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He nacido, pero... (Y sin embargo hemos nacido)

Drama. Comedia La familia Yoshii se traslada a vivir a un suburbio de Tokio para que el padre esté más cerca de su trabajo. Los dos hijos deben adaptarse a la nueva escuela, pero se encuentran con la hostilidad de un grupo de chicos entre los que está Taro, el hijo del señor Iwasaki, jefe de su padre. Convertidos finalmente en los líderes del grupo, cuando descubren la actitud servil de su padre hacia su jefe deciden organizar una original huelga infantil. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
3 de diciembre de 2020
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida, con sus tristezas y alegrías. Sus desilusiones, sus esperanzas, sus vicisitudes, sus placeres y sus ininteligibles características.
¿Cómo puede ser contemplada desde los ojos de un niño en un mundo demasiado adulto para comportarse como un niño?

La izquierda se empieza a fragmentar, la mentalidad revolucionaria es atacada porque según se dice pone en peligro la soberanía del país y el Estado. Estos ataques proceden de núcleos ultranacionalistas que acabarán con la democracia Taisho; se levanta un acta de exclusión y las relaciones extranjeras quiebran mientras Manchuria es invadida, lo que lleva a una terrible guerra. Japón es un país en crisis donde reina el concepto nacionalista y se desconfía de las ideas progresistas y de los temas de resonancia social que puedan expresar los medios.
Por tanto el cine sufre la censura y se promueve la propaganda. Yasujiro Ozu parece no tener problemas pues sobre todo trata películas de género, como el "noir" y el melodrama, con inclinación a la comedia de corte juvenil. Prepara entonces, firmando el guión como James Maki, una obra que por su original enfoque significará un giro notable en su temprana carrera (aunque sufrirá algunos percances durante el rodaje, como la lesión de uno de los pequeños actores y la reescritura del guión, que le lleva a cambiar ciertos aspectos en la historia, no muy bien recibidos más tarde por el jefe de Shochiku, Shiro Kido).

Si en algo cambia dicho enfoque es que de la juventud que el director radiografió con humor en "Wakaki Hi" y "Rakudai wa Shita, keredo...", decide, sin dejar los temas esenciales de su cine (las tensiones familiares y el retrato fiel de la vida del trabajador de clase media-baja en la época), apoyar su visión del ser humano y la sociedad en la de dos niños, recuperando parte del esquema de su anterior "El Coro de Tokyo". El humor, en efecto, sobresale en la primera parte, donde vemos a la familia Yoshi mudarse de ciudad, a la vez que comprobamos de primera mano las dificultades de ese japonés medio en la sociedad para progresar (ese carro atascado en el barro...).
La mudanza es para que el padre, Kennosuke, tenga una relación más cercana con su jefe; la crítica está ahí pero aún no es momento de desatar el drama, y lo primero que Ozu hace, con un dinamismo y fluidez asombrosos, es centrarse en los hijos del protagonista, Keiji y Ryoichi. Con ellos, traviesos, respondones y algo desobedientes (al fin y al cabo, niños), conocemos el entorno y a aquellos que lo habitan; la mirada del cineasta desprende inocencia, la de un niño que llega a una tierra desconocida y ha de enfrentarse a ella. Hiroshi Shimizu también se acogería a esta mirada: observar el mundo adulto con los ojos de un niño.

Al padre se le respeta y admira (los niños le saludan con una reverencia) mientras dentro del colegio los niños se alinean como soldados preparados para el combate. Puede haber comedia, pero queda supeditada por la ácida visión social y la tragedia, que pronto toman el relevo; y esto lo inauguran un grupo de muchachos pendencieros que continuamente abusan de Ryoichi y su hermano. Este pequeño microcosmos viene a ser el perfecto reflejo de la sociedad del momento, su jerarquía y de cómo la violencia y la hostilidad imperantes alcanzan la forma de ser y comportarse de todos.
El más fuerte controla la pandilla y los problemas se resuelven a golpes e insultos; entre los chicos, que moran en un mundo desligado del de los adultos, también hay enemigos mortales. Por otra parte este otro es el de los asalariados que sólo muestran hastío y cansancio; una oficina llena de tipos que bostezan es el lugar donde Kennosuke debe demostrar su responsabilidad para mantener a su familia, ya sea esforzándose o haciendo del bufón del jefe, para más inri padre de uno de los niños que abusan de los hermanos protagonistas, lo cual inicia un gran conflicto entre ambos universos. Y el culpable es, curiosamente, el cine.

