El exorcista del papa
2023 

5,2
7.800
Terror
En 1987, Gabriele, exorcista jefe en la diócesis de Roma, es enviado por encargo directo del Papa a la abadía de San Sebastián, en España, ya que, según el Santo Padre, ese lugar alberga un mal oscuro muy poderoso que lleva vigente desde la Santa Inquisición. Basada en la vida de Gabriele Amorth.
9 de abril de 2023
9 de abril de 2023
40 de 52 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver a Russell Crowe por Roma es un placer, siempre que sea como Máximo Décimo Meridio. Veinte años después seguimos recordando al gladiador más famoso de nuestro del siglo XXI, cosa que no ocurrirá con El exorcista del Papa, una película olvidable, víctima de sus propios diablos, que no se atreve a coger por los cuernos la verdadera historia del padre Gabriele Amorth.
No funciona ni como película de terror, pues apenas hay sustos. La música para este fin no se utiliza como mandan los cánones. Es más, termina siendo hasta molesta, rematando las teóricas escenas de acción de forma exaltada, exagerada y con nula credibilidad. Vamos, un insulto a la fe que, obviamente, ni se preocupa en tomar en serio.
Como también parece despreciar la historia real que sirve de motor, la del trabajo del padre Amorth, como si fuera algo baladí. Si algún día alguien se atreve a meterse en las entrañas del legado del sacerdote, puede crear la mejor película de terror de la historia, con permiso de El exorcista. Porque la realidad siempre supera a cualquier ficción.
El remate de la frivolidad es que Evan Spiliotopoulos y Michael Petroni, guionistas del filme, metan con calzador la leyenda negra de la Inquisición española. Una mentira repetida mil veces es mil veces una mentira, y más si Hollywood mete sus ponzoñosas y manipuladoras manos en el asunto.
No funciona ni como película de terror, pues apenas hay sustos. La música para este fin no se utiliza como mandan los cánones. Es más, termina siendo hasta molesta, rematando las teóricas escenas de acción de forma exaltada, exagerada y con nula credibilidad. Vamos, un insulto a la fe que, obviamente, ni se preocupa en tomar en serio.
Como también parece despreciar la historia real que sirve de motor, la del trabajo del padre Amorth, como si fuera algo baladí. Si algún día alguien se atreve a meterse en las entrañas del legado del sacerdote, puede crear la mejor película de terror de la historia, con permiso de El exorcista. Porque la realidad siempre supera a cualquier ficción.
El remate de la frivolidad es que Evan Spiliotopoulos y Michael Petroni, guionistas del filme, metan con calzador la leyenda negra de la Inquisición española. Una mentira repetida mil veces es mil veces una mentira, y más si Hollywood mete sus ponzoñosas y manipuladoras manos en el asunto.
5 de abril de 2023
5 de abril de 2023
39 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante otro film que utiliza los exorcismos como leitmotiv. ¿Positivo o negativo? La respuesta la tendrá que dar cada espectador después de ver una cinta muy entretenida aunque con pocas novedades. Como es normal, cada director da su toque personal a un subgénero que parece ya bastante agotado. Solo queda introducir algunas variantes para así desmarcarse de algo que es bastante lineal.
Julius Avery (Overlord) huye, acertadamente, de planteamientos metafísicos para centrarse en lo que verdaderamente es un exorcismo. Esto la acaba convirtiendo casi en una película de acción, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva. Entre lo positivo, un ritmo trepidante que cuenta con una sucesión de imágenes magníficamente rodadas que hacen que se nos pase volando. A esto ayuda su justo metraje y unas interpretaciones de altura. No nos olvidamos del terror, que lo hay. Sucede, que lo elementos que lo derivan a nuestro género favorito, están algo manidos de tanto verlos en innumerables films de posesiones demoniacas.
El padre Gabriele Amorth ostenta el cargo de jefe exorcista del Vaticano. Le toca investigar la posesión de Henry, un niño con el trauma de haber perdido a su padre en un accidente, tras el cual dejó de hablar. Este caso es el más complicado dentro de la extensa carrera del padre Amorth, tanto que acaba descubriendo una antigua conspiración que los jefes eclesiásticos han intentado mantener oculta.
