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El expreso de París

Cine negro. Intriga El contable de una casa de comercio en Holanda, hombre con una especie de obsesión con los trenes, descubre al dueño de la firma en el momento en que éste va a escapar con el dinero del negocio. En una lucha que sostienen, el hombre cae en un canal y el gerente cree que lo ha matado. Tentado por el dinero, toma el Expreso de París que pasa en ese momento, abandonando a su mujer y sus hijos. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
29 de septiembre de 2022
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor de esta película es Marta Torén, con ella se demuestra que Claude Rains será aquí un fugitivo muy enamorado de los trenes, ahora bien, además de su afición por los trenes hay que sumar primero su afición por los florines y por la mujer que le encandila: Marta Torén. Marta tiene unos ojos y una mirada que hechizan.

Por lo demás, la película tiene sus puntos interesantes pero en vez de avanzar no da más que vueltas sobre sí misma. Está basada en una novela de Simenon que después de ver la película se le quita a uno la idea de leerla.

La actuación del señor Rains será más o menos buena, pero no para alabar, es ni más ni menos lo que se espera de él. Peter Lorre lo hubiera hecho igual, y, creo, habría estado más gracioso.
floïd blue
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27 de septiembre de 2013
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo mejor que tiene esta película de Harold French es con diferencia
la soberbia interpretacion de Claude Rains.
El inicio es prometedor, pero va decepcionando con imperdonables
fallos de guion que culminan en un final totalmente descabellado.
La realizacion es correcta, filmada en un color chillón y antinatural.
A destacar la aparición en un corto papel de una joven Anouk Aimée.
Para "fans" de Claude Rains.
Rebeldeconcausa
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14 de agosto de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un Actor con mayúsculas. Siempre es notable ver en sus actuaciones lo cerca que está de los personajes. En este, un timorato contable muy bien definido y el cambio producto de las circunstancias.
También es loable lo que hace la femme fatale, en este caso Marta Torén, a quien he visto en otros filmes y su mirada y gestos la hacen ideal para el papel.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sigfrido2
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25 de septiembre de 2022
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"The Man Who Watched Trains Go By" es una mediocre adaptación de la novela del escritor belga George Simenon (el creador del detective Maigret), "L’homme qui regardait passer les trains" (1938).

El director y guionista Harold French y su coguionista Paul Jarrico se equivocan de pleno y desvirtúan por completo el sentido de la novela original tanto en la dramaturgia como en el desarrollo de los personajes cuya actuación resulta del todo incomprensible. Aunque no se haya leído la estupenda novela de Simenon, uno se da cuenta de que el guión está mal estructurado con situaciones incomprensibles, personajes mal definidos y un final poco creíble.

Una lástima porque el material de inicio era muy bueno y porque el elenco con los excelentes Claude Rains y Herbert Lom auguraba un muy buen film. El mediocre resultado, sin duda, hay que atribuirlo al director y coguionista Harold French que no supo sacar el máximo partido al material con que contaba de partida.
Marius
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17 de junio de 2023
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El hombre que observaba los trenes pasar, como observa pasar la misma vida. Inmóvil pasajero que observaba otras vidas en las que parecían pasar, ocurrir, cosas, el hombre, espectador, que soñaba con otros lugares, con otras vidas, como su expresión se interrumpe, arrebolada, cuando escucha pasar el expreso de París junto a su hogar. Kees (Claude Rains), en El expreso de París (The man who watched trains go by, 1952), producción británica dirigida por Harold French, quien adapta una novela de Georges Simenon, se sorprende de que el encargado de la estación nunca se haya preguntado sobre los trenes que pasan cada día ante él, hacia dónde van, como si no se preocupara de otras vidas más allá de la pantalla, del horizonte estrecho, que constituye su vida, en esa población de Holanda, Groningen. Ambos viven inmóviles, pero uno está satisfecho con su posición y función en un engranaje de vida, mientras que el otro sueña con lo que podría ser su vida, otras posibles narrativas de vidas, las que vidas que no han sido. Kees controla los horarios de los trenes mejor que él, como quien lleva la contabilidad de los sueños no realizados, pero aún posibles. También lleva, desde hace dieciocho años, la contabilidad de la empresa en la que trabaja, dirigida por De Koster (Herbert Lom); empresa en la que tiene invertido su dinero; labor y empresa en la que ha invertido su vida.

Kees ha instituido su vida en el cumplimiento de su función, ser alguien aplicado que controla los números de la vida, apoltronado en su pequeña esquina, o pequeño compartimento, con su familia, su esposa y dos hijos, con sus rutinas y rituales, mientras observa pasar la vida que podría haber vivido, que podría quizá vivir si alguna vez habitara los puntos suspensivos que ha aparcado en su existencia. Hasta que toma consciencia de que su vida ha sido un engaño, que su subordinación no tenía sentido alguno, que cumplía una función que posibilitaba que otros sí vivieran mientras disponían de su presente, y él aplazaba o abortaba sus posibles futuros, como descubre que ha hecho De Koster. No sólo es aquel que vive un sueño, más allá, como cuando le ve en la noche despidiéndose de una hermosa mujer, Michele (Marta Torne), sino que ha llevado a la bancarrota a la empresa, y por lo tanto el dinero invertido por Kees, todo su dinero, por esos sueños, por esa mujer, por ese otro mundo más allá, París. Y su furia posibilita un accidente, y que determine un giro radical en su vida, ya que intentará suplantar la vida de aquel otro que robaba la suya, sus sueños. Kees toma por fin ese tren, en dirección a París, y se convierte en otro.

French narra con eficacia y precisión, apoyado en unos excelentes intérpretes, este trayecto, que supone un viaje más que a la realización, al trastorno, a un callejón sin salida que resulta de una insalvable escisión, de no poder ser del todo otro. Intentar suplantar, vivir la vida de otro (no sólo disfrutar del dinero que hubiera disfrutado De Koster, sino incluso de la misma mujer, Michele) propicia el enajenamiento en el proceso de convertirse en otro para mantener la posibilidad de realizar sus sueño. Porque Kees aún sigue siendo vulnerable a los que quieren engañarle, aprovecharse de su ingenuidad, como es el caso de Michelle, pero también, a la vez, puede ser alguien, otro, capaz de realizar lo que no imaginaba, de ser tan expeditivo como cruzar umbrales inesperados, los que implican agredir, asesinar, a quien corporeiza la decepción de los sueños. Las secuencias oníricas en el último tramo señalizan ese proceso, esa pérdida progresiva de referencia. Más que la persecución del policía Lucas (excelente Marius Goring), entusiasta del ajedrez, templado y comprensivo, el peligro subyace en sí mismo, en las sombras que puedan brotar de la frustración al comprobar que los sueños largamente larvados, observándolos pasar en forma de tren, se materializan en unos siniestros y turbios sumideros.

Alexander Zárate
elcinedesolaris.blogspot.com
cinedesolaris
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