Walkabout es una película especial, única. Una oda al ser humano, a la tierra, a la naturaleza y, por extensión, a la fotografía y al cine.
Una fotografía sublime de principio a fin, un montaje tremendamente innovador, una narrativa desplegada con infinito talento y originalidad, unos planos cuidadísimos siempre -siempre- al servicio de la historia y de la idea. Una sensualidad contenida y muy bien expresada a través de los movimientos y las sugerentes piernas de la jovencita protagonista. Animales apareciendo súbitamente en la narración, correteando el encuadre. Un aire psicodélico, una luz austral, sonidos del desierto. La exuberancia de la naturaleza captada con un estilo herzogiano, alejado de la visión falsamente aduladora del ojo occidental. Una danza aborígen que el hombre blanco apenas puede comprender (ni explicar).

He tenido que llamar a mi novia para que me cierre la boca. Y no tras ver la película, sino tras leer las críticas aquí vertidas. Parece que Woody ha logrado engañar a todo el mundo con esta parodia de sí mismo, pues eso de que tiempos pasados fueron mejores puede interpretarse como una alusión a su propia pérdida de ingenio y de chispa. Ojalá sea así, y Woody haya tenido al menos la decencia de reconocer la mediocridad de su producto publicitario.
Midnight in Paris es un ejercicio de marketing tan anodino como Vicky Crsitina Barcelona (puaj), una sucesión de postales y tópicos, una galería de personajes caricaturescos y sin relieve embutidos en un guión previsible repleto de ínfulas intelectualoides, para que el espectador medio de Woody se sienta en plena consonancia con su autor fetiche y diga ahá, aquí tenemos a Fitzgerald. Esta película es poco más que nada, y si no le pongo un cero patatero es por alguna que otra foto de la ciudad y por la vendedora de antigüedades, que me ha invitado más a la imaginación que cualquier otro de los personajes.

Parece inevitable que autores de tan marcado carácter como Cronenberg inviten a la adhesión o a la repulsión de los espectadores, y que las críticas a sus películas contengan siempre un tinte bien de militancia cronenbergiana o bien de tácito anticronenbergianismo (a veces disimulado con la indiferencia). Yo, lo admito, soy de los primeros.
Me fascina el universo artístico del director canadiense, la riqueza conceptual de su filmografía, su tratamiento de la luz, sus caprichos estéticos, sus delirios en forma de vaginas abdominales, sus licencias creativas y sus preocupaciones filosóficas. No soy neutral, y quizá incumpla por ello la primera regla del crítico. Pero, eso sí, al menos soy sincero.
Videodrome es una de las cintas más atrevidas y personales de Cronenberg, un muy buen primer plato para quien quiera adentrarse en su filmografía, pero de ningún modo se trata de su mejor película, ni de una obra maestra. Es, más bien, una declaración de principios estéticos y teóricos de uno de los directores contemporáneos más talentosos, y, sin duda, una rareza cinematográfica de gran interés.
Un notable James Woods acarrea sin sudores el ritmo de toda la cinta; anacrónicos efectos especiales arrancarán más de una sonrisa en los espectadores contemporáneos; la estética de máquinas, ropas y arquitectura ochenteras hará las delicias de los retrorománticos; los sintes omnipresentes en todo el metraje serán también del agrado de muchos. Pero lo mejor de la película es sin duda su argumento, el recorrido que éste puede dejar en nuestra mente después del visionado y el modo en que se anticipa a nuestro tiempo. Algo de visionaria, algo de gore, algo de manifiesto creativo, algo de puros años ochenta. De todo eso tiene Videodrome.

Esta película ha sido zarandeada y reconstruida en casi todas las mentes que se han molestado en prestarle verdadera atención. No es para menos: Lynch reta al espectador y a la lógica con una historia desdoblada y cuya bipolaridad se expresa no solo en términos simbólicos sino también muy concretos, con personajes y elementos que se repiten y que invitan a la fabulación y a la creación de múltiples, casi infinitos significados. Podemos devanarnos los sesos tratando de dilucidar una secuencia clara de acontecimientos que formen los consabidos principio, nudo y desenlace o podemos (si reunimos el arrojo necesario) tomarnos el cóctel como lo que creo que es: una profunda exploración de las posibilidades de la narración cinematográfica, un cuestionamiento de los mecanismos de la narración per se, al estilo de novelas como "Las palmeras salvajes" o "62: Modelo para armar". El resultado es una perturbadora exposición de sofisticadas técnicas cinematográficas al servicio de una historia que es todas las historias donde quepan pornografía, esquizofrenia, terror y deseo; una cinta poseedora de una estética única, un derroche de talento que se dispara en múltiples direcciones; una muestra de que la narración apenas ha andado unos pocos de los caminos que ante ella se abren.

"Se dice que hay varias maneras de mentir, pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma de los sentimientos que los llenen."
JC Onetti

Esta es la cinta con la que saltó a la arena del cine uno de los guionistas más originales de los últimos tiempos: Charlie Kaufman. Y es el guión lo que hace de esta película una experiencia que va más allá del visionado de una comedia entretenida y ocurrente para convertirla en una pieza de surrealismo contemporáneo cuyos matices y ramificaciones se abren con exuberancia en nuestra cabeza, como si el chico de Nueva York hubiera entrado en ella para ponerla patas arriba. La dirección es efectiva y moderna, el verdadero oficio de Spike Jonze (videoclipista) apenas se hace notar y las interpretaciones son más que correctas, con un entrañable Cusack, una graciosísima Cameron Díaz y la morbosa y atractiva Catherine Keener en el papel de femme fatale. Altamente recomendable si lo que se busca es echarse unas buenas risas sin perder el tiempo.