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La rueda de la maravilla

Drama En la Coney Island de la década de los 50, el joven Mickey Rubin (Timberlake), un apuesto salvavidas del parque de atracciones que quiere ser escritor, cuenta la historia de Humpty (Jim Belushi), operador del carrusel del parque, y de su esposa Ginny (Winslet), una actriz con un carácter sumamente volátil que trabaja como camarera. Ginny y Humpty pasan por una crisis porque además él tiene un problema con el alcohol, y por si fuera poco ... [+]
Críticas 114
Críticas ordenadas por utilidad
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7
18 de enero de 2018 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La más reciente película de Woody Allen narra una historia que plantea un triangulo amoroso entre un joven, una mujer casada y su hijastra, situación que inevitablemente hace pensar en el caso del propio Allen, quien no parece inmutarse ni darse por aludido.

La historia se sitúa en el Nueva York de los años 50, concretamente en Coney Island, y es narrada por Mickey (Justin Timberlake), quien es el salvavidas de una playa en dicho lugar y que además sueña con ser escritor, él se ha relacionado con Ginny (Kate Winslet), una mujer casada, quien tiene un hijo con tendencias pirómanas, fruto de su primer matrimonio, que trabaja como mesera y vive frustrada por no haber cumplido su sueño de ser actriz.

Ginny y su hijo viven con Humpty (James Belushi), un operador del carrusel que ha dejado el alcohol, ellos viven en una casa junto al parque de atracciones a donde llega Carolina (Juno Temple), hija de Humpty con quien no se hablaba después de haberse casado con un mafioso al que ha abandonado después de delatarlo, por lo que decide acudir a la casa del padre a esconderse, pero todo cambia cuando conoce a Micky el salvavidas, de quien se siente atraída.

Con un drama que casi no contiene notas de humor, la nueva película de Allen llama la atención inicialmente por su fotografía vistosa y colorida, a cargo nuevamente del maestro Vittorio Storaro, quien juega con las luces y las sombras acorde a una puesta en escena demasiado teatral.

La película se centra en el personaje de Ginny y es el inspirado trabajo de Kate Winslet lo que la sostiene en su mayor parte, quien pasa de momentos grises a un vistoso fulgor al iniciar su affaire con un joven y apuesto salvavidas que le ilusiona con la posibilidad de recuperar una vida frustrante y un sueño abandonado, hasta que llega una terrible amenaza en el cuerpo de su hijastra que lo complicará todo, además de tener que lidiar con su incendiario hijo, un chico silencioso que gusta de prenderle fuego a todo y que se convierte en un personaje peculiar dentro de la historia.

Con algunos pasajes que recuerdan películas anteriores de Allen pero sin alcanzar mayor altura, ‘Wonder Wheel’ es un producto muy típico de su director, con algunos momentos de buen cine, intensidad y emoción pero lejos de sus mejores películas, y con una Kate Winslet en plan soberbio.

http://tantocine.com/la-rueda-de-la-maravilla-de-woody-allen/
6
14 de mayo de 2018 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realmente me ha sorprendido.

Wonder Wheel ha sido una noria que da vueltas, tal y como la que Kate Winslet tiene tras su ventana en esta película.
Totalmente alejada a la temática de las que Allen nos tiene acostumbrados y al mismo tiempo siguiendo su línea de personajes de la vida diaria tal vez estemos ante su obra más real.

El contexto cincuentero de Coney Island solo pone el escenario de un juego de actuaciones memorables donde Kate Winslet y James Belushi son las auténticas estrellas, dando vida a la mujer infeliz y a su desconcertado marido, en el debate sempiterno de qué es el amor. Juno Temple, actriz poco conocida para lo mucho que debiera estar a estas alturas fue otro de los condicionales que me hicieron interesarme.

Su personaje quizás es el que más vida ejerce, vampirizando al de Winslet que se queda solo y perdido al comenzar. Como una noria, los acontecimientos de estos personajes peculires da vuelta y Justin Timberlake, la voz narradora y lamentable, nos sumerge en un país de las Maravillas donde gente muy real sueña con cosas imposibles, y donde el estancamiento es una obra artística.
10
4 de julio de 2018 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por A. Sanjurjo Toucon, en semanario "crónicas", montevideo, urugua

