Breve encuentro
8,0
13.667
Romance. Drama
Laura Jesson es un ama de casa algo aburrida de la rutina que vive con su marido y familia. Una vez a la semana, suele ir a la ciudad de compras. En uno de esos viajes rutinarios, Laura coincide con el Dr. Alec Harvey en la sala de espera de la estación de ferrocarril. Ambos son de mediana edad, casados y tienen dos hijos cada uno. Comienzan a hablar, y tras disfrutar cada uno de la compañía del otro, ambos continúan reuniéndose ... [+]
10 de marzo de 2006
10 de marzo de 2006
53 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho antes de que algunos (demasiados) injustos "principiantes" en esto del romanticismo le colgaran a "Los puentes de Madison" el cartel de obra maestra absoluta del cine romántico, se rodaron auténticas maravillas del género (y muchas otras que, sin serlo, al menos resultaban más amenas). Ésta es una de ellas.
David Lean demuestra tener un talento especial al combinar magistralmente numerosos recursos cinematográficos (confesiones interiores mediante voz en off, saltos en el tiempo perfectamente comprensibles, simpáticos secundarios, gran dirección de actores...) que hacen que todo pase en un suspiro sin por ello habernos dejado indiferentes. Como reza el título, se trata de un breve encuentro... pero intenso.
Es una de esas películas con tantos detalles que sería incapaz de elegir con resuelta seguridad los mejores momentos. Ahora mismo recuerdo especialmente la dura lucha interna entre razón e impulsos irrefrenables, el bofetón final de aire al partir el tren (pura metáfora), el sentimiento de culpa, las delicadas conversaciones (de una de ellas extraigo el fragmento con el que titulo esta crítica)...; pero hay mucho más.
David Lean demuestra tener un talento especial al combinar magistralmente numerosos recursos cinematográficos (confesiones interiores mediante voz en off, saltos en el tiempo perfectamente comprensibles, simpáticos secundarios, gran dirección de actores...) que hacen que todo pase en un suspiro sin por ello habernos dejado indiferentes. Como reza el título, se trata de un breve encuentro... pero intenso.
Es una de esas películas con tantos detalles que sería incapaz de elegir con resuelta seguridad los mejores momentos. Ahora mismo recuerdo especialmente la dura lucha interna entre razón e impulsos irrefrenables, el bofetón final de aire al partir el tren (pura metáfora), el sentimiento de culpa, las delicadas conversaciones (de una de ellas extraigo el fragmento con el que titulo esta crítica)...; pero hay mucho más.
13 de diciembre de 2007
13 de diciembre de 2007
39 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el bar de una estación, la testaruda camarera de la barra da una de cal y otra de arena al mozo de estación que le tira los tejos. Mantienen una animada y chispeante confrontación mientras una mujer alta y delgada, que espera su tren, entra. Una irritante mota de arenilla se le ha introducido en el ojo y un médico se acerca para atenderla. Y ahí da comienzo la magia. En ese instante dos existencias rutinarias que dejaban pasar el sereno letargo de los días dan un vuelco absoluto. Se produce una sacudida telúrica sólo perceptible por esa fibra que tenemos unida a ese punto indefinible, en lo más íntimo de nuestro ser.
Laura lo recuerda todo con meridiana claridad. Hasta el fin de sus días recordará hasta el más mínimo detalle de aquel jueves. Y del encuentro fortuito (¿o no?) del jueves siguiente. Un té compartido, risas en un cine, un paseo intrascendente revestido de emoción juvenil, un regreso a la juventud del espíritu que ya se había replegado en el rincón de las cosas relegadas... El jueves posterior el encuentro ya es concertado y la pasión los pilla desprevenidos. La pasión que consiste en mirarse a los ojos y ver que todo el velo de los años y de la madurez desaparecen de un plumazo para descubrir el brillo del alma renovada. Y comienza la cuenta atrás.
