Ant-Man es una película bien hecha dentro del género de súper-héroes. Si bien se toma bastantes licencias para tratar el verdadero origen del Hombre Hormiga en la Edad de Plata de los cómics, hay los suficientes guiños para satisfacer a los seguidores de Hank Pym y Janet Van Dyne. En este sentido, Michael Douglas y su sobria presencia ejercen un muy buen rol de mentor del Scott Lang que hace Paul Rudd, iniciándolo en el proceso de convertirse en un gran héroe (y, de paso, futurible vengador para secuelas de la lucrativa franquicia).

Evangeline Lilly no solamente presta su belleza como hija de Hank Pym, sino que imprime de fuerza y carácter a la hija de Hank y Janet, evitando que se quedé en un personaje de retablo. Hasta aquí, el debe. En el haber, Ant-Man, dentro de los cálculos taquilleros de la franquicia marveliana, no deja de ser un momento de transición entre fases. Ya sabemos que hay que quedarse hasta los títulos de créditos para encontrar sorpresa y que habrá nuevos retos y poderosos enemigos en el horizonte.

Visto lo visto en sagas como Vengadores o Capitán América, esta simpática aventura no deja de ser un entremés que se con facilidad y corre el riesgo de olvidarse en el mismo tiempo. Los efectos especiales de encogimiento y escenas con las hormigas logran esquivar el ridículo, si bien, pese al buen hacer de los actores, la Casa de las Ideas sigue sin encontrar a ese villano que sea lo que el Joker fue para el Batman de Nolan (y teniendo en cuenta el despropósito que planean hacer con el Doctor Muerte en Los 4 Fantásticos, mejor no esperar grandes cosas en este apartado en el futuro).

Es eficaz, divertida y encantadoramente discreta. Pero sabría todo mejor de no seguir con la mosca detrás de la oreja de que estamos ante un gran ejercicio de marketing.