Es difícil ponerle nota a esta película. Principalmente, porque no está completa, y desde luego esa sensación se transmite. Desde luego, la película no deja indiferente a nadie. En la sala a la que acudí, mucha gente se salió al poco rato, otras se reían al finalizar, creyendo haber presenciado un ridículo. Yo estaba seguro, casi desde el minuto uno, de estar ante puro cine como expresión artística, como poesía traducida en imágenes, como el máximo exponente de las reflexiones de un hombre ante ciertos enigmas que persiguen al hombre desde que es hombre y a los que es incapaz de encontrar solución.

No voy a engañar a nadie, en algunos tramos parece ridícula. Pero, como toda obra de arte, deja un lugar para la interpretación del espectador. A mí cada momento me parece necesario, no cortaría ni una escena aunque quizá sí que aligerara el ritmo de alguna.

Narrativamente no he visto nada parecido jamás. Bebe de la esencia literaria de los monólogos internos que ya inventara Faulkner, pero los pone al servicio del argumento de la película, los usa como hilo conductor de reflexiones, de preguntas, es su manera de comunicarse con el espectador, es el lienzo en el que plasma su obra.

¿Por qué un diez? No es una película perfecta. No me ha convencido del todo el enfoque del final, aunque como final es más que válido. Pero yo no había visto jamás nada parecido. Quizá es que no he visto suficiente cine, pero me atrevo a aventurar que en algunas cosas es pionera. Conmueve sin necesidad de caer en tópicos, relata una relación fraternal de un modo tan realista que fascina.

Un diez por valiente, por innovadora, por su ambigüedad, por su calidad visual. Quizá no lo tenga, pero yo se lo pongo. El cine merece más películas como esta.
Sigo en spoiler:

Tengo un amigo al que la película y su protagonista le maravillaron tanto que en cuanto terminó de verla se dispuso a intentar explorar en su universo "transmediático": siguió a Exarchopoulos en las redes sociales, compró la novela gráfica en la que se basa la película, no paraba de hablar de ella. Contagiado de su entusiasmo, me dispuse a verla.

Conforme avanzaba la película comencé a empatizar con mi amigo: había algo mágico en esa mujer. Quizá es algún estúpido instinto masculino de asociar la sexualidad lesbiana con la inocencia, el rechazo a la carne impía, pero me enamoré de ella igual que mi amigo. Podríamos debatir ahora sobre cómo pudo influir en esa sensación la maestría con la que Kechiche te acerca a su alma con cada primer plano, cada cambio de secuencia, la naturalidad de Adele en cada mirada. Pero es un debate absurdo: lo que la película me transmitió no me lo va a negar un argumento.

A diferencia de mi amigo, fui incapaz de continuar mi relación con la película una vez la terminé (spoiler)

Boogie Nights es una de esas películas que califican a su director. Lo señalan, lo presentan al mundo. Tras "Sidney", Paul Thomas Anderson se atreve con esta película arriesgada en cuando a su temática, centrada en el cine porno de los 70.

El ejercicio de Anderson es magnífico. Consigue dar forma a un guión que, si bien es muy atractivo en cuanto a temática (lo cual lo salva de ser cuestionable), se queda un poco plano en cuanto a desarrollo. Los giros son un poco previsibles y en general, la estructura narrativa es tradicional y poco arriesgada.

Pero en cuanto a forma la película es excepcional. Hay pocas ambientaciones en el cine contemporáneo con la calidad con la que Paul Thomas Anderson evoca el Los Ángeles de finales de los 70. Como seguirá haciendo el resto de su carrera, no tiene miedo de mostrar sus influencias a la hora de grabar escenas, porque a cada cosa que toma prestada de otro autor le imprime su sello propio.

Como hará después en Magnolia, la película viaja entre distintos géneros, yendo de uno a otro, mezclándolos en algún momento, y todo ello sin perder un ápice de credibilidad. La fantástica construcción de los personajes (y su buena interpretación, sobretodo por parte de Burt Reynolds y Julianne Moore) también ayuda.

Los guiños a la cultura pop de la época, la escena en la casa del traficante, la travesura del plano final..., pequeñas cosas que le hacen sumar puntos a la película y que ayudan a que se te grabe en la memoria.

Si el cine va sobre (cómo) contar historias, Boogie Nights es cine con mayúsculas.