Ella, mientras rumia para sí misma todo lo que culpablemente quisiera revelarle a su buen marido (pero sin valor para hacerlo), rememora las breves horas en las que ha pasado por algunos de los momentos más embriagadores de toda su vida.
¡Cómo agita sorprendentemente nuestros sentimientos ese amor que se arroja de cabeza y se declara con la honestidad de lo auténtico! ¡Cómo se ve empañado por la imposibilidad de durar, por la certeza de que un amor tan inmenso está sentenciado a vivir en la distancia, mientras la persona amada se aleja para siempre en ese tren que jamás volverá! La forma en que me he sentido sacudida por sus palabras apasionadas, por el deseo confesado con un ardor contenido que inunda la pantalla de una sensualidad sutil pero intensa... El tremendo dilema en el que se debaten, oscilando entre los anhelos y el deber... Las semanas que transcurren a la espera de otro jueves mágico en el que se cifran todas las esperanzas...
Y el inevitable sufrimiento de los remordimientos, de la clandestinidad, de la doble vida que apenas ha comenzado a esbozarse pero que arrastra sin remedio y que se acerca a su final...
El mismo bar, la misma camarera testaruda requebrada por su mozo de estación, gente que viene y va con su ajetreo insustancial... Y ellos dos sumidos en una dimensión que les pertenece exclusivamente a ellos, amenazada por el adiós.
No volverán a ser tan felices ni tan desgraciados.
Laura lo recuerda todo con meridiana claridad. Hasta el fin de sus días recordará hasta el más mínimo detalle de aquel jueves. Y del encuentro fortuito (¿o no?) del jueves siguiente. Un té compartido, risas en un cine, un paseo intrascendente revestido de emoción juvenil, un regreso a la juventud del espíritu que ya se había replegado en el rincón de las cosas relegadas... El jueves posterior el encuentro ya es concertado y la pasión los pilla desprevenidos. La pasión que consiste en mirarse a los ojos y ver que todo el velo de los años y de la madurez desaparecen de un plumazo para descubrir el brillo del alma renovada. Y comienza la cuenta atrás.
Ella, mientras rumia para sí misma todo lo que culpablemente quisiera revelarle a su buen marido (pero sin valor para hacerlo), rememora las breves horas en las que ha pasado por algunos de los momentos más embriagadores de toda su vida.
¡Cómo agita sorprendentemente nuestros sentimientos ese amor que se arroja de cabeza y se declara con la honestidad de lo auténtico! ¡Cómo se ve empañado por la imposibilidad de durar, por la certeza de que un amor tan inmenso está sentenciado a vivir en la distancia, mientras la persona amada se aleja para siempre en ese tren que jamás volverá! La forma en que me he sentido sacudida por sus palabras apasionadas, por el deseo confesado con un ardor contenido que inunda la pantalla de una sensualidad sutil pero intensa... El tremendo dilema en el que se debaten, oscilando entre los anhelos y el deber... Las semanas que transcurren a la espera de otro jueves mágico en el que se cifran todas las esperanzas...
Y el inevitable sufrimiento de los remordimientos, de la clandestinidad, de la doble vida que apenas ha comenzado a esbozarse pero que arrastra sin remedio y que se acerca a su final...
El mismo bar, la misma camarera testaruda requebrada por su mozo de estación, gente que viene y va con su ajetreo insustancial... Y ellos dos sumidos en una dimensión que les pertenece exclusivamente a ellos, amenazada por el adiós.
No volverán a ser tan felices ni tan desgraciados.
11 de agosto de 2007
11 de agosto de 2007
44 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alec y Laura no lo buscaron. Pero surgió.
Impredecible, mágico,... hermoso.
Alec y Laura presintieron el peligro... pero se dejaron llevar. Como todos. No quisieron, o no pudieron, desoir esa llamada. La madurez jugó en su contra. La experiencia resulto baldía. Cayeron en la trampa. Como todos.
La creíamos laxa, estéril, agónica..., inocua.
