Cálmate, dulce Carlota

En el tiempo que los thrillers melodramáticos con toques sensacionalistas estaban en pleno auge, sobre todo con viejas glorias del cine clásico, Aldrich decidió volver a repetir la formula que tan bien le funcionara en ¿Qué pasó con baby Jane? y la verdad que logró algo más que aceptable, no se convirtió en otro clásico, pero es mucho más que una secuela bastarda de la primera.
Hay que destacar que la película se vio sumergida en un escándalo en su día, ya que el director, pensaba repetir a las protagonistas de su anterior éxito, ambas siendo rivales nuevamente, nada más que en esta ocasión, Bette sería la buena y Joan la mala, pero por diferentes complicaciones, dimes y diretes, Joan renunció a la producción o fue desvinculada (nunca se aclaro) y su lugar lo ocupó Olivia de Havilland, que hasta la fecha no había interpretado a ninguna villana, y realmente su actuación es deliciosa, como esa mujer mustia, hipócrita, va de a poco sacando las garras y mostrándose tal cuál es en realidad.
Lo mejor, los diálogos y las vueltas de tuerca que va dando el guión.
Lo peor, el sensacionalismo, muy de moda en la época, con manos amputadas, sangre, gritos continuos, que desmeritan algunas interpretaciones, etc.

Magnífica película, una de las mejores que he visto en los últimos años. Un planteamiento sencillo pero muy eficaz:. Un reparto de auténtico escándalo: Bette Davis como protagonista absoluta de la historia, Olivia de Havilland como la prima que la ayuda, Joseph Cotten como amigo de la mujer, Agnes Moorehead, Cecil Kellaway como periodista ávido de sucesos que contar, Victor Buono como padre de la mujer, Mary Astor como la mujer del marido que se va a escapar con la chica, George Kennedy como capataz de la obra, Wesley Addy como comisario de policía, William Campbell, y Bruce Dern como novio de la mujer con la que pensaba fugarse.

Sesenta años son muchos años y se le nota.
Es una Buena película pero hoy resulta demasiado artificial y artificiosa.
Una realización acorde, sencilla y efectiva. Típica mansión lujosa, sureña, de la época de la esclavitud.
Gran dirección de Robert Aldrich, todo un espectáculo visual desde que empìeza hasta que acaba. Dirección de actores, fotografía, iluminación,..., no tiene desperdicio. Excepto al final, mantiene muy bien la intriga. Hoy hay muy poca gente capaz de hacer algo así.
Sin embargo se pierde en el montaje y la película resulta algo larga, con secuencias que bien podían haberse eliminado por no aportar nada relevante.
La historia es muy interesante, bien llevada excepto al final, demasiado didáctico, demasiado explicado, para que la gente se entere, como si fuera una novela radiada, escuchada y no vista. Algo típico de aquella época.
Los protagonistas están que se salen aunque Bette Davis me resultó muy artificial, exagerada y teatral, en un papel que ya le he visto en otras ocasiones.

Después de haber rodado una obra maestra del suspense como fue Qué fue de Baby Jane, Robert Aldrich lo intenta de nuevo dos años después. Pero el resultado es un fiasco. Un enredo que no tiene pies ni cabeza en que el argumento parece mal cosido, con costuras que pierden credibilidad por todas parte. Personajes sin fuste atrapados en una trama sin sentido. Una Bette Davis que se esfuerza por darle veracidad a su personaje que se mueve entre el absurdo y el desquiciamiento. Resultado: un producto insoportable.

Al contrario que "Las uvas de la ira" o "Qué verde era mi valle" de John Ford, donde los expropiados eran los campesinos, en "Canción de cuna para un cadáver" la expropiada es Charlotte, una vieja trimillonaria, fea, facha y loca, una especie de Duquesa de Alba en Lousiana. Un drama, vamos. Las lágrimas brotan a borbotones. La película transcurre entre locuras de la bipolar Charlotte, desquiciada por la idea del desahucio, y que no ha podido superar que su padre hace 35 años descuartizara con un cuchillo jamonero a John, un hombre casado con el que hacía guarrerías y se la comía con sandía. La verdad que la Davis (no la Copa, sino Bette) pierde mucho sin un cigarro entre los labios. El rol de Olivia de Havilland como la prima mala malísima tampoco convence, en una interpretación que oscila entre lo mediocre y lo vomitivo. Puestos a ver cine social, prefiero a Fellini o Antonioni antes que ésta bazofia. No tan mala como una película de Julio Medem, pero casi.