Múltiples nombres tiene el Diablo, pero todos ellos se refieren a una entidad malvada que busca la perdición del Hombre. Hoy en día podríamos introducir de nuevos aunque se alejaran algo de los archiconocidos Satanás, Lucifer o Belcebub, por ejemplo. En los tiempos que corren tendrían nombres más terrenales, alejándose de la mitología pero con los mismos fines. No voy a nombrar a ninguno por si acaso, pero supongo que ya sabéis por donde voy.
El guion está muy bien estructurado. Une al ya comentado ritmo, una sucesión de escenas que impresionan por lo bien rodadas que están. En su contra, algunos elementos que, suponemos que están utilizados para hacerla más entretenida, chirrían bastante con algún que otro salto que nos puede parecer incomprensible. Hay que tener en cuenta que el padre Gabriele fue una persona real, con lo que se cuenta con abundante información acerca de sus innumerables exorcismos.
Vamos con el reparto. Lo encabeza un primer espada como Russell Crowe (Gladiator, The Mummy) en el papel de padre Gabriele. Es chocante y a la vez agradable, escucharle hablar italiano. Solvente en su papel al cien por cien. Le sigue como compañero de fatigas exorcistas Daniel Zovatto, en principio en una interpretación bastante inocua pero que va creciendo conforme avanza la cinta. Destacar también a Peter DeSouza-Feighoney como Henry. Desarrolla perfectamente un personaje al que le toca bailar con la más fea. Destacar también la aparición de un mito del cine, Franco Nero (John Wick: Chapter 2) dando vida al Papa. Acabamos con Ales Essoe (Doctor Sleep) y Laurel Marsden en unos papeles femeninos muy interesantes.
Vamos acabando ya. El Exorcista del Papa es una película que hará las delicias de todo aquel al que le fascinen los films de exorcismos. En este aspecto destaca sobremanera. A los poco habituados o poco complacientes con cintas de estas características decirles que le den una oportunidad. Sin duda pasarán un buen rato.
https://www.terrorweekend.com/2023/04/el-exorcista-del-papa-review.html
Julius Avery (Overlord) huye, acertadamente, de planteamientos metafísicos para centrarse en lo que verdaderamente es un exorcismo. Esto la acaba convirtiendo casi en una película de acción, con todo lo bueno y lo malo que esto conlleva. Entre lo positivo, un ritmo trepidante que cuenta con una sucesión de imágenes magníficamente rodadas que hacen que se nos pase volando. A esto ayuda su justo metraje y unas interpretaciones de altura. No nos olvidamos del terror, que lo hay. Sucede, que lo elementos que lo derivan a nuestro género favorito, están algo manidos de tanto verlos en innumerables films de posesiones demoniacas.
El padre Gabriele Amorth ostenta el cargo de jefe exorcista del Vaticano. Le toca investigar la posesión de Henry, un niño con el trauma de haber perdido a su padre en un accidente, tras el cual dejó de hablar. Este caso es el más complicado dentro de la extensa carrera del padre Amorth, tanto que acaba descubriendo una antigua conspiración que los jefes eclesiásticos han intentado mantener oculta.
Múltiples nombres tiene el Diablo, pero todos ellos se refieren a una entidad malvada que busca la perdición del Hombre. Hoy en día podríamos introducir de nuevos aunque se alejaran algo de los archiconocidos Satanás, Lucifer o Belcebub, por ejemplo. En los tiempos que corren tendrían nombres más terrenales, alejándose de la mitología pero con los mismos fines. No voy a nombrar a ninguno por si acaso, pero supongo que ya sabéis por donde voy.
El guion está muy bien estructurado. Une al ya comentado ritmo, una sucesión de escenas que impresionan por lo bien rodadas que están. En su contra, algunos elementos que, suponemos que están utilizados para hacerla más entretenida, chirrían bastante con algún que otro salto que nos puede parecer incomprensible. Hay que tener en cuenta que el padre Gabriele fue una persona real, con lo que se cuenta con abundante información acerca de sus innumerables exorcismos.
Vamos con el reparto. Lo encabeza un primer espada como Russell Crowe (Gladiator, The Mummy) en el papel de padre Gabriele. Es chocante y a la vez agradable, escucharle hablar italiano. Solvente en su papel al cien por cien. Le sigue como compañero de fatigas exorcistas Daniel Zovatto, en principio en una interpretación bastante inocua pero que va creciendo conforme avanza la cinta. Destacar también a Peter DeSouza-Feighoney como Henry. Desarrolla perfectamente un personaje al que le toca bailar con la más fea. Destacar también la aparición de un mito del cine, Franco Nero (John Wick: Chapter 2) dando vida al Papa. Acabamos con Ales Essoe (Doctor Sleep) y Laurel Marsden en unos papeles femeninos muy interesantes.
