Uno de los éxitos comerciales de aquel año en nuestro cine, además de recolectar buenas críticas. Es la ópera prima de Pablo Berger, de la que lo mejor es, sin duda, su brillante idea de partida: un matrimonio compuesto por un vendedor de enciclopedias (Cámara) y una ayudante de peluquería (Peña) da un giro radical a su vida, cuando al primero le ofrece su jefe la participación en películas propias y de elaboración casera de género porno, con el fin de venderlas a los países escandinavos, falsamente camufladas como guías didácticas de video de reproducción sexual. Con esta idea de partida, Berger pretende hacer en todo momento una comedia agridulce y amarga, protagonizada por dos infelices e ingenuos a los que su puro amor y las penurias económicas los llevan a una situación surrealista.
Ni suficientemente amarga en su tono, ni logradamente agria en su humor, ni brillantemente dulce y cercana en su resultado final (creo que se podría haber sacado mayor rendimiento de la magnífica pareja Cámara/Peña), aún así es una buena película, muy digna y entretenida, que refleja de forma diferente una curiosa situación en la sociedad de los primeros 70 en nuestro país. Hay defectos como el obsesivo papel que se da a la maternidad o la fácil desmitificación que se quiere hacer del siempre mítico Bergman, pero el conjunto es salvable y hasta loable desde la propia base.