Sergio Leone tenía un don, una de esas personas que los futboleros dirían que vio jugar a Maradona y le enseñó a jugar con la derecha. El espléndido legado del western nortamericano de los padres pioneros adulterado por un astuto italiano empeñado en ensuciar la cámar de polvo, sangre y tiros. Pero muy bien hecho, desde el montaje inicial, sabemos que estamos en manos de un gran director.

El Bueno, El Feo y El Malo no son muy diferentes entre sí ni tampoco en sus método, siempre a la caza de ese tesoro de Sierra Madre. Leone, en uno de los momentos más memorables de la cinta, jugará con el color gris de los sudistas para crear la confusión de tres bandoleros egoístas que no entienden porque una nacion se está desangrando mutuamente.

Humor negro a raudales, arriesgada forma de contar una historia y final tramposo pasándose por el Arco del Triunfo todas las convenciones de un desenlace made in Hollywood. Uno de los exponentes universales de lo que es un spaghetti western. Eso sí, con el asterisco de esa banda sonora que eleva la calidad del resto hasta límites insospechados. ¿Qué valoración tendrían estas grandes piezas sin esa melodía? Probablemente ocuparían un lugar mucho menos privilegiado en las apetencias de los espectadores.

Un Triunvirato sin moral apasionante en una creación para disfrutar una y otra vez.