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Críticas de Travis Bickle
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Críticas 92
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
1
9 de febrero de 2024
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde hace ya bastantes años hasta nuestros días, no puede esperarse ni un mínimo de calidad, en cuanto a música se refiere, si uno se sienta en el sillón frente a la televisión y se pone a ver Eurovisión. Se trata del Festival de la Canción y parece ser que lo que menos importa son las canciones. Décadas atrás hasta podían escucharse dignas canciones y verse nombres relevantes. Quizás cuando todavía el festival tenía cierto prestigio y servía verdaderamente como escaparate e impulso para quienes participaban en él y más para quien conseguía proclamarse vencedor. Pero dudo mucho que quien realmente ama la música, dedique ni un solo minuto a su visionado. Quien guste de la música actual o, simplemente, lo tome como un mero entretenimiento para pasar una tarde-noche viendo un espectáculo de luces, colores, efectos y extravagancias varias, desde luego lo pasará en grande. Y España, tan vanidosa ella cuando se mira al ombligo cuando los de fuera nos ven como el destino ideal para hacer aquello que en sus países no pueden (vamos, “el coño de la Bernarda” de toda la vida) pues va y presenta “Zorra” al susodicho festival. El caso es que, tanto si gana, como si cierra la cola o se queda en tierra de nadie, nada nos podrá sorprender. Y es que, en este loco mundo, no se sabe quién es más loco, si el loco o el loco que sigue al loco.

Y como la cosa parece que anda entre la locura, recordemos algo que dijo El loco de la colina, mi admirado don Jesús Quintero: “Creo que, cuando los malos y lo malo se impone como norma, como sucede en estos tiempos, hay que defender, con más coraje que nunca la bondad, la calidad, la verdad, la autenticidad, el trabajo bien hecho… No dejes que te convenzan de que lo malo es bueno. Lo malo es malo, aunque ocho millones de espectadores lo bendigan. Y los malos son, y serán siempre, un mal ejemplo, aunque los mimen los medios. Aunque se lo lleven calentito. Aunque sean guapos, ricos y famosos. Aunque tengan todo el poder del mundo, no dejes que te confundan. Mientras tú y yo lo tengamos claro, no estará todo perdido, hermano. Lo malo es malo, aunque tenga veinte millones de espectadores. Leonard Cohen… me pone”.

Y ahora leamos algo que dijo un entendido de la música como es Robe Iniesta: “Que le gustes a mucha gente no quiere decir nada porque la mayoría de la gente es idiota. Dudo que un grupo sea mejor porque le guste a más gente, por tanto, ¿qué grupos serían los mejores? ¿Serían mejor las canciones del verano? ¿Sería la música clásica una puta mierda? Yo no lo creo. ¿Eres mejor si le gustas o te aguanta muchísima gente o si a poca gente le gustas mucho?”

Y esto no es más que el reflejo de lo que tenemos hoy en día. Pero no solo en la música, sino en otras muchas manifestaciones artísticas y culturales, la política, los medios de comunicación, la educación, la telebasura, esa horrible y peligrosa tendencia hacia un pensamiento único que no para de hacer y enfrentar bandos, los colectivos radicales, ciertos movimientos y corrientes que marcan una moda, una tendencia, una forma de pensar, de hacer y de ser, una tecnología descontrolada y unas redes sociales que están matando (o han terminado de matar) las auténticas relaciones sociales. Pero el mundo ha escogido un camino. La economía ha escogido un camino. Han amoldado los cerebros de las nuevas generaciones a la forma de sus intereses, pero de una forma tan perfecta para que el ignorante con carrera y máster siga creyendo que piensa y elige por sí mismo. Y así, pasamos de Julios Anguitas a Pablos Iglesias, de Claras Campoamores a Irenes Monteros, de Gárates y Di Stéfanos a Moratas y Vinícius Júniors, de Josés Marías Garcías a Tomás Ronceros, de Chiquitos de las Calzadas y Martes y 13 al humor blanco, de Diez negritos a Y no quedó ninguno, de A fondos y Redes a Las islas de las tentaciones y Grandes hermanos, de un “buenos días”, un “por favor”, un “disculpe”, un “gracias” a un “dame”, un “quiero”, un “necesito”, un “lo merezco”, o de Van Morrisons a Nebulossas. Encima, hay que tragarse soplapolleces que se dicen acerca de que rompe moldes y lucha contra la nueva moda del edadismo. Es lo que tiene hablar sin tener ni puta idea. ¿Me puede decir entonces alguien qué coño hacen o hicieron hasta casi el final de sus días Deborah Harry, Patti Smith, Joan Baez, Tina Turner, Joan Jett, las hermanas Ann y Nancy Wilson, Dolly Parton, Luz Casal, Nancy Sinatra, Chavela Vargas o hasta la mismísima Madonna, entre otras tantísimas? La estupidez no toca techo jamás.

