No se me malinterprete, Fellini sí que lleva cine en sus venas. ¡Y qué cine!: ''Le Notti di Cabiria'', ''La Strada'', ''Lo sceicco bianco'', su episodio en ''Histoires extraordinaires'', ''I Clowns'' y, especialmente, muy especialmente, ''Amacord''. Todas ellas dan cuenta de la habilidad que tuvo este hombre para construir (no, construir no: imaginar) todo un set de piezas estrambóticas que se conjugan de forma preciosa en pos de darle contenido a historias simples y emotivas. En el caso de su episodio de ''Histoires extraordinaires'', antología formidable si las hay, tiene más vívida narrativa que cualquier episodio de ''Breaking Bad''. Lo que trato de decir es que Fellini tiene destreza para esto del cine y no es sólo un nombre como Godard o Malick.

Pero como todo buen director de cine, prolífico si se quiere, tiene su birria cinematográfica. Es curioso que dos de sus películas consideradas obras maestras no son más que una monada vacía, como una caja rosa con ribetes dorados en sus bordes y que expele un perfume atractivo pero que en su interior tiene sendas y gruesas boñigas para el receptor. No he visto ''Giulietta degli Spiriti'', he leído algunas reseñas y viene bien, ni muy exagerada ni muy demoledora la visión general del film.

No obstante, a ''8 1/2'' y ''La Dolce Vita'' sí que las tengo vistas. Y ellas son el producto que se encuentra en la caja. Y es tan potente el perfume Fellini que no se puede apreciar lo deplorable y escurridizo que es el fruto escatológico.

''La Dolce Vita'': Film famoso, que no popular. Tiene a Fellini en el mismo estado fotográfico que ''Le Notti di Cabiria'', su maestría para enhebrar sus elementos en secuencias es exacta y calcada a uno de sus mejores films; sin embargo, la progresión dramática y su poder narrativo decayó setecientos peldaños del reino cinematográfico. Este desganado y autentico ejercicio snob es el ''Sopor: The Motion Picture'', causando estragos en la pulida reputación que tenía del realizador tras ''La Strada''. Unido a su episódico desarrollo, el film marra en todo lo que uno no esperaría (empatía -o siquiera interés- por los personajes, sonrisas ante las acciones, estupefacción de las secuencias) y sólo nos da un tostón de proporciones épicas (una duración similar tiene, por ejemplo, ''Shichinin no samurai'', alentadoramente superior a esta obra que vive de su pasado lejano).

Pero no todo huele a estiércol en esa caja, el genuino perfume de Fellini se da en gotas, a saber:
- La dirección. La puesta en escena es descomunal y vale la pena ver el film sólo por eso.
- Las actuaciones. Son impecables, nada que reprochar en ese apartado, me extraña que no generen empatía.
- La música.
- Las locaciones. Encantadora película sería si de un documental turístico se tratara.
- La escena cúlmine de Steiner, Mastroianni desmenuzando la almohada. Mis dos escenas preferidas, las únicas dos que se plantaron en la retina. ¡Qué fuente ni que nada! Esa escena la recuerdan todos por las tetotas de Ekberg, el verdadero talento humanista de Fellini está en la secuencia de Steiner durmiendo en el sillón y su esposa siendo confundida por una actriz.
- La belleza de las actrices, desde Anouk Aimée hasta la esperanza adolescente del final.

En fin, caca pseudo-intelectual sobrevalorada de un tipo cuya genialidad se puede ver en otras películas.

Los que jugamos al Clue (o Cluedo) sabemos que una de las claves para el triunfo es ser el más rápido y atento al anotar los datos. También comprendemos que lo que nos convierte en ''El ganador'' es formular la ecuación que está en el título.

Y el film cumple con esas claves, desde el mismísimo comienzo se revela un montaje veloz y capaz de portar la atención del espectador de un punto a otro. No sólo del montaje es merito esto, sino también de las formidables actuaciones que acompañan al film desde un Tim Curry serio hasta un Michael Mckean sensible.

A pesar de esa tan apreciada virtud del entretenimiento, el film no deja de ser un remedo cachondo de Murder by Death (1976), una película inmensa en esto de ''spoofear'' los relatos detectivescos y sus múltiples resultados. ''El juego de la sospecha'' se desenvuelve con maestría en lo de soltar gag tras gag, además de adaptar nuestra empatía con esa variedad tan viva de personajes que ilustran a los posibles sospechosos. No obstante, como ya he dicho, el film bebe de su antecesora espiritual, lo que no permite el despegue.

P.D.: Eso sí, una gran banda sonora y un gran guión de John Landis.