Los hermanos, erigidos en jefes del grupo tras vencer al más fuerte, no pueden sino quedar decepcionados cuando, a través del testimonio de un proyector, conocen la auténtica condición del padre dentro del entorno laboral. El acto de rebeldía es obvio, y más aún cuando Ryoichi confiesa que de mayor quiere ser general: el progenitor (imagen de la patria), a quien antes se respetaba, ha sido ridiculizado (y a través del cine, peligroso instrumento) y reducido a un patético individuo de quien todos se ríen; pero lejos de inclinarse a ninguna tendencia, Ozu logra comprender a sus personajes, adultos y niños, y todas sus dificultades.
Sobre todo a ese pobre padre fracasado al que no le queda más salida que pisotear con fuerza su dignidad para seguir cuidando de su familia, algo que escapa al entendimiento de los hijos, claro; lo que prima sobre todo es la evolución emocional de éstos dentro de tal entorno, y el intertítulo "la vida retoma su curso" lo demuestra. El cineasta colabora de nuevo con habituales de su cine, como ese gran Tatsuo Saito que no deja de crecer como actor, el veterano Takeshi Sakamoto o ese jovencísimo Chishu Ryu, pero son los pequeños los que captan toda la atención, en especial Tomio Aoki, que seguiría trabajando con Ozu.

Como de costumbre no se sacrifica al excesivo melodrama, y si se da una reconciliación será por medio de la asimilación de la realidad y la comprensión mutua, y no recurriendo a tópicos absurdos. Como los trenes que pasan, la vida también sigue un progreso, un movimiento constante donde se aprende.
Por la nota amarga del film, Kido retrasó su estreno, pero tras éste se acabó convirtiendo en todo un éxito, para los críticos y el público, que aún lo considera la mejor obra de Ozu de su primera etapa. Casi treinta años después aquél decidió retomar una premisa similar en "Buenos Días" (aunque en una historia completamente distinta que en realidad debe más a "Memorias de un Inquilino").
Chris Jiménez
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24 de marzo de 2021
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película más conocida de la etapa muda de Ozu es una obra maestra increíble. Así de simple. Solo con la secuencia de la burla en la puerta de uno de los niños a la pandilla que le espera a su hermano y a él a la salida de su casa, solo por esa secuencia merece ver esta película. Y hay muchas más: los niños llorando con los brazos en paralelo, el cabreo de los hermanos con su padre cuando se avergüenzan de él al verlo en el cine, las caras de la madre, en fin. Un no parar. Y luego está Ozu como director, con un uso de la planificación, esta vez con la cámara moviéndose, que sigue sin ser reconocido como debiera en la historia del cine.
Ojka
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19 de agosto de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
302/12(15/08/21) Deliciosa comedia japonesa (extrañamente muda para ser de 1932, 5 años después de llegar el cine sonoro, pero es que a Ozu le costó incorporar el sonido a sus films) que en su tramo final vira al drama doméstico sobre el despertar de la inocencia. Dirigida con gran sentido costumbrista por Yasujirō Ozu, con guión propio junto a Akira Fushimi, siendo el núcleo dos hermanos pequeños que se mudan con sus padres a un barrio de la periferia en Tokio, los querubines tiene en un pedestal a su padre, un oficinista, que por las lecciones morales que intenta infundirles este lo tienen como referente de futuro, pero la realidad les topa en la cara, dejando un final agridulce.

Siendo una encantadora y sugerente reflexión sobre el mundo de la niñez en paralelismo con el de los adultos, con situaciones que el director hábilmente asimila para veamos lo parecido de los dos mundos. Un acercamiento a la vida familiar, a la clase media (algo muy de Ozu), a la educación, a la iniciación, ello en confrontación con la vida de los mayores, llena de anhelos y frustraciones, donde hay cabida para tratar el clasismo, las jerarquías, y la demagogia entre adultos. Todo esto visto desde la perspectiva infantil, los ojos ingenuos e inocentes frente a la realidad. Ello en un mantra muy de Ozu, como es el choque generacional, donde el humor está salpicado: como esas muertes fingidas, ese soborno al cervecero, esos niños falsificando las notas, o esa fenomenal transición en que los bostezos de los niños en clase se funden con los de los empleados de la oficina, como Taro limpiando el suelo antes de hacerse el muerto para no ensuciar su ropa nueva, o el pequeño de la pandilla llevando un cartel en la espalda advirtiendo que no se le debe dar nada de comer por estar enfermo, el niño que se jacta de que su padre es ‘el más importante’ por ser capaz de quitarse los dientes, las muecas del pequeño Keiji burlándose de sus rivales, o el running-gag con los huevos de codorniz como especie de espinacas para Popeye.