La rueda de la maravilla (Wonder Wheel). EE.UU. 2017. Dir. y guión: Woody Allen. Con: Jim Belushi, Juno Temple, Justin Timberlake, Kate Winslet.
Con más de ochenta años y una prolífica filmografía con numerosos títulos magistrales, Woody Allen puede permitirse hacer el cine de su preferencia, aunque se filtren algunos yerros. Y ello es lo que ocurre en “La rueda de la maravilla”, título que a su vez se inscribe en una corriente donde el cine norteamericano de hoy busca reflejarse tal como era en los años ’50, a la vez que dirige una mirada a veces crítica, a veces nostálgica, u ambas cosas a los triunfalistas EE.UU. de los primeros años 50, como acontece aquí y en su coetánea “Suburbicon” (también estreno de estos días, comentada en la pasada edición).
El escenario no es la habitual Manhattan, ni ninguna de las refulgentes ciudades europeas en que el diminuto genio albergara algunas de sus creaciones de etapas más o menos recientes. Se trata de Coney Island, la popular playa y parque de diversiones, próximos a Brooklyn –donde naciera Allen y viviera sus primeros años- cuyo declive se iniciara poco antes de la década del ’50 en que transcurre el relato.
Un rústico y grosero individuo que regentea algunas de las atracciones del lugar, habita allí junto a su esposa (camarera de un bar cercano) y un adolescente piromaníaco y filmófago, hijo de esta. A la vivienda (reciclaje de una pequeña sala teatral), arriba, buscando refugio, una hija del hombre, perseguida por los secuaces del gangster con el que está casada.
De la gran panorámica con que se abre el film, se salta a los ámbitos cerrados (con Coney Island como frecuente fondo visual y sonoro) donde estalla un entramado de adulterios y traiciones protagonizados por estos personajes con que juguetea dramáticamente Allen, y a su vez rinde tributo a uno de los títulos mayores de Tennessee Williams: “Un tranvía llamado deseo” (1947), sin relegar varias de las constantes de personajes que le son propios.
Allen hace cine remitiéndose al teatro. Una presencia de las tablas independiente de los constantes parlamentos en ámbitos cerrados, recreados con la dinámica visual proporcionada por montaje, ángulos y movimientos de cámara, respondiendo a significación y contenido; su magnífica teatralidad es sustentada por otro artista genial, con presencia específicamente cinematográfica: el director de fotografía Vittorio Storaro, con sus iluminaciones expresionistas.
El recurso del narrador de cuanto acontece -de remota existencia-, ya sea éste partícipe de la historia u ajeno a ella, ha sido abordado por Allen con particular éxito; incluso asumiendo ese sitial en otras ocasiones. Quien lo desempeña ahora es un personaje amoral, salvavidas playero, voz y conciencia de sí mismo, en el que Raskolnikov y Pepe Grillo se combinan.
El estrellato en las tablas y la pantalla, opción aquí presente, y fuerte componente del “american dream” de la cultura de la victoria -afianzada por la Segunda Guerra Mundial-, dotan de nítido perfil a la época del relato, a la vez que constituye una recreación lateral de la vida de Woody. En tiempos de su relación con Mia Farrow, Allen señalará a ésta que aquellos que para él eran inalcanzables dioses y diosas de la pantalla, para ella se trataba simplemente de los amigos de papá (John Farrow) y mamá (Maureen O’Sullivan). En “La rueda de la maravilla”, el teatro y el cine son metas ansiadas y abandonadas por varios personajes, a cambio de existencias rutinarias y grises, resguardadas por la imaginación de lo que no fue.
Intérpretes extraordinarios, en especial Belushi y Winslet, relucen con las instancias dramáticas: las dominantes. Allen suele ofrecer guiones donde los “tempos” y los parlamentos se corresponden milimétricamente con cuando exige el relato. Deja al espectador con la sensación de querer “más de eso”. En este opus nostálgico del pasado “esplendor” de Coney Island, abundan las instancias dramáticamente superfluas, ralentizándolo todo, aunque plenamente logradas si las contemplamos independientemente. Al guión le falta una reelaboración que imprima el característico rigor “woodyalleniano”.
Film sumamente disfrutable, posee una banda sonora con amplia presencia de música de época, sin alcanzar ese impacto con que Allen moldea su cine desde el pentagrama.
Para no perder.
5
8 de septiembre de 2018 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allen tiene media docena de películas notables. Pero como hace una al año, como churros, las de los últimos años son todas parecidas. Y aburridas, como esta. Una mínima historia estirada para que dure. Con diálogos pseudointelectuales, con personajes de caricatura.
La clave de esta decadencia de Allen, con algunas excepciones, está en la disminución de esa creatividad que estaba tan presente en sus primeras películas. Las tramas son muy parecidas, la duración siemore la misma, cuente lo que cuente.
Algunas de estas últimas películas, como esta, parecen simplemente comerciales y es una pena porque Woody Allen en cierto modo revolucionó la comedia... hace treinta años.
5
10 de septiembre de 2018 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace mucho mucho tiempo... En un país muy lejano... Me fijé en un hombrecillo que salía en dos películas fruto de aquella época efervescente y rompedora, segunda mitad de los años 60: ¿Qué tal, pussycat? y Casino Royale. Aquel tipo tenía la virtud de provocar mis carcajadas en cuanto asomaba a la pantalla. Se llamaba Woody Allen. Después, dirigió su primera película, Toma el dinero y corre, y comenzó entre nosotros una historia de amor que se prolonga hasta nuestros días. Como toda historia de amor larga, ha tenido sus altibajos, alguna discusión subida de tono a propósito de Sombras y niebla, por ejemplo, Acordes y desacuerdos, incluso un conato de ruptura cuando rodó una cosa tan insulsa, estúpida y desmotivada como Vicky Cristina Barcelona, que encima le reportó un muy poco merecido Oscar a Pe. Nos reconciliamos con Midnight in Paris, y hemos ido tirando impulsados por nuestro amor.
Wonder Wheel no me ha gustado. Espero que no sea su última película, sé que tiene rodada A Rainy Day in New York, pero vaya usted a saber si consigue distribución, por culpa de esa histérica insufrible, la Farrow, y el hijo biológico de ambos. Vamos, eso dicen, porque yo nunca había visto un hijo biológico de alguien tan asombrosamente parecido a Frank Sinatra, Pero volvamos con la película.
Wonder Wheel se me antoja impostada, falsa por los cuatro costados, indigna de su autor. Por una vez, abandona su clase media-alta para adentrarse en eso que llaman la White Trash, la basura blanca, ese segmento significativo de población estadounidense cutre salchichero, pobre de mente y espíritu, que arrastra su cochambrosa vida por cochambrosos entornos. Muy buena la recreación de Coney Island, muy lujosa la fotografía de Vittorio Storaro, con colorido especial para cada personaje, pero guión de poca sustancia y teatral en exceso. Winslet está bien, algo normal, James Belushi sorprende con un papel alejado de sus payasadas habituales, Juno Temple correctita, y Justin Timberlake... Pasaba por allí.
Sólo espero que, a pesar de sus casi 83 años, el autor de Manhattan nos siga deparando sorpresas. Yo creo en ti, Woody.
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