Y al final me voy a sumar a la manada. No por la inmensa cantidad de elogios que esta película tiene, ni por el nombre de Fincher este en ella; nada de eso, si la califico como la califico es por sus propios méritos, por lo que es y no por quién es presentada.

Su perfección es más que cuestionable, pero digamos que ni ''El Padrino'', ni ''Ciudadano Kane'' o ''Sin aliento'' zafan de los huecos y las estupideces que solemos obviar a la hora de crear. El recurso al que apela ''Se7en'' para eludir sus defectos es el de no parar ni cuando se da una pausa, lo que básicamente significa: ¡a cada momento! Desde el arranque hasta el final, Fincher construye la narración de forma tal que el espectador no se aburra y no pierda el eje. Sin embargo, se hace cargo también de mostrarnos a los personajes desnudos y frente a la miseria de una ciudad sin nombre.

Las actuaciones son impecables, nada que lamentar del casting, inclusive de aquellos que sólo salen unos pocos minutos pero hacen arder la pantalla con su presencia. La fotografía es una maravilla que convierte la fealdad en belleza y creo que dura lo justo y necesario.

No sé qué más decir que no se haya dicho antes.

Toda una joyita, ¿no? Y pensar que en 1968 salían en circulación seis obras mayúsculas del cine de horror; a saber: ''Vargtimmen'', ''Witchfinder General'', ''Rosemary's Baby'', ''Twisted Nerve'', ''Histoires extraordinaires'' y el film que nos ocupa aquí. Todas ellas tienen sus méritos para formar parte del panteón histórico de la cinematografía, desde el pesar e incomodidad grotesca que generan la de Bergman y Polanski hasta el puro entretenimiento masoquista de las británicas y la antología. Todas tienen imágenes icónicas que manifiestan las pesadillas más atroces de los seres humanos, o presentan una musicalización que congela el cuerpo y enerva a quien la oiga.

Pero el encanto de la independencia sólo la veo en la opera prima de Romero. Primeros planos a cámara en mano, actuaciones ora muy comedidas ora tontas, fascinantes juegos con luz y sombra, gazapos del día y la noche, etc. Aún así, con todos estos granos del ''cine B'', el film se mantiene y explota su contenido social y de entretenimientos con las mismas ganas e impacto que en 1968.

Una trama sencilla, de encierro, acompañada por una música irritante y pegadiza, al mismo tiempo, sostenida por una dirección libre y fresca que le da más personalidad a sus personajes. Sin olvidar unos monstruos inolvidables, unas criaturas aterradoras que Romero cimentó como el horror hacia los humanos (idea que una vez sembrada, germinaría en la espectacular e inolvidable ''Halloween'' de Carpenter, donde el horror puede ser cualquiera de nosotros).

Que Sam Mendes sea el hombre detrás de este film no debería sorprender a nadie, al menos a los que la vimos con su estreno varios meses en el pasado.

Resume todo lo que James Bond tuvo en su glorioso (y no tan eficaz) pasado; deambulando entre los gadgets estrafalarios, las mujeres explosivas, los paisajes en el exterior y un rival a la altura de un agente secreto que no se despeina ni por la vida de su madre. Todo ello, me dirán, ya se vio en Casino Royale y en forma mucho más comedida en Quantum of Solace. La cuestión que hace la diferencia aquí radica en un nombre: Mendes, Sam Mendes. Si alguna vez pensaron que American Beauty era una película genial y lo mejor de Mendes, vayan reconsiderando. El todoterreno ganador del Oscar a Mejor Director por el '99 nos entrega no unas secuencias armoniosas y hermosas, sino una película bella y entretenida, sólida y muy de su tiempo*.

Daniel Craig como siempre cumple con su impronta británica, Judi Dench tuerce todos los aspectos que jamás esperaríamos ver en una de Bond (lágrimas, bronca, desazón, nunca una de estas fue tan humana), Bardem la rompe como villano claramente inspirado en cierta película de hace algunos años que reabrió el camino a los blockbusters por X vez en la historia del cine, Fiennes está correcto en su papel (espero verlo en nuevas entregas), las chicas Bond (Naomie Harris y Bérénice Marlohe) como siempre deliciosas, sin embargo, simpaticé más con el personaje de Harris que con el de Marlohe y, por último, Ben Whishaw, quien tampoco se pasea por la pantalla suficiente tiempo como para admirar su actuación sobria y elegante, pero promete para el futuro.

Música y aspectos técnicos, impresionantes sin duda, pero lo que le da el aplauso máximo a este film, o al menos lo que ayuda a completarlo, es esa magnífica secuencia de créditos iniciales. Gran opening, gran elección musical, gran dirección y estupendo reparto.