen muy bien parados encarnando personajes muy carismáticos, que tiene un punto alto en su protagonista principal como es Adam Sandler y su capacidad histriónica para componer un personaje antológico desde la chabacanería, que está diseñada desde su traza ornamental con buenas dosis de efectos visuales y seductores escenarios sobrados de fantasía e imaginación.
Como vemos, es una cinta contundente sin grandes complejidades en el entramado narrativo, que logra el éxito burlándose de la sobriedad y la moderación. Pero su mérito principal es la originalidad en la propuesta argumental, su guión es sumamente singular en su chocarrería y desenvoltura.
Felicito a las ofertas como éstas, donde se puede hacer humor tonto prescindiendo de la jocosidad altiva e intelectual, donde el despliegue satírico de la irracionalidad nos transporta a una posición donde terminamos burlándonos de un tema álgido como es el derrotero del ser humano más allá de la muerte, donde nos tomamos con sorna las temáticas trascendentales que traspasan la razón como son los alcances y las consecuencias imperecederas del bien y el mal propinados.