"Videodrome" es de esas películas que merecen un par de visionados para sacarle toda su esencia. En un primer acercamiento nos puede sorprender la complejidad de su mensaje y su oscura puesta en escena, pero su calado necesita tiempo y, por lo menos, una segunda revisitación. Esta crítica, de momento, se basa sólo en la impresión de la toma de contacto.

Y la impresión ha sido curiosa. Los que conocemos (en algo) el cine de David Cronenberg sabemos de su gusto por la carne y la enfermedad en sus primeras películas que llenaban las pantallas del cine fantástico de los '80. Entre ellas, "Videodrome" no es precisamente una "rara avis" sino todo lo contrario: es, quizás, la película que más resume las obsesiones del director canadiense en aquella época.

El filme trata de la influencia de los mass media sobre el público a un nivel extremo, tan extremo, que se funden "literalmente" con ellos. El poder que da el control de las imágenes es evidente, y las guerras de audiencias son meras escabechinas comparadas con el verdadero fin: el control mental. Este control se consigue visualizando un vídeo con contenidos "snuff", el "Videodrome", y a partir de ahí genera en el individuo una serie de alucinaciones que desembocan en un descontrol de la personalidad y de la realidad tangible, mezclando ambas realidades sin que sea posible definir dónde están los límites de cada una.

"La nueva carne", concepto creado por Cronenberg y parido en "Videodrome", supone la fusión máxima entre el ser biológico y la tecnología, una entidad biomecanoide cuyo germen reside en el interior de la mente y se propaga externamente de las formas más variopintas. No es sólo el hecho de que el abdomen de James Woods se convierta en un reproductor VHS a la vez que es el perfecto escondite para su pistola (¿o es sólo una extensión más de su cuerpo?), es más el terror a lo desconocido que produce el mayor drama a nivel biológico: la locura y la violencia inconsciente que trae consigo.

La película habría sido todavía más interesante si se hubiera rodado con otro ritmo, pues el tempo narrativo se hace a ratos tedioso, y el carismático James Woods no puede soportar todo el peso de la narración. Aun así, a pesar del defecto de forma, Cronenberg consigue dejarnos con un regustillo final distinto al de una película de cine fantástico normal, con el que saboreamos una obra provocativa, oscura y trascendente.