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Titicut FolliesDocumental

7,6
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Documental Controvertido y aclamado documental que narra la vida de los reclusos de una prisión psiquiátrica de Massachussets. El documental estuvo prohibido en algunos estados norteamericanos varios años debido a su crudo retrato de los abusos sufridos por los internos a mano de los guardas de seguridad y los médicos de la institución. El título viene de un concurso de talentos organizado por los propios internos. (FILMAFFINITY)
Críticas 2
Críticas ordenadas por utilidad
12 de junio de 2009
36 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Direct Cinema.

O lo que es lo mismo:

No hay voz en off o ayuda alguna para el espectador. La exigencia con quien visiona el documental es muy alta, también lo es la recompensa.

El estilo cercano y realista. Denota que el director se llevó meses en el centro para realizar su documental. Con la intención de que la cámara no distrajera lo más mínimo a los posibles actores, el tipo se llevo las primeras semanas sin grabar nada, enseñando la cámara cinematográfica y demás equipo a los reclusos y guardias con la intención de que se familiarizaran con él. Así mismo, las primeras decenas de horas filmadas solo servían para aclimatar a la gente.

La frialdad de las imágenes buscan el máximo realismo posible (en contradicción con el cinema Verité francés). La idea principal es crear en el espectador la idea de que sino estuviera la cámara, las acciones de los protagonistas serían los mismos. La mosca en la pared, que se dice.

La cámara es esa mosca en la pared que contempla el horror en su máximo esplendor, ya sea como se le mete a un preso un tuvo por la nariz hasta el estómago para alimentarlo ( y lo más chocante es esa actitud chulesca del funcionario de prisiones, cigarro en mano, que al no encontrar lubricante, comenta algo así como "da igual"), o para ver al preso más cuerdo de todo el estado pedir clemencia para no recibir más medicamentos, con la tétrica respuesta final del psicólogo "doblen la medicación". Y nadie actúa. Todo es natural, ya que el terror que puede producir el ser humano es igualmente natural.

En suma, documental muy difícil de digerir, tanto argumentalmente como técnicamente, sin ninguna concesión de ningún tipo al espectador.

Bienvenidos al purgatorio.
The_End
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4 de mayo de 2015
17 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era mi primer contacto con la obra documental de Frederick Wiseman, emplazado en la cresta de una madrugada suspensiva, sobre esa fecunda inocencia que confiere el desconocimiento de lo que se va a representar. No podía figurarme que en Titicut Follies los márgenes que escinden realidad y representación dan en difuminarse, adquieren un cuerpo híbrido de ambigüedad y diametral honestidad de los que escaldan anímicamente.

Wiseman, baluarte del cinema verité, parte de una premisa fílmica cimentada en la objetividad; no en una objetividad discursiva, sino en la observación sobria y descarnada de una realidad, ajena a la intercedencia del narrador y del sesgo del lenguaje convencional, tránsfuga de juicios someros; hecho que a su vez invita a una reflexión metanarrativa sobre el propio ojo-cámara que con su filtro desbroza la percepción pura: en ese sentido, se podría acusar al proyecto de Wiseman de avivar el subjetivismo, en tanto que se decanta por presentar desinteresadamente el flujo de imágenes, detonando una (en potencia, prolija) multiplicidad de reacciones en el receptor. El modo en que Wiseman transpone este arco al celuloide me parece un hito a reivindicar.

Transcurre la acción en los retorcimientos de un impersonal centro psiquiátrico —o manicomio, para omitir eufemismos. Muchos enfatizarán su poder perturbador, pero Titicut Follies está lejos de ser una obra tremendista; todas las personas develadas por el objetivo (desde los reos hasta los médicos y enfermeros y trabajadores) son indudablemente, dolorosamente humanas en su tedio, en su poliédrico padecimiento, en su imposibilidad de empatía y comunicación, en su soledad; encarar la cotidianeidad de los lunáticos no es tarea agradable. Antes bien, el film-documental colecta un fragmentario pero valioso vestigio del horror acaecido en Bridgewater, Massachusetts durante quién sabe cuánto tiempo. La cinta se inunda de planos crudos, algunos de una belleza insólita e intimista que contrasta con el clima opresivo que acompaña a la forzosa institucionalización, solemne delirio monocromo en cuadrículas por parte de las competencias de salud mental. Sería erróneo asumir que esta clase de prácticas pertenecen a un pasado distante de primitivismo y barbarie; aunque las condiciones de los pacientes han mejorado, muchas de las situaciones expuestas continúan reproduciéndose en la actualidad: víctimas atrapadas en el circuito, ahogados sus gritos por voces que declaman autoridad; ignorados, reducidos, prisioneros de contrato vitalicio —como Vladimir, en la escena en que, desesperado e indefenso, articula su pensar y sucumbe a la dialéctica circular de los loqueros. Hablo por experiencia.
Y de forma parecida el rango subtextual se dilata, mientras las imágenes afluyen como dardos a la pantalla; la suspensión de incredulidad se disipa; sujeto y objeto se prestan a la coalescencia. Es una película que literalmente duele.

En último término, Titicut Follies por su vibrante historiografía, por su nada gratuito impacto emocional, por su rara trascendencia que deriva de incubar lo cósmico en lo particular.
Es fácilmente uno de los mejores documentales que he visto nunca. Se lo recomiendo a cualquiera; especialmente, a aquellos que llevan demasiado tiempo sumergidos en el Espectáculo, que buscan un toque de humanidad, que no temen la confrontación con agrias realidades.
Debería ser de visionado obligatorio en las escuelas.
SanPietro05
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