Cierto que no he realizado una reseña valorativa sobre el videoclip en cuestión, pero, ahí va: analizando la música, la letra, la voz, el vídeo y la forma que tiene tan patética y llena de mal gusto de transmitir un supuesto mensaje de liberación y empoderamiento, me recuerda a un todavía caliente y humeante montón de mierda al sol donde las moscas que se posan y revolotean sobre él, vendrían a simbolizar esa legión de seguidores que aplauden y bailan hoy esta “obra de arte” hecha canción, para pasado mañana ni acordarse de ella cuando termine encerrada con llave en el cajón del olvido para no ver la luz nunca más. Y así ocurre con el panorama musical actual de masas. ¡Viva Mozart!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Travis Bickle
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3
2 de febrero de 2024
39 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos nosotros habremos dicho o escuchado alguna vez aquello de “el mundo se va a la mierda”. Pues, bienvenidos, hace años que el mundo reside entre excrementos. Los antivalores que imperan en nuestra sociedad no son más que el afán generalizado de alcanzar la cima de la mediocridad. Hoy en día eres alguien si simplemente eres uno más. Un simple lerdo que llena su tiempo de distracciones vacuas para, quizá, no darse cuenta de su miserable vida. Para no calentarme demasiado con temas que me encienden, paso directamente a decir por qué Pobre criaturas me resulta una soberana gilipollez con unos mensajes a la altura de quienes, con su autoridad moral, han dividido al mundo en dos bandos: los fachas y los buenos.

Cinematográficamente hablando, la película es fea, desagradable, irritante, larguísima, espantosa, obscena y profusamente estúpida. Esa especie de mundo extraño creado es dantesco y sumamente ridículo. Esa obsesión de, cada dos por tres, hacernos sentir que estamos tras la jodida mirilla de nuestra puerta no veo que tenga ningún sentido, salvo que la intención sea que no veamos una mierda y echemos mano a una Biodramina. Jerskin Fendrix se habrá quedado a gusto con semejante composición musical. Te encierran en una habitación a escuchar esta banda sonora y sales de ella con una sed de venganza mayor que la del protagonista de Oldboy. La duración de la película, que de por sí ya es larga, pero se antoja peor que un tutorial de cualquier sudamericano de YouTube que para decirte que vayas al botón de inicio emplea 25 minutos. Si a dicho vídeo le añadimos un hilo musical de fondo de algún gran artista del Benidorm Fest, te queda una sensación muy similar de suplicio hasta que llegan los ansiados títulos de crédito finales. En general, todo mal. Cierto que Emma Stone es lo mejor de la película, pero tampoco me hace vibrar su actuación. Con los premios Óscar en el horizonte, el galardón debería recaer sobre Sandra Hüller o Carey Mulligan. Pero no olvidemos que estamos hablando de unos premios de cine, por tanto, el cine queda en un segundo plano. La cuestión estará en si en esta edición pesará más el aspecto feminista (Emma Stone) o el racial (Lily Gladstone).