Pero no. Andábamos equivocados. Una vez más. Porque esa llamada rebrotó efusiva, imponente, bizarra. Con altivo talante.
Pero no viene sola. Su implacable cohorte no da tregua ni cuartel. Culpa, prejuicio, imprudencia,... dolor. Amor de privación, de renuncia.
Moneda al aire. Corazón encogido. Nadie gana, todos pierden.
Impredecible, mágico,... hermoso.
Alec y Laura presintieron el peligro... pero se dejaron llevar. Como todos. No quisieron, o no pudieron, desoir esa llamada. La madurez jugó en su contra. La experiencia resulto baldía. Cayeron en la trampa. Como todos.
La creíamos laxa, estéril, agónica..., inocua.
Pero no. Andábamos equivocados. Una vez más. Porque esa llamada rebrotó efusiva, imponente, bizarra. Con altivo talante.
Pero no viene sola. Su implacable cohorte no da tregua ni cuartel. Culpa, prejuicio, imprudencia,... dolor. Amor de privación, de renuncia.
Moneda al aire. Corazón encogido. Nadie gana, todos pierden.
27 de mayo de 2009
27 de mayo de 2009
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
A veces me surge la problemática de matizar términos. Más que especificar el significado semántico de cada palabra, el significado personal para calificar, adverbial o adjetivamente, un plano, secuencia, escena o globalidad de una película. ¿A qué te refieres con un film epidérmico?, me preguntaba un compañero de la página. Yo creí que lo que ambos considerábamos “epidérmico”, aunque análogo en algún punto en común, no era exactamente lo mismo, y en última instancia, derivaría una comunicación inconcreta.
No quiero teorizar con esto, lo que expongo aquí es una redefinición de términos con los cuales califico esto del cine según mi forma de expresarme, totalmente subjetiva, con un uso del lenguaje sensitivo, creo. Así que disculpen que no ponga en esta crítica “intención” ni “énfasis” entrecomillado, aunque así realmente tendría que ponerlo; también que disocie los significados de intención y énfasis (subjetivos, repito), aunque sean casi sinónimos.
La intención tiene carácter técnico, y se puede asociar con una focalización o acercamiento formal; ya sea desde un plano general o medio que mediante zoom se acerca a un objeto en particular, o bien, restando continuidad a este proceso, saltando mediante montaje de un plano general a un primer plano. Este focalizado a un objeto se ubica en el eje de profundidad del plano, hacía dentro de la imagen.
O. Welles potenció una intención doble, algo así como converger el interés en dos puntos a distintas distancias de profundidad. Imaginemos un primer plano picado de una pistola en una mesa, y un hombre con batín (el dueño de la casa), que desde la planta alta (esa perspectiva tan “el cuarto mandamiento”) baja al salón a coger el arma. Aunque la capacidad de la cámara no pueda focalizar esas dos distancias, y tenga que contentarse con cazar nítidamente sólo el arma, puede rotar (alrededor de la pistola) siguiendo la estela difusa del batín. La focal y el movimiento se independizan y podemos obtener dos puntos de intención en distintas distancias.
S. Kubrick, con su “La naranja mecánica”, en la primera escena capta los ojos de Alex DeLarge. Luego retrocede por el Moloko Bar desplazándose en un zoom inverso perpendicular. Aquí la intención sólo es una: los ojos de DeLarge. Kubrick utiliza la disposición del escenario, convergiendo todas las líneas en la intención: las aristas del techo y el suelo, los maniquís-mesa. El zoom inverso no van formando una imagen, va confirmándola.
(Sigue spoiler)
No quiero teorizar con esto, lo que expongo aquí es una redefinición de términos con los cuales califico esto del cine según mi forma de expresarme, totalmente subjetiva, con un uso del lenguaje sensitivo, creo. Así que disculpen que no ponga en esta crítica “intención” ni “énfasis” entrecomillado, aunque así realmente tendría que ponerlo; también que disocie los significados de intención y énfasis (subjetivos, repito), aunque sean casi sinónimos.