Estos niños son una delicia en su naturalidad y frescura (excelente casting, sobre todo el de los hermanos protagónicos, con una expresividad fascinante, emitiendo gran ternura) que emiten espontaneidad, chicos traviesos, cabezotas, temerosos, manipuladores, curiosos, egoístas, lo que se llaman niños normales en periodo de aprendizaje de la vida. Niños que desprenden dulzura, cuando se juntan con una pandilla recuerdan indefectiblemente a los de la serie de cortos cómicos ‘Our Gang’ creados por el genio del humor Hal Roach, y que arrancaron en 1922, donde el slapstick está en su metraje dosificado.

Ozu muestra ya de elementos se convertirán en leitmotiv de su cine, como la cámara baja, llamados ‘Tatami shot’ (en consonancia con la mirada en este caso de los niños), tomas de transición llamadas ‘Tomas Muertas’, el constante paso de trenes y los planos de ropa tendida al sol, como vemos en el plano de Yoshii realizando sus ejercicios matutinos antes de afrontar una nueva jornada de trabajo, las tomas fijas coronadas por suaves travellings. Aunuqe se nota aún en fase de asentarse en su estilo, pues no hay la obsesión por las tomas simétricas, se nota menos dogmatismo en este sentido, primando un dinamismo que no tuvo su posterior filmografía (sobre todo la de post-guerra).

La familia Yoshi se acaba de mudar a los suburbios de Tokio, cerca de donde se aloja el jefe directo del padre Kennosuke (excelente Tatsuo Saitō), Iwasaki (Takeshi Sakamoto). Se supone que los dos hijos pequeños de Kennosuke, Keiji y Ryoichi (Tomio Aoki y Hideo Sugawara), irán a la escuela, pero debido a las amenazas de un grupo de matones del vecindario y de la escuela, deciden faltar a clases, esta sub trama viene a ser una alegoría del darwinismo social, de como hay que escalar en la escala social mediante el ingenio, donde predomina las jerarquías en clara similitud con los mayores; Después de que el maestro habla con su padre, Keiji y Ryoichi no tienen más remedio que ir a la escuela. Intentan comer huevos de gorrión para fortalecerse para poder vengarse de los niños, pero un repartidor de cerveza, Kozou (Shoichi Kofujita). Uno de los niños del vecindario es Taro (Seiichi Kato), cuyo padre es Iwasaki, jefe de Kennosuke.

Todo esto desarrollado con fluidez, en base en viñetas que destilan simpatía, donde la cámara juega con elementos visuales a modo de expresión emocional (sustituyendo en parte al diálogo), las miradas, los gestos, las manos, los huevos de codorniz, etc. Con ese claro simbolismo en que los uniformes del colegio son un antecedente claro d ellos uniformes militares. En lo que se puede ver también como una reflexión sobre como podemos errar imponiendo aspiraciones en los menores que chocan con nuestra propia hipocresía, y ello en consonancia con los sacrificios que los adultos deben hacer por sus retoños. Y ello agradeciéndose en su devenir que no se abuse del melodramatismo, todo discurriendo de modo sereno, pero siendo de hondura a la vez, para desembocar en un final sugestivo por su mensaje.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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12 de enero de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alabada por la crítica, donde no hay ningún pero.... pero.... yo sí.

Sorprende que en 1932 aún hubiera alguna película muda, y más viniendo de Japón, uno de los países que siempre han estado en la vanguardia en tecnología, pero quizás en los años 30 no lo fuese así. Ya que incluso España había hecho películas sonoras en los años 30 y 31.

Sobre la película, es sencilla, hay algunos travelling interesantes, ya que al ser muda y ya en 1932 la cámara tendría que tener muchísimo juego, lo hay, pero quizás hubiera tenido que haber más.

Lo interesante de la película viene casi al final, que la sipnosis resume el 75% de la película, sólo queda el desenlace de al final como se resuelve el conflicto de los hijos hacia su padre. La idolatración y el entendimiento de porque la vida laboral funciona como funciona (de una forma sencilla: jefe, ricos y los demás). Es quizás lo más interesante, pero después de ver como los niños se abren paso en el colegio con la panda que les tiene manía, pues se ha perdido bastante tiempo.

El remake que hizo el mismo director en 1959 (aunque la historia es diferente, lo único que es igual es que son dos hermanos), me gustó mucho más.
edugrn
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