Vamos acabando ya. El Exorcista del Papa es una película que hará las delicias de todo aquel al que le fascinen los films de exorcismos. En este aspecto destaca sobremanera. A los poco habituados o poco complacientes con cintas de estas características decirles que le den una oportunidad. Sin duda pasarán un buen rato.
https://www.terrorweekend.com/2023/04/el-exorcista-del-papa-review.html
9 de abril de 2023
9 de abril de 2023
31 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bueno. Pues, ¿qué decir de «El Exorcista del Papa» (2023)»? Russell Crowe vuelve a Roma para luchar en la lid, pero no ataviado con el atuendo y las armas de un gladiador para la diversión del pérfido emperador Cómodo (180 – 193 d.C.), sino vestido con sotana negra y armado de crucifijo y agua bendita, al servicio de un papa inventado (en 1987 el pontífice máximo de la Iglesia Católica era el polaco, y canonizado Karol Wojtila, conocido por todos como Juan Pablo II), al que da vida un Franco Nero, que no me esperaba ver tan bien conservado y con ganas todavía de dar guerra en el cine, aunque al hombre ya se le notan un poquillo los achaques de la edad. Uno de los principales iconos del cine italiano («La Batalla de Argel», 1966; «Augustine: The Decline of the Roman Empire», 2010; «John Wick: Chapter 2», 2017).
Desde que en 1973 William Friedkin destapó la «caja de los exorcismos» con su adaptación de la obra de William Peter Blatty con la magnífica y colosal cinta (para mí, la más terrorífica de todos los tiempos, junto con «The Omen», 1976 , de Richard Donner) interpretada por Max Von Sydow, Lauren Bacall, Ellen Burstyn, Lee J. Cobb y Jason Miller, el listón para este (llamémoslo) «subgénero» quedó puesto de entrada tan alto, que de todas las secuelas, precuelas, «remakes», refritos y demás derivados, sólo atino a colocar cerca del hito, al «Exorcista III» (1990), dirigida por el propio Blatty (con George C. Scott, Brad Douriff, Jason Miller repitiendo y Ed Flanders); y «The Rite» (2011), de Mikael Håfström, muy dignificada por las actuaciones de Sir Anthony Hopkins, Rutger Hauer y Cyarán Hinds, como capaces de conservar ese aura tan intensa de sobrecogimiento y terror primario (teniendo en cuenta que en mi educación y cultura católicas, el demonio da mucho «yuyu»), Incluso me atrevería a añadir a esas excepciones «The Exorcism of Emily Rose» (2005), de Scott Derrickson, con el gran papel de Tom Wilkinson, y «The Devil Inside» (2012), de William Brent Bell, que a pesar de ser un «mockumentary» de serie inferior, es una de las pocas de este estilo que consiguió que me tuviera que cambiar los calzoncillos después de verla.
Cuando entré en la sala del cine, la primera imagen que quedó impresa en mis retinas fue la cantidad de asistentes con cajas repletas de palomitas; me dio un respingo intuitivo (y no supe porque hasta bien avanzado el metraje), porque jamás había asociado dicho manjar con una película realmente terrorífica que exigiese las dos manos en todo momento, para agarrarse a los brazos de la butaca. Después comprendí que «The Pope’s Exorcist» (2023), no llega ni mucho menos a las cotas de sudor frío, congestión de garganta y frío en la espalda a las que ponían (y ponen si alguien tiene arrestos de verlas en la completa oscuridad y soledad de la noche) las inmortales que he mencionado más arriba. Éstas abogan por un terror contemplativo, que apela a lo más primitivo de nuestros miedos, alimentado por los elementos culturales que hemos mamado de pequeños, y son hasta como un crisol en el que se reflexiona, y hasta se puede oler, atisbar, palpar… el mal en su origen, en su más pura esencia. Ese concepto o idea del mal que deja literalmente paralizado.
