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Ciencia ficción. Aventuras. Bélico. Acción. Fantástico. Romance Año 2154. Jake Sully (Sam Worthington), un ex-marine condenado a vivir en una silla de ruedas, sigue siendo, a pesar de ello, un auténtico guerrero. Precisamente por ello ha sido designado para ir a Pandora, donde algunas empresas están extrayendo un mineral extraño que podría resolver la crisis energética de la Tierra. Para contrarrestar la toxicidad de la atmósfera de Pandora, se ha creado el programa Avatar, gracias al cual los seres ... [+]
1 de mayo de 2023 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pertenezco a ese club de malos bichos que creen que James Cameron no ha hecho nada bueno desde "Titanic" (1997). Una suerte de asociación malvada, financiada por los enemigos de Jim, que busca hundir la reputación del canadiense a base de hablar mal de él. O eso creo, porque nunca me dieron carné de socio.

Veamos, que James Cameron fue un gran director durante los 80 y 90 lo defiendo sin mucho problema. Igual que también digo que fue un capullo integral en el trabajo y un bastardo para con sus compañeros. Una genialidad y un mal carácter que le vienen de sus albores, ya incluso de cuando conducía un camión para poder comer, porque hasta para dejar ese trabajo fue un malaje. Un comportamiento que no pasó de un mal día comparado con lo que luego llegaría a ser. Una personalidad difícil que, incluso, recibió fuego de respuesta, como cuando Ovidio Assonitis lo puso de patitas en la calle por su soberbia y su mal hacer durante el rodaje de "Piraña II: los vampiros del mar" (1981). Y eso que Cameron se había formado con ganas de forma autodidacta.

No obstante, una mezcla de preparación, genialidad, constancia, dinero ajeno y, por qué no decirlo, buena suerte, acabaron haciendo de él uno de los directores más contundentes e indiscretos de esa década y de la siguiente. Porque cuando Cameron hacía algo, no dejaba a nadie indiferente, tan geniales eran sus historias, personajes y diálogos. Un periodo durante el cual también cambió de tipo de películas, pasando de hacer encaje de bolillos con presupuestos cicateros, a gastarse millonadas en fijaciones absurdas, como las dichosas cuerdas del Titanic, por citar un ejemplo. No obstante, tras el rodaje de esta última película la cosa cambió.

Cameron, obsesionado con el barco de marras, se dedicó desde entonces a hacer documentales submarinos como si fuera el nuevo Jacques Cousteau. Que no digo yo que estuvieran mal, pero dejaba a todo el mundo preguntándose a qué estaba esperando para hacer otra buena película. A la par, James se obsesionó con la tecnología digital. Nada nuevo, porque su relación con ella venía de atrás, pero ahora quería reventarlo a lo grande tirando de ella y del 3D, su otra nueva filia. Total, que en el 2009, y tras dar la turra durante un tiempo con sus manías, se descolgó con "Avatar" o, como a algunos nos gusta llamarla, la película de los pitufos espaciales. Y lo petó. Lo petó en la taquilla, la cual reventó; y lo petó en mediocridad, porque la película era bien justita.

Porque, efectivamente, "Avatar" no tenía nada nuevo que contar, pues no pasaba de un plagio de "Pocahontas" (1995) que Cameron siempre ha negado. Eso sí, un plagio pasado por el tamiz del nuevo 3D y de un CGI brutal. Pero brutal de narices. Todo era CGI. ¿Que George Lucas estaba obsesionado con el CGI? Pues este lo estaba dos veces más. Tres veces más. Prácticamente la puñetera película era todo CGI. Pero, ¿y el resto?

Pues el resto era para echarse a llorar. Diálogos simplones, personajes bidimensionales, arquetípicos ad nauseam, aburridos, en donde todo, absolutamente todo, se podía predecir incluso sin haber visto la historia de "Pocahontas". Eso sí, como la campaña promocional fue titánica y la gente no es muy larga de entendederas, la cuenta bancaria del canadiense subió como la espuma. Dos cantidades: presupuesto de $237 millones, taquilla mundial de $2923 millones. Sí señor, un desvarío cuando la crisis del 2008 ya tenía hundidos a los países, la economía se contrajo como los cuernos de un caracol, y la gente perdía sus casas y bordeaba la depresión. En esos tiempos en los que casi todos andaban contando las monedas en el bolsillo, la turba, la inteligente, sagaz y desesperada turba necesitada de fantasías con las que huir de la realidad, le entregó su dinero en masa al canadiense.

Ciertamente, "Avatar" no es una pésima película, aunque solo sea por el enorme esfuerzo técnico invertido. Pero no tiene absolutamente nada que ver con sus trabajos anteriores. Cumplió, eso sí, con la primera norma del cine, que es hacer dinero, pero lo hizo saltándose a lo bestia todas las reglas, porque fue un plagio y un soberano truño de historia. La gente, faltaría más, se deshizo en alabanzas hacia la película, en otro ejercicio de nula capacidad crítica (y yo qué sé cuántos van ya).

En resumen, la película con la que Cameron se sacó la chorra azul y se la restregó a todos por la cara. Pitufos espaciales. Tela.
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