Tras una filmografía tan deslumbrante como es la de Hayao Miyazaki, algunas cosas se perdonan. Por desgracia, El Castillo ambulante, siendo como es una buena película, palidece en comparación con las anteriores obras de su director.
Y es que, aunque visualmente quita el hipo, la tos y hasta la varicela, todo está a disposición de un argumento que no acaba de despegar, por momentos insultantemente simple y alargado en exceso.

Película ambientada en una imaginaria región del norte de Europa, donde realidad y magia se mezclan como algo rutinario y normal, la historia se centra en una joven protagonista que trabaja en una sombrerería, un día, se ve envuelta en una trama donde magos y gobierno se encuentran involucrados con una inminente guerra contra el país vecino como telón de fondo. En su primer tramo se disfruta de sus coloridos y artesanales dibujos así como de su extraordinario poder imaginativo y candidez propia del ya famoso estudio de animación, te encuentras atrapado por qué no sabes hacia donde desembocará tal despliegue, el problema es que a mitad de metraje todo el castillo de naipes se derrumba, la historia se vuelve repetitiva y muchos cabos se dejan sueltos, el argumento se torna incomprensible y todo el mimo por el detalle del principio muta en atolondradas prisas por resolver el final, en definitiva, me ha dejado un agridulce sabor de boca, podría haber dado mucho más de si.

Bajo las constantes abiertamente repetidas de su cine (monstruos gelatinosos, colorido frente a tonos oscuros, personajes ambivalentes,...) Miyazaki cubre de magia otra de sus incomparables obras; otro de sus clásicos para una película de duración larga, pero gratamente entretenida.

Permanecen intactos elementos del sello creativo Miyasaki, ese sello que hace que valga la pena ver una película de animación por sus características intrínsecas y no por la mera anécdota: la naturalización de la magia y su implementación en escenarios cotidianos, el contexto latente de la guerra y su tensión creciente, el diseño extremadamente cuidadoso de los ambientes (a medio camino entre Centroeuropa y la Inglaterra victoriana), maquinarias y monstruos; así como la mezcla de la imaginería de diversos cuentos de hadas, desde Cenicienta, hasta El mago de oz, pasando El Príncipe sapo. No obstante, Miyazaki parece perderse por momentos en su propio esteticismo, y la estructura caótica que daba coherencia a El viaje de Chihiro (justificándose desde la onírica), en la presente película se muestra por momentos confusa y distractora. Los acontecimientos muchas veces se pisan los talones entre sí, sin dejar tiempo para explicar los móviles de los personajes ni la causa de las situaciones; y solo la marcha caótica de la narración se detiene cuando se hace necesaria la contemplación. El último tercio del film, no obstante, empezaba a apuntalar una brillante idea que hubiera podido saldar la deuda adquirida por el desequilibrio estructural; a saber, la conformación de una interesantísima familia disfuncional (un demonio prisionero y asustado, un niño, una joven encerrada en cuerpo de anciana, un perrito, un espantapájaros voluntarioso y una bruja anciana senil y demente) que – en palabras de Antoni Peris – “conseguirán triunfar allá donde el héroe que en definitiva es Howl no lo consigue.”

El castillo ambulante es un ingenioso cuento romántico narrado por el aclamado Hayao Miyazaki, repleto de personajes llenos de simbolismo y corazón, como el director nipón acostumbra idear. Y aunque en esta ocasión la historia se base en una novela de Diana Wynne Jones, ambas versiones tienen su propia esencia.

Como protagonistas se nos presenta a Howl un mago infantil que no posee corazón y nuestra heroína llamada Sophie, una niña de 90 años. Ambos personajes a lo largo de su viaje a bordo del castillo ambulante, lograran encontrar un amor sincero que les dará la fuerza para enfrentarse a un mundo caótico debido a la guerra y liberarse de sus maldiciones.

Técnicamente, este film posee un gran valor, no solo por su impresionante animación demostrada a través del fascinante castillo móvil, sino por lograr recopilar en sí mismo, gran parte de la magia y buenas intenciones que Hayao ha representado individualmente en otras películas, con esto me refiero a los mensajes antibélicos, moralistas y sentimentales, que han vuelto tan entrañables las historias narradas por este cineasta.

Ciertamente el argumento de la película se nos muestra a veces confuso, ya que sigue una lógica algo peculiar, que tal como la novela se inspira en aquellos cuentos inmortales, donde los besos de amor salvan, los héroes sufren maldiciones o los malvados se redimen mágicamente.
Sin embargo, para lograr comprender a nuestra manera la historia, solo debemos dejarnos llevar por lo que se nos muestra, podría decirse que hay verla con calma, ya que todos y cada uno de los momentos de El Castillo Ambulante son un regalo a nuestros sentidos, con el cual Hayao Miyazaki nos encandila.

En fin, una historia bella con su toque de extrañeza , y muy impredecible también, recomendada tanto para chicos y grandes, como es habitual viniendo del Studio Ghibli.