La intención tiene carácter técnico, y se puede asociar con una focalización o acercamiento formal; ya sea desde un plano general o medio que mediante zoom se acerca a un objeto en particular, o bien, restando continuidad a este proceso, saltando mediante montaje de un plano general a un primer plano. Este focalizado a un objeto se ubica en el eje de profundidad del plano, hacía dentro de la imagen.
O. Welles potenció una intención doble, algo así como converger el interés en dos puntos a distintas distancias de profundidad. Imaginemos un primer plano picado de una pistola en una mesa, y un hombre con batín (el dueño de la casa), que desde la planta alta (esa perspectiva tan “el cuarto mandamiento”) baja al salón a coger el arma. Aunque la capacidad de la cámara no pueda focalizar esas dos distancias, y tenga que contentarse con cazar nítidamente sólo el arma, puede rotar (alrededor de la pistola) siguiendo la estela difusa del batín. La focal y el movimiento se independizan y podemos obtener dos puntos de intención en distintas distancias.
S. Kubrick, con su “La naranja mecánica”, en la primera escena capta los ojos de Alex DeLarge. Luego retrocede por el Moloko Bar desplazándose en un zoom inverso perpendicular. Aquí la intención sólo es una: los ojos de DeLarge. Kubrick utiliza la disposición del escenario, convergiendo todas las líneas en la intención: las aristas del techo y el suelo, los maniquís-mesa. El zoom inverso no van formando una imagen, va confirmándola.
(Sigue spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
J. Ford difumina la intención en los planos generales de exteriores. Nada es remarcado en distancias cortas, medias, ni alejadas. Ayuda el escenario: las líneas del escenario se pierden asintóticamente por los márgenes de la pantalla. Queda en los Films de Ford una sensación de imagen equilibrada: todos los objetos a la misma distancia se reparten en una composición equiparable a “el juramento de los Horacios”, puramente neoclasicista; pero además, también la intención a lo largo del eje de profundidad está igualada.
Para mi una intención siempre conlleva un énfasis; pero un énfasis no necesita de una intención: el énfasis surge a veces, incluso sin un propósito por parte del autor; y en estos casos depende en gran medida de la sensibilidad del espectador.
Finalmente el énfasis de Lean. Quizás el plano que más me gusta de Lean (estamos hablando del autor de “Lawrence” y “doctor Zhivago”) es éste en “breve encuentro”. Al principio del film, vemos a Trevor Jones y Celia Johnson en la cafetería de la estación. Trevor Jones, al despedirse, apoya la mano sobre el hombro de ella (recatado, está la amiga de la protagonista delante). Esa mano no está en el centro del plano, tampoco se hace zoom, quiero recordar que no hay un agarrotamiento de las falanges tratando de agarrar la felicidad con los dedos, tampoco recuerdo un remarcado estremecimiento en los hombros de Celia Johnson al notar ese roce; es sólo un instante, un roce, un gesto…e intuyes toda la historia que se nos va a relatar en forma de flash-back en la siguiente hora y media. Eso es énfasis.
Para mi una intención siempre conlleva un énfasis; pero un énfasis no necesita de una intención: el énfasis surge a veces, incluso sin un propósito por parte del autor; y en estos casos depende en gran medida de la sensibilidad del espectador.
Finalmente el énfasis de Lean. Quizás el plano que más me gusta de Lean (estamos hablando del autor de “Lawrence” y “doctor Zhivago”) es éste en “breve encuentro”. Al principio del film, vemos a Trevor Jones y Celia Johnson en la cafetería de la estación. Trevor Jones, al despedirse, apoya la mano sobre el hombro de ella (recatado, está la amiga de la protagonista delante). Esa mano no está en el centro del plano, tampoco se hace zoom, quiero recordar que no hay un agarrotamiento de las falanges tratando de agarrar la felicidad con los dedos, tampoco recuerdo un remarcado estremecimiento en los hombros de Celia Johnson al notar ese roce; es sólo un instante, un roce, un gesto…e intuyes toda la historia que se nos va a relatar en forma de flash-back en la siguiente hora y media. Eso es énfasis.