Si nos ceñimos ahora al apartado de historia, guion y mensaje, esto es incluso peor que lo anterior. La película podría resumirse en dos palabras: follar y comer. Sin duda, dos actividades ciertamente atractivas y muy placenteras si las realiza un servidor, porque eso mismo reflejado de la forma en que está en la película, no es que me importe una reverenda mierda, es que es insultante. Tenemos, literalmente, el cuerpo de una mujer con el cerebro de una niña. Una niña moderna, de las de hoy, es decir, “joia por culo”. En un momento dado, empieza a descubrir la sexualidad metiéndose media frutería por la entrepierna. De hecho, desde ese instante, el sexo es el verdadero compañero de viaje de Bella Baxter. No para de follar en toda la película hasta convertirse en prostituta. Pero lo malo no es que se haga meretriz, es lanzar el mensaje que hacerse puta, no parar de hacer el capullo en todo momento, no tener modales ni educación, eso sea empoderamiento. Por supuesto, ante una panda de varones pintados, en mayor o menor medida, como unos auténticos papanatas, manipuladores, egocéntricos, controladores, idiotas y, por supuesto, puteros. Amén del arrebato de igualdad social con el intento de hacernos sentir mal por disfrutar de nuestras comodidades ante quienes no las tienen (episodio de los pobres y el dinero ganado en el casino). Otra burla barata más.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Travis Bickle
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6
20 de enero de 2023
110 de 155 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desde la primera vez que vi el tráiler de Babylon la cosa no me dio buena vibración más allá de alguna ligera sorpresa: ¡Maguire ha vuelto! No tenía pensado ir al cine a verla, pero tengo un hermano experto en ganar concursos de preestrenos y por tanto queda feo decir “no” a una invitación. Efectivamente, Babylon es la peor película hasta la fecha de Damien Chazelle.

Creo… pienso… que Chazelle ha querido hacer de manera intencionada su obra maestra, esa película de referencia ligada a él de por vida y por la que ser recordado siempre, ser su Padrino, su Psicosis, su Ciudadano Kane, su Centauros del desierto, su 2001: una odisea del espacio, su Pulp Fiction, su Viridiana, sus Siete Samuráis, etc. Y la ha jodido. Principalmente porque no cuenta absolutamente nada nuevo, todo se repite, por momentos se intuye cierto hilo conductor pero la mayoría de las veces son gags sueltos a modo de los especiales navideños de Martes y 13, pero sobre todo, tiene una duración absolutamente excesiva para lo poco que hay que contar. El ascenso y caída de personajes lo hemos visto mil veces en el cine. Los entresijos y lo que se cuece en las productoras y el mundillo del cine, también lo hemos visto. Los excesos y desenfreno de sus gentes, más de lo mismo. Y el cómo se hacían los rodajes, escenas y demás historias, pues también. Entre todo esto que ya sabemos de sobra, nos cuelan alguna historia de las que gusta a todo el mundo del tipo drama personal y amorío fallido, y todos contentos para darle a la historia un aroma más humano, cercano y transcendental.

Su prólogo es lo peor de la película con mucha diferencia. No es otra cosa que mostrar las excentricidades de una panda de borrachos drogadictos con mucho dinero donde, algunos de ellos, en su tiempo libre y en un estado de mayor sobriedad, eran capaces de hacer algún buen producto cinematográfico. Pero es que nada ha cambiado hoy en día. Seguimos teniendo los mismos excesos y desenfrenos, pero ahora esas gentes lo que nos dan son programas de televisión de mierda, músicas de mierda, opiniones de mierda, ideas de mierda… y más mierda. Chazelle intenta beber de varias fuentes a la hora de mostrar en algunas secuencias de su larga película su caos, su lujuria, su despiporre, su lado oscuro… pero lo único que consigue es que me vengan a la mente nombres como Martin Scorsese, Paolo Sorrentino, Stanley Kubrick o Gaspar Noé, pero en su versión de segunda división. La película es desagradable en varios momentos y ahora mismo no recuerdo haber visto en una misma película a gente bañada por completo en heces, mojada por una lluvia dorada o rociada por vómitos al más puro estilo de aquella gran obra maestra llamada Este chico es un demonio 2. El problema no es que se muestren esas cosas, o que se harte de enseñarme culos y tetas, penes, gente fea, deforme o extraña. El problema está en que eso me importe, me haga gracia o verdaderamente sea algo que ayude a construir una historia. Partiendo de todo esto que debería ser lo primordial, una historia interesante, un buen guión, una dirección a la altura, etc., todo lo demás que es secundario pasa a un segundo plano mucho más profundo. Todas las interpretaciones están bien, aunque sin destacar ninguna especialmente. Brad Pitt simplemente correcto, Margot Robbie no defrauda aunque ya voy echando de menos una película y una interpretación a la altura de Yo, Tonya, Manuel, el personaje de Diego Calva, parece que le dejan despertar en el último tramo del film, muy bien Spike Jonze y el mejor, sin duda, Tobey Maguire en lo poquito que sale y eso que si nos ponemos con las tijeras en la mano, toda su escena iría fuera porque me resulta un pegote para alargar más la cosa.