La propuesta de Julius Avery («Samaritan», 2022; «Overlord», 2018; «Son of a Gun», 2014), es una hibridación hacia una narrativa más aventuresca y/o detectivesca, que contiene trazas de cine fantástico en general, añadidos a lo que tendría que ser la pura y dura médula del terror, sobre todo cuando se trata del ejercicio de echar demonios. Es cierto que, a nivel temático se nos puede presentar como «una más de exorcismos», y de ello se cuida, pues el guion se sostiene básicamente por los referentes de «El Exorcista» y «The Rite», de los que, no es que toma prestadas, sino que directa y descaradamente confisca ideas, no sólo en lo que concierne al discurso, sino incluso en ciertos momentos de los que se podrían desprender calcos y referencias gráficas de las dos mencionadas anteriormente. Coge la masa madre, no para cocer un auténtico pan. En vez de eso, se hace una pizza algo estrafalaria, que lleva al espectro de una audiencia más generalista, claramente su público diana, a la que le va más el enfoque del horror al estilo de parque temático: «¡Bienvenidos al Exorcismo de Port Aventura!», en el que los contenidos del género terminan por caer casi a cotas caricaturescas.
La parte técnica del «film» es lo más decente. En lo que respecta a la fotografía de Khalid Mohtaseb, que combina la tétrica luz rebajada con tonos calientes en las escenas que se quieren impregnar de inquietud, de la presencia del Mal, con agradables vistas panorámicas de verdes bosques que rodean la casa señorial (una abadía), que a simple y primera vista, desde el exterior, parecerá mentira que en sus tripas se desarrollen tan aciagos y horribles hechos.
La banda sonora de Jez Kurzel es correcta. Pero sosa. Destaca y se agarra más a ese carácter que busca el misterio e intriga, haciendo un caldo marino con la partitura de la orquesta, apto para cocinar unas albóndigas con sepia (entiéndase la metáfora, en alusión al híbrido que refería antes), pero que destrozaría por completo una pieza de ternasco al horno.
El «set» principal es la abadía en ruinas que Julie (Alex Essoe) hereda de su recientemente fallecido esposo en un accidente de tráfico, y a la que la madre, con lo puesto, se muda con sus dos hijos, la inadaptada y rebelde adolescente Amy (Laurel Marsden), y su hermano menor Henry (Peter DeSouza-Feighoney), para vivir allí mientras la restauran, y venderla después. El caserón, tanto de exterior como en el interior, nos recordará a innumerables decorados que en la historia del cine han representado la morada de icónicos monstruos, como el Conde Drácula. El polvo, las telarañas, el mobiliario de época, las cristaleras, las habitaciones y un espeluznante sótano que parecerá ser la ruta que conduce a la puerta del mismísimo infierno,
Desde que en 1973 William Friedkin destapó la «caja de los exorcismos» con su adaptación de la obra de William Peter Blatty con la magnífica y colosal cinta (para mí, la más terrorífica de todos los tiempos, junto con «The Omen», 1976 , de Richard Donner) interpretada por Max Von Sydow, Lauren Bacall, Ellen Burstyn, Lee J. Cobb y Jason Miller, el listón para este (llamémoslo) «subgénero» quedó puesto de entrada tan alto, que de todas las secuelas, precuelas, «remakes», refritos y demás derivados, sólo atino a colocar cerca del hito, al «Exorcista III» (1990), dirigida por el propio Blatty (con George C. Scott, Brad Douriff, Jason Miller repitiendo y Ed Flanders); y «The Rite» (2011), de Mikael Håfström, muy dignificada por las actuaciones de Sir Anthony Hopkins, Rutger Hauer y Cyarán Hinds, como capaces de conservar ese aura tan intensa de sobrecogimiento y terror primario (teniendo en cuenta que en mi educación y cultura católicas, el demonio da mucho «yuyu»), Incluso me atrevería a añadir a esas excepciones «The Exorcism of Emily Rose» (2005), de Scott Derrickson, con el gran papel de Tom Wilkinson, y «The Devil Inside» (2012), de William Brent Bell, que a pesar de ser un «mockumentary» de serie inferior, es una de las pocas de este estilo que consiguió que me tuviera que cambiar los calzoncillos después de verla.
