No exagero si digo que esta película es atroz, infumable, tétrica. El griego que produjo esto no irá al infierno, irá más abajo. Pelé (que no se interpreta a sí mismo, como sugiere la sinopsis, sino a a un tal Santos, el otrora mejor jugador del mundo) sale unos quince minutos en total, pero su personaje no tiene filosofía o personalidad alguna como mentor; con unos cuantos peloteos y unas cuantas carreras a caballito, el Odriozola protagonista ya está listo para buscar su lugar en el soccer. Especialmente patética es la escena en que ensayan la chilena o tijereta, que vendría a ser la patada de la grulla de un film que toca fondo cuando vemos a un equipo de fútbol profesional entrenar con una monitora de aerobic. Las escenas de los partidos son indescriptibles, capturan el juego pero asesinándolo. Y toda la parte dramática de relleno es tan barata como el ordenador que usa el club para las stats. Hay pequeñas apariciones (irrelevantes) de Penelope Ann Miller (sin el Ann) y de Mario Van Peebles (con el Van). Truñaco.