Algunos puntos positivos son que algunas escenas sí están bien, principalmente las más pausadas, la banda sonora a cargo de Justin Hurwitz, el habitual de Chazelle, la fotografía y también un buen montaje que suele ser algo marca de la casa. Y por supuesto, lo mejor, ese epílogo tomando escenas e imágenes prestadas de otras películas mezcladas con la propia y unos filtros tontos pero que quedan bien.

Me centro más en lo negativo y no puedo suspender la película. En estos tiempos toda la parte técnica, que se realiza francamente de manera extraordinaria, así como todo lo que tiene que ver con vestuario, maquillaje o diseño de producción, entre otros, salvan muchas veces películas que en su fondo no dan para más pero su “vestimenta” las hace mayores y más interesantes. Y me empieza a tocar los cojones este tipo de cosas, pero esto también es parte del cine y trato de valorarlo. Lo ideal sería que todo fuese al unísono, parte artística y técnica, y no que la técnica tape las vergüenzas de la artística. Porque al revés, el cine está lleno de auténticas obras de arte: 12 hombres sin piedad, El halcón maltés, La soga, El tesoro de Sierra Madre, Perversidad, Rashomon, La ventana indiscreta, El salario del miedo, Solo ante el peligro, Testigo de cargo, Senderos de gloria, Fresas salvajes, Sed de mal, La evasión, Toro salvaje…
Travis Bickle
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9
18 de noviembre de 2022
31 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han sido muchos los años de calma tensa desde que se anunció un documental sobre Sabina hasta que definitivamente ha visto la luz y la espera ha merecido mucho la pena. Fernando León de Aranoa es la garantía de que un proyecto así se sepa de antemano que será de calidad y es que el artífice de obras como El buen patrón, Los lunes al sol o Barrio, es un grandísimo cineasta con todo lo que conlleva el significado de ese término, mientras que Joaquín Sabina es simplemente una leyenda viva de la música y las letras a la altura de los más grandes entre los que podrían destacarse sus siempre admirados Bob Dylan o Leonard Cohen.

Quien haya seguido una pizca la vida de Sabina podrá comprobar que realmente en Sintiéndolo mucho no se nos va a descubrir un Sabina que no conociésemos ya: sus primeros años en Úbeda, su paso por Granada, su pasión por el mundo mariachi y taurino, sus excesos, sus problemas de salud, sus miedos y sus fobias, sus putas, su amor por la literatura, su ciudad de Madrid, su veneración en toda Latinoamérica, su admiración por otros músicos, sus amistades, su pensamiento, sus bromas, su caos, en definitiva, su vida. Y sin embargo, sí que nos permite conocer al Joaquín más personal, sincero, el que nada tiene que ocultar ni que perder, el que duda y se muestra vulnerable, el que muere y vuelve a resurgir de sus cenizas, el que reflexiona sobre su pasado, comprende su presente y mira de reojo al futuro.

Alegra ver este tipo de trabajos sobre un artista tan bien realizados que destilan respeto y admiración a partes iguales y, principalmente y contra todo pronóstico, estando el maestro vivo y en plena actividad. Más allá de un producto cinematográfico puede tomarse como un homenaje merecido a una personalidad que tanto ha aportado al mundo de la música y la literatura, al arte en general, y por supuesto que los reconocimientos en vida adquieren una mayor dimensión de justicia para con el protagonista.