Cuando entré en la sala del cine, la primera imagen que quedó impresa en mis retinas fue la cantidad de asistentes con cajas repletas de palomitas; me dio un respingo intuitivo (y no supe porque hasta bien avanzado el metraje), porque jamás había asociado dicho manjar con una película realmente terrorífica que exigiese las dos manos en todo momento, para agarrarse a los brazos de la butaca. Después comprendí que «The Pope’s Exorcist» (2023), no llega ni mucho menos a las cotas de sudor frío, congestión de garganta y frío en la espalda a las que ponían (y ponen si alguien tiene arrestos de verlas en la completa oscuridad y soledad de la noche) las inmortales que he mencionado más arriba. Éstas abogan por un terror contemplativo, que apela a lo más primitivo de nuestros miedos, alimentado por los elementos culturales que hemos mamado de pequeños, y son hasta como un crisol en el que se reflexiona, y hasta se puede oler, atisbar, palpar… el mal en su origen, en su más pura esencia. Ese concepto o idea del mal que deja literalmente paralizado.
La propuesta de Julius Avery («Samaritan», 2022; «Overlord», 2018; «Son of a Gun», 2014), es una hibridación hacia una narrativa más aventuresca y/o detectivesca, que contiene trazas de cine fantástico en general, añadidos a lo que tendría que ser la pura y dura médula del terror, sobre todo cuando se trata del ejercicio de echar demonios. Es cierto que, a nivel temático se nos puede presentar como «una más de exorcismos», y de ello se cuida, pues el guion se sostiene básicamente por los referentes de «El Exorcista» y «The Rite», de los que, no es que toma prestadas, sino que directa y descaradamente confisca ideas, no sólo en lo que concierne al discurso, sino incluso en ciertos momentos de los que se podrían desprender calcos y referencias gráficas de las dos mencionadas anteriormente. Coge la masa madre, no para cocer un auténtico pan. En vez de eso, se hace una pizza algo estrafalaria, que lleva al espectro de una audiencia más generalista, claramente su público diana, a la que le va más el enfoque del horror al estilo de parque temático: «¡Bienvenidos al Exorcismo de Port Aventura!», en el que los contenidos del género terminan por caer casi a cotas caricaturescas.
La parte técnica del «film» es lo más decente. En lo que respecta a la fotografía de Khalid Mohtaseb, que combina la tétrica luz rebajada con tonos calientes en las escenas que se quieren impregnar de inquietud, de la presencia del Mal, con agradables vistas panorámicas de verdes bosques que rodean la casa señorial (una abadía), que a simple y primera vista, desde el exterior, parecerá mentira que en sus tripas se desarrollen tan aciagos y horribles hechos.
La banda sonora de Jez Kurzel es correcta. Pero sosa. Destaca y se agarra más a ese carácter que busca el misterio e intriga, haciendo un caldo marino con la partitura de la orquesta, apto para cocinar unas albóndigas con sepia (entiéndase la metáfora, en alusión al híbrido que refería antes), pero que destrozaría por completo una pieza de ternasco al horno.
El «set» principal es la abadía en ruinas que Julie (Alex Essoe) hereda de su recientemente fallecido esposo en un accidente de tráfico, y a la que la madre, con lo puesto, se muda con sus dos hijos, la inadaptada y rebelde adolescente Amy (Laurel Marsden), y su hermano menor Henry (Peter DeSouza-Feighoney), para vivir allí mientras la restauran, y venderla después. El caserón, tanto de exterior como en el interior, nos recordará a innumerables decorados que en la historia del cine han representado la morada de icónicos monstruos, como el Conde Drácula. El polvo, las telarañas, el mobiliario de época, las cristaleras, las habitaciones y un espeluznante sótano que parecerá ser la ruta que conduce a la puerta del mismísimo infierno,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
y del que emanará la fuente de maldad que hará imposible la vida a los nuevos inquilinos de la casa, poseyendo a Henry, oprimiendo a Amy, (busquen ustedes la diferencia entre posesión y opresión demoníaca) desesperando a su sufrida progenitora y retando a los dos sacerdotes, el Padre Esquivel (Daniel Zovatto) y el Padre Amorth (Crowe), que acudirán en auxilio de las víctimas, a enfrentarse al demonio que tiene ahí su guarida.
