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Donkey

Drama 1995, año de la operación Tormenta. Boro regresa en sus vacaciones de verano con su mujer e hijo a su pueblo de origen, en Herzegovina, después de 7 años sin ir. Allí se reencontrará con su hermano, que se ha quedado en silla de ruedas, y con su padre, con el que no se habla. Serán dos semanas vitales en la vida de Boro, en las que aprenderá a ser mejor marido, y mejor padre. (FILMAFFINITY)
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8
21 de junio de 2011 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que esta película del director de cine bosnio-croata Antonio Nuic es de lo más equilibrada, pues sin caer en ningún momento en el sentimentalismo nos ofrece el recorrido personal de varios individuos marcados por el dolor en una u otra forma. En esta vida la fragilidad del hombre se pone de manifiesto de muy diversas maneras y creo que este film es una buena muestra de ello. Por lo tanto, desde aquí felicito al director, que ha logrado un retrato humano y, por lo tanto, intenso y natural del dolor. Lo curioso es que un fenómeno como éste que -desgraciadamente- vivimos tan a menudo continue siendo de algún modo tan inaprehensible; lo que está claro es que cada cual carga con su propia historia personal, que marca de forma indeleble su existencia. No obstante, como afirmó el escritor húngaro Imre Kertész "La sabiduría hace aparecer la vida como una costumbre, por así decirlo, a pesar de que no hay manera de acostumbrarse a ella. En esto reside, además, su encanto, el único que tiene". De algún modo esto es lo que pretende destacar la película de Nuic: a pesar de todos nuestros intentos por aprehender el dolor, éstos no harán sino poner de manifiesto el hecho de que la vida no es más que mera costumbre, cuando resulta que cada cual ha de convivir con su versión de la "insoportable" realidad. Tan sólo podemos acercarnos al dolor ajeno, intuirlo, de tal manera que la empatía no es más que una entelequia, porque de poder sentir en toda su extensión las implicaciones que cada forma de dolor tiene para el individuo que lo sufre simplemente no podríamos vivir. De ahí que me sorprenda la baja calificación alcanzada por esta película, tanto en FA como en IMDB.

Sea como fuere nos encontramos con una película ambientada en una atmósfera poco propicia para la alegría y la felicidad, a pesar de que siempre queda lugar para la esperanza. Estamos en el verano de 1995, justo cincuenta años después de que acabara la Segunda Guerra Mundial. Allí, en un pequeño pueblo de Herzegovina devastado por el sol, con el horizonte distorsionado por el calor y bajo el grito insistente de los grillos la historia de los Balcanes parece cerrar un nuevo círculo bajo la pavorosa lógica del eterno retorno. Estamos en un punto caliente del planeta, y no sólo debido a la climatología veraniega. La película da comienzo con Boro y Jasna circulando por las carreteras de esa difusa barrera que separa la Dalmacia de Herzegovina, todo parece normal excepto por el hecho de que abunda la presencia de soldados, convoyes militares y controles fronterizos. Tan cerca y a la vez tan lejos, piensa uno. No será hasta más adelante en el film cuando captemos la intensidad de los primeros compases de la película.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Boro y Jasna vienen de Zagreb, la capital de una Croacia recién independizada cuatro años atrás a costa de la sangre de sus hijos y de un legado perenne de violencia que marca a la sociedad croata hasta nuestros días (ver "Metastaze", por ejemplo). No obstante allí la guerra se vivió en segundo plano, salvo por algún bombardeo esporádico de la artillería serbia situada en la Krajina. Se puede decir que ellos no saben lo que es la guerra, apenas tienen conciencia de lo que ocurre en Bosnia a través de los noticiarios. En aquellos tiempos Zagreb estaba más cerca de Viena que de Sarajevo.

No obstante Petar (Emir Hadzihafizbegovic, inmenso), el hermano de Boro, sí sabe muy bien qué es la guerra. Él y su familia -esto lo sabremos después- vienen de la capital de Bosnia, Sarajevo. El cerco al que la ciudad estuvo sometida por las fuerzas del ejército de la República Srpska duró casi cuatro años. Hemos de deducir que Petar y los suyos consiguieron salir de allí por un golpe de suerte en el verano del 95. Lo que golpea con más fuerza al espectador que se adentra en esta película es precisamente el hecho de enterarse mucho después del pasado de Petar y los suyos, del por qué de la impaciencia de los niños por llegar a la playa: hasta entonces habían crecido en esa olla a presión llamada Sarajevo, introducida en un valle completamente rodeado por montañas que se había convertido en una trampa mortal.

Del paísaje devastado de la inclemente Herzegovina, de la violencia contenida en ese páramo pedregoso del que casi podemos sentir el olor a espliego y tierra árida huyeron Petar y Boro en busca de un futuro mejor, uno a la capital croata y el otro a la bosnia, daba igual la diferencia, las oportunidades parecían buenas tanto en uno como en otro sitio, nada podía ser peor que aquéllo. Los bosnio-croatas siempre han sido considerados croatas de segunda categoría por sus compatriotas del norte, pero eso no fue impedimento para que Boro tuviera éxito y prácticamente olvidara sus raíces. Avergonzado por un pasado que apenas podía abordar se vuelve a encontrar con los fantasmas de otro tiempo marcado por la violencia al ir a reencontrarse a su pueblo natal con su hermano. Desde que eran niños ambos han crecido bajo la alargada sombra de un padre que maltrató a su esposa por sistema hasta que ella misma, harta, decidió poner fin a sus días. Al mismo tiempo, nos encontramos con un padre que se da cuenta de la miseria de su propia existencia, destruida desde el momento en que otra guerra (la Segunda Guerra Mundial) irrumpió en la vida de los pueblos balcánicos alterando su cotidianeidad y costumbres para siempre.

Toda guerra es una huella imborrable en el corazón de un hombre (en el caso de Petar las tentaciones de suicidio y su paraplejia), pero al lado de esto vemos a los jóvenes primos, los unos de Zagreb y los otros de Sarajevo, cada uno con su propio dialecto del serbo-croata y encontrando en la diferencia más un motivo de alegría que de vergüenza.
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