Durante todo el recorrido de dos horas hay momentos para la risa, la tensión, la emoción, la preocupación o la diversión. Por momentos adquiere dimensiones que son estados emocionales en estado puro. Y es que, como más o menos se sugiere en un momento del documental, las letras del genio de Úbeda pueden suponer un retrato de sus vivencias si se escuchan es un orden cronológico. Hasta los propios títulos de sus canciones podrían dar pie a este juego si las usamos como hilo conductor:

“Quien más, quien menos”, “Cuando era más joven” y transita “Con un par” entre “Arenas movedizas” y “Donde habita el olvido” a lomos de un “Caballo de cartón” como “Peces de ciudad”, se pregunta “¿Quién me ha robado el mes abril?” Uno vaga “Sin pena ni gloria” con un “Manual para Héroes o canallas” jurando “Amores eternos” a “Mujeres fatal” y viviendo de “Contrabando” y siempre en “Números rojos”. Pero cuando por fin salió de esos “Círculos viciosos”, pensó que «Yo me bajo en Atocha» y sin abandonar su “Doble vida”, “Partido a partido”, se convirtió en el rey de “El rocanrol de los idiotas” teniendo siempre presentes a los “Nacidos para perder”. Ahora, “Tan joven y tan viejo” y «A mis cuarenta y diez» bien pasados, podría preguntarse “¿Qué estoy haciendo aquí?”, y si ya todo no es “Agua pasada”. “Y sin embargo”, aún grita «Yo también sé jugarme la boca», mantiene un “Pacto entre caballeros”, está en “Pie de guerra”, da “Besos en la frente” e “Incluso en estos tiempos”, a pesar de confesar que se le resiste “La canción más hermosa del mundo”, “Cuando aprieta el frío” y se acomoda junto “A la orilla de la chimenea”, tiene “Ganas de…” pasar “Esta noche contigo”, “Princesa”. “Es mentira” que ya no tenga “Motivos de un sentimiento”, que no se pierda por “El bulevar de los sueños rotos”, que no haya gozado de los encantos de las “Malas compañías” que siempre son las mejores, que no sueñe con “Medias negras”, que no se acuerde de ti cuando ve “Una de romanos”, cuando llegan las “Rebajas de enero” o que hayas dejado de ser su “Rubia de la cuarta fila”. Y es que “El hombre del traje gris”, ese que canta “Pongamos que hablo de Madrid”, hace mucho tiempo que abandonó “Calle Melancolía” y ahora tiene “Más de cien mentiras” y una cuantas “Lágrimas de plástico azul” para seguir “Pasándolo bien” y decir aquello de “Esta boca es mía”. “Resumiendo”, sin prisa de que nadie deposite “Siete crisantemos” sobre su tumba, ha hecho “Inventario” y tras más de “19 días y 500 noches”, puede decir: «Sintiéndolo mucho… Lo niego todo».
Travis Bickle
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10
7 de noviembre de 2022
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace casi dos años que vi el documental Fernando Torres: El último símbolo y escribí esta crítica/reflexión que en su momento cayó en el olvido y no envié. Desde entonces y casi ya desde un poco antes, el fútbol en general ocupa un espacio residual en mi vida, sin embargo, no he querido alterar ni una coma el texto que en su momento escribí. El documental, como tal, me parece magníficamente realizado y transmite exactamente lo que desea transmitir, de ahí mi alta valoración.

Mi padre siempre ha dicho que si es del Atlético de Madrid es, en gran parte, por José Eulogio Gárate, “El ingeniero del área”, un caballero dentro y fuera del campo. En mi caso, si yo tuviera que nombrar un jugador por el que soy del Atleti más allá de por el escudo y los colores, ese sería el de Fernando Torres.