En la aventura y empeño de los dos religiosos, los efectos especiales (algunos muy bien conseguidos, otros mediocres, hasta deplorables, por el nivel de desarrollo de las tecnologías de imagen y sonido de nuestra época, de todo el clásico repertorio de las posesiones) se cargan cualquier vestigio de realismo de las situaciones que se representan, supuestamente basadas en los casos verídicos que trató el Padre Gabriel Amorth. La patente desvergüenza en primar el exceso de aparatosidad a los fenómenos que se pretende relatar al espectador, da al traste con toda posible sugestión del «miedo espiritual» que debería inspirar un «film» de estas características.
Los diálogos son flojos, acorde con esa prioridad dada a la acción y a la pomposidad visual, y lo poco que de ello tiene sustancia, está compuesto por un collage de frases lapidarias que emanan del ingenio chistoso del personaje de Amorth, o tomadas de películas primas hermanas suyas.
El elenco protagonista está encabezado por la pareja de sacerdotes, cuyo rol y dinámica relacional entre ellos se construye sobre la clásica estructura de un «buddy film»; como de dos agentes del FBI en misión gubernamental de pillar a un peligroso terrorista (nada más ver la última escena en la que aparecen las «oficinas secretas» del Vaticano, como en una de «Mission: Impossible»), o, como en la saga de «Men In Black», de buscar y eliminar a peligrosos alienígenas que han venido a nuestro planeta (en referencia a la mitología del demonio que posee a Henry, uno de los 200 ángeles caídos que Dios mandó al Infierno, por 200 puntos de la Tierra que figuran ser puertas al averno, entre ellos la Abadía).
No podemos obviar las nostálgicas referencias y guiños que un desgastado Crowe actúa; la más evidente, su llegada en «scooter» a la propiedad de los Vásquez, como si hubiera viajade en ese vehículo a España, desde el Vaticano (donde también se desplaza por sus calles en una de estas motocicletas), recordándonos el tan poco creíble como mítico galope de Máximo Décimo Meridio, de las hibernales fronteras del Imperio hasta su Hispania natal, en un tiempo récord, para encontrarse su villa saqueada y a su familia asesinada por los pretorianos del emperador.
El libreto, sobremanera acartonado y hecho a base de cosidos y recortes de otras piezas, no profundiza, ni es capaz de dar el suficiente trasfondo dramático (ni con los «flashbacks») al atormentado pasado de los curas, que el demonio utilizará para confundirles y vencerles. Así como tampoco confiere ningún tipo de relieve a los miembros de la familia Vásquez, que una vez liberado Henry del demonio al estilo («entra en mí»), que actuó Miller en el 73, son despachados de la escena, montándoles el padre español en el Seat Marbella en el que se vinieron, como si molestaran ya ante la cámara después del número de la posesión (Henry, poseído, resulta bastante cómico diciendo palabrotas y mostrando los «brackets» dentales, en una figuración que es clavada a la de Smeagol en «The Lord of Rings»).
Ni el último giro de un guion que se aguanta con pinzas de arrancar cejas, consigue enmendar una desvirtuada trama que, seguramente, no será plato de buen gusto para todos los incondicionales de las posesiones cinematografiadas, entre los que me cuento. Pero a pesar de no cumplir las esperadas expectativas, entre ellas las de hacer un retrato real (y no ficticio) del Padre Amorth, consigue entretener de manera simpática (excepto en el enésimo resobao de determinadas «secuencias-cliché»), a lo largo de sus 103 minutos de duración.
En la aventura y empeño de los dos religiosos, los efectos especiales (algunos muy bien conseguidos, otros mediocres, hasta deplorables, por el nivel de desarrollo de las tecnologías de imagen y sonido de nuestra época, de todo el clásico repertorio de las posesiones) se cargan cualquier vestigio de realismo de las situaciones que se representan, supuestamente basadas en los casos verídicos que trató el Padre Gabriel Amorth. La patente desvergüenza en primar el exceso de aparatosidad a los fenómenos que se pretende relatar al espectador, da al traste con toda posible sugestión del «miedo espiritual» que debería inspirar un «film» de estas características.
Los diálogos son flojos, acorde con esa prioridad dada a la acción y a la pomposidad visual, y lo poco que de ello tiene sustancia, está compuesto por un collage de frases lapidarias que emanan del ingenio chistoso del personaje de Amorth, o tomadas de películas primas hermanas suyas.
