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El rey Lear

Drama El anciano Rey Lear decide repartir su reino entre sus hijas. Confundido por la falsa adulación de las dos mayores, Goneril y Regan, a pesar del auténtico amor filial y la sinceridad de la más joven Cordelia, con deslealtad, deshereda a ésta y reparte sus tierras entre aquellas. Cordelia parte para casarse con el Rey de Francia. Mientras tanto el Conde de Kent, que ha intentado hacer entrar en razón al Rey, es desterrado. Al poco tiempo ... [+]
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
14 de julio de 2013
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran director teatral Peter Brook ya había dirigido el montaje de El rey Lear en 1962, con la Royal Shakespeare Company y Paul Scofield en el papel protagonista. Nueve años después, dentro de su escueta carrera cinematográfica, aborda la versión cinematográfica con el mismo actor, rodada en blanco y negro y fiel reflejo de la peculiar dramaturgia de Brook.

No es una adaptación fácil de la obra de Shakespeare, sobre todo vista desde una época en la que se espera un ritmo más ágil y a veces frenético. El ritmo es lentísimo, denso, apropiado para saborear y pensar las palabras más que para seguir una historia, lo cual borra o replantea las fronteras entre lo teatral y lo cinematográfico, acertada o desacertadamente según gustos. Habrá quien la encuentre casi sobrenatural y habrá quien bostece al cuarto de hora. Evidentemente, los versos de Shakespeare resuenan, golpean, atruenan en cada escena de esta obra maestra sobre los engaños de los sentimientos, la fatal energía de crueldad y estupidez del ser humano y la locura y la muerte como la catarsis liberadora de todo el laberinto de intrigas, traiciones y sufrimientos inspirados en la figura del legendario rey británico Lear.

El trabajo de Brook con los actores es tan sobresaliente como peculiar, comenzando con un Lear perfecto en perfil y carácter como Paul Scofield, pero sin olvidar a Irene Worth como la cruel Goneril, Susan Engel como la gélida y mortal Regan, Cyril Cusack y Patrick Magee como sus despiadados y a la vez sumisos maridos Albany y Cornwall y Alan Webb como un Gloucester lleno de patetismo. Destacan también Jack McGowran como el Bufón, Robert Langdon-Lloyd como Edgar, el hijo fiel, o Ian Hogg como el bastardo Edmund. Los actores recitan largos parlamentos e incisivos diálogos buscando la veracidad interior pero a costa de un excesivo artificio, típico de algunas interpretaciones del "Método" teatral que a algunos espectadores fascina mientras exaspera a otros.

La película tiene grandes aciertos como las localizaciones en páramos, playas y vacíos atemporales y simbólicos. El poder escenográfico de Brook es patente en cada escena, como en el barrido por rostros mudos en los créditos sólo roto por el sonido de una puerta que se cierra, el trono preeminente y a la vez aislado de Lear, la naturaleza agresiva y desolada, o el cielo blanco final de la muerte de Lear. Magnífica la escena del ciego Gloucester en la playa creyendo estar en el acantilado que le cuentan las palabras de su hijo Edgar, a su vez disfrazado de Tom. Gran vestuario y maquillaje, subrayando siempre el desasosiego, el dolor y la miseria. La cámara busca, lógicamente, el primer plano del actor, aunque también compone cuadros deslumbrantes en planos más abiertos y se comporte a veces de manera desconcertante, sacando a los personajes de cuadro o moviéndose caprichosamente.

Lo negativo de la película, aparte de la excesiva lentitud, es la falta de unidad. Cada escena por separado es brillante, pero no hay una ligazón clara de espacios y tiempos, con lo cual el espectador poco conocedor de la obra de Shakespeare puede llegar a perderse.

Una película para incondicionales de Shakespeare, de Brook y de la interpretación teatral. Tiene muchas más virtudes que defectos, aunque estos hay que tomárselos con paciencia y ganas de pensar.
Pedro_Moraelche
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8 de octubre de 2022
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
330/07(06/10/22) Con motivo del reciente fallecimiento del londinense Peter Brook (02/07/2022) me he visto esta sugerente adaptación homónima de la clásica obra de William Shakespeare de 1603, aunque inspirada directamente teniendo como gran reclamo al majestuoso protagonista Paul Scofield, rodándose en 16 mm en crudo blanco y negro, siendo escenario el país de dunas a mediados de invierno en la danesa península de Jutlandia. Siendo director teatral Brook ya había dirigido el montaje de “El Rey Lear” en 1962, con la Royal Shakespeare Company y Paul Scofield en el papel protagonista. Nueve años después, dentro de su escueta carrera cinematográfica, aborda la versión cinematográfica con el mismo protagonista. Quedando los temas inherentes a la obra nítidos, hablando de la arrogancia moral, de la hipocresía, de la herencia, de la codicia, de la traición, del egoísmo, del descenso a la locura, o de los prejuicios.

