Tiene Kim Ki-duk la capacidad/talento/habilidad para crear argumentos de turbia fascinación y esquinada complejidad, con personajes que actúan impulsiva y pasionalmente, destilándose una lírica entre amarga y romántica, que hacen queribles hasta a los delincuentes (aquí casi un delicuente autoemocional más que uno al uso).
En "Bad Guy", a través de una trama por la que un estoico e impertérrito hampón de poca categoría controla la vida de una joven a la que para saldar una deuda la introduce en el mundo de la prostitución, desfilan obsesión, deseo, sexo, violencia, dominación, sufrimiento, pasión, morbidez. Duk posee un torrente de ideas y usa todo tipo de vericuetos y tangentes (a veces traídas por los pelos: el atajo que lleva al núcleo de la historia; se olvida de todo lo referente a la chica y su entorno). En el fondo, el cineasta surcoreano lo que nos cuenta es otra historia de amor de lo más atípica y singular: es un amor casi asentimental, utópico, pues un amor tan posesivo que para ser pleno necesita ser compartido por todo aquel que paga un precio por ello. Con su rara poesía y un genuino romanticismo, Ki-duk nos pone un metafórico/real cristal que sirve de espejo, de luz, de tiniebla, de sangre, de dolor: sirve lo mismo para lo más sensible y tierno como para lo más abrupto, salvaje e indolente. Es un cristal que se rompe en añicos pero se reconstruye y parece hacerse irrompible en un paisaje de dos seres antagónicos pero reales. Una mujer derrotada y un hombre inservible por la falta de autoconfianza en que alguien lo ame de verdad.
Por momentos, me eleva y sublima. En otras ocasiones riza demasiado el rizo y se hace un ovillo caprichoso y alargado. Pese a todo, es una obra muy interesante que contiene un caudal de ideas imponente.