El elenco protagonista está encabezado por la pareja de sacerdotes, cuyo rol y dinámica relacional entre ellos se construye sobre la clásica estructura de un «buddy film»; como de dos agentes del FBI en misión gubernamental de pillar a un peligroso terrorista (nada más ver la última escena en la que aparecen las «oficinas secretas» del Vaticano, como en una de «Mission: Impossible»), o, como en la saga de «Men In Black», de buscar y eliminar a peligrosos alienígenas que han venido a nuestro planeta (en referencia a la mitología del demonio que posee a Henry, uno de los 200 ángeles caídos que Dios mandó al Infierno, por 200 puntos de la Tierra que figuran ser puertas al averno, entre ellos la Abadía).
No podemos obviar las nostálgicas referencias y guiños que un desgastado Crowe actúa; la más evidente, su llegada en «scooter» a la propiedad de los Vásquez, como si hubiera viajade en ese vehículo a España, desde el Vaticano (donde también se desplaza por sus calles en una de estas motocicletas), recordándonos el tan poco creíble como mítico galope de Máximo Décimo Meridio, de las hibernales fronteras del Imperio hasta su Hispania natal, en un tiempo récord, para encontrarse su villa saqueada y a su familia asesinada por los pretorianos del emperador.
El libreto, sobremanera acartonado y hecho a base de cosidos y recortes de otras piezas, no profundiza, ni es capaz de dar el suficiente trasfondo dramático (ni con los «flashbacks») al atormentado pasado de los curas, que el demonio utilizará para confundirles y vencerles. Así como tampoco confiere ningún tipo de relieve a los miembros de la familia Vásquez, que una vez liberado Henry del demonio al estilo («entra en mí»), que actuó Miller en el 73, son despachados de la escena, montándoles el padre español en el Seat Marbella en el que se vinieron, como si molestaran ya ante la cámara después del número de la posesión (Henry, poseído, resulta bastante cómico diciendo palabrotas y mostrando los «brackets» dentales, en una figuración que es clavada a la de Smeagol en «The Lord of Rings»).
Ni el último giro de un guion que se aguanta con pinzas de arrancar cejas, consigue enmendar una desvirtuada trama que, seguramente, no será plato de buen gusto para todos los incondicionales de las posesiones cinematografiadas, entre los que me cuento. Pero a pesar de no cumplir las esperadas expectativas, entre ellas las de hacer un retrato real (y no ficticio) del Padre Amorth, consigue entretener de manera simpática (excepto en el enésimo resobao de determinadas «secuencias-cliché»), a lo largo de sus 103 minutos de duración.
13 de mayo de 2023
13 de mayo de 2023
28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
No vamos a empezar con las típicas comparanzas con la mítica El Exorcista, primero porque no a lugar y segundo porque sería un auténtico insulto.
Dicho esto y para no aburrir al personal, los fans del panzudo amigo Russell puede que encuentren alguna excusa para soportar la minutada de este tostón viéndole hacer el imbécil creyéndose gracioso en una película sin pies ni cabeza, sin sentido, sin ritmo, sin gracia que no llega a enganchar en ningún momento donde las secuencias de acción están a la misma altura que las secuencias donde se empeñan en hablar, no importan ni las unas ni las otras.
Por no dar mas la tostada con esta pesadez de película, si la veis gratis y no tenéis nada mejor que hacer con vuestra vida, podéis perder el tiempo viendo la patética actuación de esta banda de amiguetes, eso si, el niñato poseído es la guinda del pastel, porque mas ridículo, exagerado e irrisorio no puede ser, el resto de personajes, son tan prescindibles que ni merecen mención, aunque salga por ahí un tal Franco Nero que para estas cosas ha quedado el hombre y bueno...para qué decir mas...
Lo dicho, si fumara diría que es infumable...
Dicho esto y para no aburrir al personal, los fans del panzudo amigo Russell puede que encuentren alguna excusa para soportar la minutada de este tostón viéndole hacer el imbécil creyéndose gracioso en una película sin pies ni cabeza, sin sentido, sin ritmo, sin gracia que no llega a enganchar en ningún momento donde las secuencias de acción están a la misma altura que las secuencias donde se empeñan en hablar, no importan ni las unas ni las otras.
Por no dar mas la tostada con esta pesadez de película, si la veis gratis y no tenéis nada mejor que hacer con vuestra vida, podéis perder el tiempo viendo la patética actuación de esta banda de amiguetes, eso si, el niñato poseído es la guinda del pastel, porque mas ridículo, exagerado e irrisorio no puede ser, el resto de personajes, son tan prescindibles que ni merecen mención, aunque salga por ahí un tal Franco Nero que para estas cosas ha quedado el hombre y bueno...para qué decir mas...