Nací en el año 1990 y el famoso Doblete de Liga y Copa del 96 me pilló con tan solo seis años, Esta situación podría parecer miel sobre hojuelas cuando muy poquitos años antes el Atleti levantaba la Copa del Rey en el Santiago Bernabéu contra su eterno rival con un Futre estelar y Luis Aragonés en el banquillo. Pero la realidad del Atlético de Madrid no es la felicidad por decreto a base de títulos y acaparar portadas por ser los mejores del mundo mundial por los siglos de los siglos. Ser niño y colchonero y encima fuera de Madrid no era lo más habitual en mi tiempo (hoy esto parece haberse vuelto no tan extraño al menos). La desproporción en toda España entre aficionados del Real Madrid y Barcelona respecto a otros equipos es sideral y más aún cuando unos ganan Ligas y Copas de Europa y otros navegan por las aguas de Segunda División. Ir con mi camiseta de Marbella con ocho años a jugar con tus amigos a la plaza del pueblo era sinónimo de sentir miradas que se preguntaban: “¿y este qué coño lleva puesto?”

Estando en Segunda División es cuando por edad soy más consciente de mi equipo y su situación y lo que en su momento fue y ganó el Atleti. El club se encuentra en una de las situaciones más delicadas y difíciles de su centenaria historia teniendo en su apasionada e incondicional hinchada su chaleco salvavidas año tras año. Pero son demasiadas desilusiones, rabia y desesperanza para el aficionado que necesita un algo, un estímulo, algo en lo que creer. Y de repente surge como de la nada un joven canterano de 17 años llamado Fernando Torres y apodado “El Niño”. Y en menos de lo que dura un pestañeo, El niño se convierte en la esperanza de una afición que por sus filas ha visto pasar a Luis Aragonés, José Eulogio Gárate, Adelardo, Enrique Collar, Isacio Calleja, Adrián Escudero, Joaquín Peiró, Ben Barek, Arteche, Leivinha, Milinko Pantic, Kiko, Manolo, Simeone, Rubén Ayala, Pereira o Paulo Futre. Nadie sabía de su existencia ni lo había visto jugar, pero en el momento de saltar al campo con el primer equipo en su debut, y esto lo recoge muy bien el documental, el sonido y clamor del estadio cambia drásticamente cuando aparece en escena y en cada una de las veces que toca el balón. Algo había cambiado en el ambiente sin justificación racional alguna que la simbiosis afición-Fernando Torres se había fraguado a fuego para no separarse jamás. Ya en ese primer partido surge el famoso cántico “Fernando Torres, lo, lo, lo, lo, lo, lo, Fernando Torres, lo, lo, lo, lo, lo, lo”,… Y al segundo partido que juega marca su primer gol. Sólo con dos partidos mal contados la afición ya había encontrado algo a lo que agarrarse a modo de esperanza.

El mundo de Torres cambió por completo de la noche a la mañana y empezaron a aparecer los ingredientes perfectos para volverlo un buen jugador y a la vez un ejemplo en nada para nadie como tanto abunda hoy: fama, dinero, reconocimiento, publicidad, cortes de pelo extraños, tatuajes, extravagancias, soberbia, incultura a raudales, etc. Pero por suerte Torres, siguió siendo Fernando en su interior gracias también a la gente que le ha rodeado siempre y que sólo hace falta verlos y escucharlos para al menos, de entrada y sin conocerlos, no causar rechazo: gente con principios y valores que se ha demostrado que eran ciertos, desde sus padres hasta su mujer pasando por el resto de familiares y amigos. Hoy estamos hartos de besos en el escudo que no significan nada, palabras que se demuestran vacías con el tiempo, gestos y estrategias que no van más allá del individualismo y una cuenta corriente más grande. Y claro que Torres miró por sus objetivos y metas individuales, pero lo que está claro (con o sin documental) que el cariño, respeto y prioridad por su equipo siempre estuvo por encima de todo tanto cuando estuvo dentro como fuera. Como dice Petón: “Torres ha sido un jugador de muchos clubes pero de un solo equipo”.

Sigue la crítica en la zona spoiler por falta de espacio.
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Travis Bickle
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