Film no apto a todos los paladares, por su ritmo lento, denso, agreste, sereno, con altibajos en su desarrollo, no es lo mismo el tempo del teatro que el del cine, y en este caso se nota que Brook prefiere dar relevancia al teatro, en la forma que se da vigor ante la cámara a las actuaciones, ello con asfixiantes (por momentos) primeros planos, para extraer lo mejor de las interpretaciones que tan bien el director sonsaca. Resultando el marco de fondo un personaje más, cual lar desnudo, con castillos frugales, playas, dunas, aridez, animales muertos, todo seco, sin vida, cuasi-hostil por donde transcurre la mayor parte del metraje, ello como alegoría de los sentimientos adustos y despojados de calor humano que asolan estos páramos estériles, con cielos blancos por donde se filtra de modo pálido los rayos de sol. Todo esto potenciado por la fenomenal fotografía del dinamarqués Henning Kristiansen (“El festín de Babette”), creando cuadros sofocantes de hosquedad en las tomas generales inundadas de luz blanca, con secuencias tan impactantes como la tormenta, con barridos tan desabridos como la toma de los rostros durante los créditos iniciales, con extasiantes zooms, donde la música extradiegética es inexistente paras dar más sensación de aislamiento.

La historia, es la de un legendario rey bretón, anterior al imperio romano, que decide repartir el reino entre sus tres hijas, para ello les pide que le expliquen cuanto le quieren, y según su respuesta será más o menos generoso. Las dos hijas mayores le adulan y exageran, mientras que la sincera hija menor le viene a decir que le quiere “como a un padre”, lo cual enfada mucho al rey, quien la deshereda. A partir de ahí los personajes se dividen en traidores y leales al rey, y se van juntando y separando en distintas aventuras, hasta el trágico final.

Es una producción que realza al elenco actoral dejando despojado de vida los fondos, para que en primer plano realzar las (irregulares) actuaciones, destacando sobre todo la fascinante encarnación de Paul Scofield como el infausto Rey Lear, físicamente Ernst Hemingway con esa barba blanca, con esos enormes y expresivos ojos, tiene un arco de desarrollo muy marcado en su intensa expresividad, un ser que comenzamos viéndolo como un coloso arrogante, y va descendiendo por la pendiente anímica, hasta desembocar en la locura. Fabuloso en sus monólogos, en su fuerza dramática; Anne-Lise Gabold da vida a Cordelia, la hija más pura de sentimientos de Lear, le falta presencia a loa actriz, le falta punch para dar réplica a Scofield; Irene Worth como la brutal Goneril, es una actuación algo baja para lo que se espera del personaje, igual fue errado su casting, adolece de la fuerza que requiere su rol; Jack MacGowran como el bufón resulta muy bueno, con gran frescura y garra mordaz; Susan Engel como la cruel Regan, da vigor a su personaje; Alan Webb como el duque de Gloucester da muestras de su energía patética, emociona su padecimiento; Robert Langdon-Lloyd como Edgar, imprime arrojo y garra a su valiente personaje, mantenido una conmovedora química con Webb, en este sentido resulta turbadora la escena en que el hijo le hace creer al padre están frente a un acantilado.

En su desarrollo me resulta algo atrompicado como salta de un lado a otro, con unas elipsis un tanto mejorables. Es de esas cintas que es mejor por partes que en conjunto, que tiene algunos valles de ritmo. También me resulta muy pobre el reflejo de la guerra que hay, llega a dar pena la frugalidad de medios.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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16 de mayo de 2011
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Adaptación al cine de una de las tragedias más aclamadas de William Shakespeare. Desde los primeros compases de la película, reina un silencio sobrecogedor que poco a poco absorbe por completo al espectador. Los soliloquios, por tanto, cobran en fuerza e intensidad, aunque en un par de escenas se vean perjudicados por unos extrañísimos movimientos de cámara.

El ritmo de la película es lento, fiel a la obra, aunque la parte final transcurra presta, a diferencia del desarrollo anterior. Eso sí, la sensación de ambición y miseria imperante en la atmósfera es característica capital en la representación, lo que hace de 'King Lear' una notable adaptación.
Chocolator
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30 de mayo de 2020
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Esta versión me recuerda mucho al Macbeth de Orson Welles, está rodada en blanco y negro, con muchos primeros planos y cierta estética de terror. El protagonista es un hombre duro, con lo cual la supuesta locura de Lear se atenúa, es más un hombre centrado en sí mismo, que parece mandar incluso cuando es un mendigo, pero carente de fragilidad, lo mismo le ocurre al Rey Lear que interpreta Anthony Hopkins, pero en este caso es más acusado, el rey parece un león incluso en su peor momento.

A la estética en general dura, se une la ambientación: un paisaje árido, animales muertos tras la tormenta, y en general pobreza. Incluso las camas de los nobles son montones de paja. En este sentido es una película más realista que otras, porque uno se puede imaginar que el ambiente de Inglaterra del siglo VIII antes de Cristo podría ser así: cuero y piel por todas partes, castillos que son caserones de madera y adobe, y carruajes que son enormes cajas de madera, con ruedas sólidas, sin radios. Todos estos factores y la oscuridad omnipresente crean un ambiente opresivo muy adecuado para la obra, y que, de alguna manera, ofrecen el contrapunto a la fuerza del protagonista: Lear no se hunde, pero el mundo sí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
José Bastida
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