Lo dicho, si fumara diría que es infumable...
6 de mayo de 2023
6 de mayo de 2023
20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Supongo que cualquier película sobre exorcismos tendrá un elenco, empezando por el director que haya, cuanto menos, echado un vistazo a la película más terrorífica de todos los tiempos.
"El exorcista" fue una película traumática por diferentes razones que no cumple ni "El exorcista del papa" ni practicamente ninguna otra:
· Es una película lenta, como debe ser una buena película de terror, que te va dando poco a poco esas dosis de momentos terroríficos. Reagan tenía síntomas e iba pasando agotadores e interminables pruebas médicas mientras estos síntomas se agudizaban. En el resto de películas, apenas hay paciencia con este tránsito y la víctima se encuentra completamente "poseída" de un minuto a otro.
· La contención. Esta lentitud hace que los "fuegos de artificio" queden para el clímax de la película, al final, y no comiencen al poco de empezar la película, lo que hace que tantos elementos de terror exagerados juntos dejen de impresionar y aburran. Especialmente cuando, en este caso, son tan abrumadores.
· El maquillaje. ¡Y dale con los efectos digitales cuando no son necesarios! Un buen maquillaje puede ser incómodo para el actor y por el tiempo de espera, pero no es caro, y a esta película le sobraba presupuesto para hacerlo, el maquillaje siempre será bastante más creíble (y espeluznante en este caso) que lo digital.
· La intimidad claustrofóbica y la luz de la habitación. Y es que en la original, prácticamente toda la "acción" ocurría en una pequeña habitación oscura donde el simple hecho de ver la puerta de ésta ya daba miedo porque sabías que allí se concentraba todo el mal.
· El drama. En "El exorcista" hay una trama paralela sobre el propio padre Karras que tiene su propio trauma y está muy bien interpretado. Aquí tenemos a un exorcista graciosete.
· "El exorcista" se estrenó en una época donde todavía había mucha gente creyente, obviamente eso no se puede volver a replicar.
Por decir algo bueno de esta película, Russel Crowe no lo hace mal y esperaba un desastre, no es un perfil que le pegue mucho. La fotografía no está nada mal y la historia con sus personajes, aunque desaprovechada, está bien escogida.
"El exorcista" fue una película traumática por diferentes razones que no cumple ni "El exorcista del papa" ni practicamente ninguna otra:
· Es una película lenta, como debe ser una buena película de terror, que te va dando poco a poco esas dosis de momentos terroríficos. Reagan tenía síntomas e iba pasando agotadores e interminables pruebas médicas mientras estos síntomas se agudizaban. En el resto de películas, apenas hay paciencia con este tránsito y la víctima se encuentra completamente "poseída" de un minuto a otro.
· La contención. Esta lentitud hace que los "fuegos de artificio" queden para el clímax de la película, al final, y no comiencen al poco de empezar la película, lo que hace que tantos elementos de terror exagerados juntos dejen de impresionar y aburran. Especialmente cuando, en este caso, son tan abrumadores.
· El maquillaje. ¡Y dale con los efectos digitales cuando no son necesarios! Un buen maquillaje puede ser incómodo para el actor y por el tiempo de espera, pero no es caro, y a esta película le sobraba presupuesto para hacerlo, el maquillaje siempre será bastante más creíble (y espeluznante en este caso) que lo digital.
· La intimidad claustrofóbica y la luz de la habitación. Y es que en la original, prácticamente toda la "acción" ocurría en una pequeña habitación oscura donde el simple hecho de ver la puerta de ésta ya daba miedo porque sabías que allí se concentraba todo el mal.
· El drama. En "El exorcista" hay una trama paralela sobre el propio padre Karras que tiene su propio trauma y está muy bien interpretado. Aquí tenemos a un exorcista graciosete.
· "El exorcista" se estrenó en una época donde todavía había mucha gente creyente, obviamente eso no se puede volver a replicar.
Por decir algo bueno de esta película, Russel Crowe no lo hace mal y esperaba un desastre, no es un perfil que le pegue mucho. La fotografía no está nada mal y la historia con sus personajes, aunque desaprovechada, está bien escogida.
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