28 de noviembre de 2012
28 de noviembre de 2012
28 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es lo que tienen los prejuicios, que te hacen generalizar injustamente. Los “dramas románticos” (supongo que en función del visionado de producciones contemporáneas) suelen producirme náuseas, sarpullidos, ganas de abofetear a los protagonistas o, directamente, sopor. Sin embargo, en los últimos días me han metido dos golazos considerables y he de retractarme. El autor del primero ha sido Wyler con “La Heredera”, y el segundo ha sido Lean con la película que nos ocupa. Tal vez sea que el cine clásico de este género posee unas virtudes difícilmente recuperables a día de hoy. O que no he dado aún con la película actual adecuada que derrumbe el muro del rechazo prejuicioso. No obstante, espero deseosa que llegue el día en que me cuelen un buen gol forjado en pleno siglo XXI. No pierdo la esperanza, sobre todo, porque no soy de las que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Breve encuentro es una joyita, qué puedo decir. La narración es magnífica, por mucho que, en algún momento puntual, me sobre la voz en off (por ejemplo, cuando ella sube al tren y explica mentalmente cómo se siente observada: eso se puede hacer sin palabras). Pero, al margen de ello, las reflexiones de esta mujer –casi un trasunto de Madame Bovary, sólo que menos descabellado– son acertadas, emotivas, coherentes, sencillas y muy lúcidas. Resulta tan fácil empatizar con sus sentimientos. Y sin otra moralina que los necesarios juicios de valor que una misma se haría de verse en tal situación. ¡Bravo Lean!
La estructura también me parece brillante. Una presentación que sugiere más de lo que muestra, iniciándose así el trazo de un círculo que vendrá a cerrarse con la culminación de un flashback en el que, todo lo sugerido, es explicado con contundencia. Como ejemplo (y evitando el spoiler), la escena en la que ella “desaparece” y la chismosa se pregunta adónde habrá ido.
Las interpretaciones son magníficas, destacando el trabajo de Celia Johnson, si bien esta indicación, según compruebo, no es ninguna novedad.
Y para concluir, respecto al desenlace, sólo tengo una palabra: enorme.
¿Padecéis alergia a los dramas románticos? Pues empezad por “Breve encuentro”, porque igual se os cura. Eso sí, no olvidéis que los amores en blanco y negro siempre parecieron más castos…
Breve encuentro es una joyita, qué puedo decir. La narración es magnífica, por mucho que, en algún momento puntual, me sobre la voz en off (por ejemplo, cuando ella sube al tren y explica mentalmente cómo se siente observada: eso se puede hacer sin palabras). Pero, al margen de ello, las reflexiones de esta mujer –casi un trasunto de Madame Bovary, sólo que menos descabellado– son acertadas, emotivas, coherentes, sencillas y muy lúcidas. Resulta tan fácil empatizar con sus sentimientos. Y sin otra moralina que los necesarios juicios de valor que una misma se haría de verse en tal situación. ¡Bravo Lean!
La estructura también me parece brillante. Una presentación que sugiere más de lo que muestra, iniciándose así el trazo de un círculo que vendrá a cerrarse con la culminación de un flashback en el que, todo lo sugerido, es explicado con contundencia. Como ejemplo (y evitando el spoiler), la escena en la que ella “desaparece” y la chismosa se pregunta adónde habrá ido.
Las interpretaciones son magníficas, destacando el trabajo de Celia Johnson, si bien esta indicación, según compruebo, no es ninguna novedad.
Y para concluir, respecto al desenlace, sólo tengo una palabra: enorme.
¿Padecéis alergia a los dramas románticos? Pues empezad por “Breve encuentro”, porque igual se os cura. Eso sí, no olvidéis que los amores en blanco y negro siempre parecieron más castos…
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