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Críticas de Alice Ayres
Críticas 3
Críticas ordenadas por utilidad
8
9 de marzo de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El verde. Desde el comienzo entendemos la analogía. No solo es un rayo verde, un increíble fenómeno atmosférico, es el símbolo de mantener la esperanza. Unos últimos rayos. Un mantenerse en la creencia de algo. Mantener la esperanza de llegar a entender a los demás, y no simplemente a los seres humanos, si no a lo ajeno a nosotros mismos, a algo más grande que nosotros mismos.
La preocupación de comprender la verdadera naturaleza de las cosas y formar un todo compacto. Identificarse con el medio, tener la sensibilidad suficiente y un tanto maravillosa de empatizar con causas ajenas y con el medio que nos rodea. Hallando en ese intento de comprensión, un tipo de soledad no meditada, no pautada, pero sí necesaria porque parte de la introspección, de aprender a estar con una misma desde dentro, desde el entendimiento propio para realizar o tratar de intentar llevar a cabo un análisis del entorno, o tal vez, a su vez, a partir del análisis exterior para encontrar una respuesta a un deseo, para estar más cerca de lo que realmente anhelamos, para hallar por unos segundos alguna verdad con respecto a nuestro único cometido.

La forma en la que afronta la vida Delphine es dando tumbos como siendo un mero hecho colateral de los acontecimientos, contrariamente a su premisa de ser consciente continuamente de las cosas, como una pescadilla que se muerde la cola, luchando por entender algo que no controla. Ese deseo de entender qué ocurre, dentro y más allá y cómo nuestras acciones siempre derivan en algo y cómo perjudican o aportan paz, es la frustración continua de un personaje perdido con deseos más grandes que ella misma.
La indispensable búsqueda del refugio interior siempre va ligada a una aspiración comunicativa con los demás que acaba enmarañandose en placeres efímeros que parten de decisiones espontáneas propias de los impulsos y el instinto que en ocasiones solo generan más soledad, sin embargo, son tan necesarias, porque sin ese ansia no hay esperanza, no hay nada, sin ese deseo de relación, de entender, de comunicar; de tratar de compartir nuestra existencia, de sentir lo ajeno como propio; de sentir algo cercano, encontrar paz en un medio que nos asusta porque es caótico y desordenado, porque no depende de nosotros, porque solo lo que pertenece a nosotros mismos podemos controlarlo, y en realidad... ni siquiera eso, es una ilusión óptica, tal vez todo sean espejismos y especulaciones, pero esa magia, de ser capaz de mantener la esperanza para crear mejor, nos mantiene vivos.
Alice Ayres
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9
28 de agosto de 2021
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Caminando como un sonámbulo por las calles de París. Esta película es como la sensación de abrir los ojos por la mañana y volver a cerrarlos porque predices lo que va a pasar. Un día tras otro. Pausado ante el cambio y la inestabilidad. Refugiado del tumulto y del olvido. Ausente en la vida. Un espectador fugitivo, recluido en su habitación. “El murmullo incesante de la ciudad” a lo lejos se escuchan ecos de las vidas que no se detienen. “En el silencio de tu habitación el tiempo ya no penetra, está alrededor” totalmente ajeno y aislado en su torre de soledad. Pero en ningún momento se pierde el contexto de la ciudad de París, como si él mismo fuera el propio centro de la ciudad, el epicentro, desde donde se expanden las calles. Es precioso porque deambulamos con él a través de su propio recorrido.

La primera parte de la película nos muestra su hábitat, los objetos con los que se relaciona, esquemas de comportamiento y ya se adivina un personaje muy minimalista y cuidadoso con lo que posee. Tiene lo mínimo y vive en el menor espacio posible. Esos objetos, todos útiles y con los que se relaciona a diario, son firmes decisiones de lo que requiere un lugar en la memoria. Funcionan como los recuerdos que empiezan a disiparse y no queremos soltar, para no construir unos nuevos. La acumulación implica una pérdida de control sobre lo que se tiene, una falta de claridad. “Fotografías sobreexpuestas, casi blancas, casi muertas, casi ya fosilizadas” nos habla de los recuerdos, de la culpa del olvido. Del gran vacío de no poseer nada más que tu recuerdos, tú memoria y la incapacidad para mantenerlos vivos. Cambiantes, al ritmo al que pasan los días, inevitablemente, aunque no queramos salir de la cama ni enfrentarnos al nuevo día. “No necesitas nada más que esa calma, que ese silencio” frente al ruido de la ciudad, del dinero, de la ambición, de la publicidad, del poder. La libertad de decidir no hacer ni ser nada. Ser persona viviendo sin tomar partido, ajeno a cualquier contexto, ser atemporal. Es un intento de impasibilidad ante los estímulos del mundo. Su vida se basa en “esperar hasta que ya no haya nada que esperar”, vivir sin más. Vivir alejado de cualquier convencionalismo, vivir sin tiempo, sin nada más que el propio cuerpo y un espacio mínimo para la supervivencia. Sus sentimientos son aparentemente neutros, guardados bajo una calma muy plácida. No tiene emociones porque nada altera su estado contemplativo. Construye una rutina basada en el silencio y en tiempo inagotable, porque no existe una concepción del tiempo, solo un estado ausente, ajeno a cualquier organismo que lo una al mundo en el que vive.

La última parte de la película reflexiona sobre esa pasividad de no querer vincularse a nada, de sus deseos reales, de lo inevitable que es tener sentimientos, de la inutilidad de evadirlos. “Quisiste cortar los puentes entre la ciudad y tu, pero es inútil”, esa exclusión voluntaria es una negación activa de la realidad. El tiempo no se detiene y la vida continua desarrollándose.
Alice Ayres
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9
4 de enero de 2022
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más lo que más me interesa de Antonioni es la memoria que guardan los espacios que habitan los personajes. Mónica Vitti, nuestra protagonista tiene desde el principio una gran dificultad para conectar con la realidad, se siente despegada, ajena y ausente, como si no perteneciera a ningún lugar, porque tampoco nada le pertenece. Por ello, confunde los apegos, hacia los objetos y hacia las personas, si fuera por ella, se lo llevaría todo si cambiara de lugar. Porque nada garantiza que en el proceso de ida y vuelta las cosas vayan a seguir tal y cómo las dejamos. Por lo tanto es mas seguro llevarlas encima, porque en ese transcurso de cambio, evolucionan a la vez que el sujeto si las tenemos cerca. “Si yo tuviera que marcharme para siempre, te llevaría también a ti. Sí, porque ya formas parte de mí, de lo que me rodea.” Esta afirmación que hace Mónica Vitti pone un punto de atención en el poder del entorno, como si las cosas y personas de nuestro alrededor formaran parte de nuestra identidad, como si nos pertenecieran por ser parte de nuestra realidad subjetiva.

En la secuencia desea: “(…) tener aquí a todas las personas que me han querido, tenerlas alrededor de mí, como un muro” (01:33:23). Sería como hacerse un manto de sí misma, pero en lugar de estar formado con recuerdos que la aproximarán a un lugar plácido y conectado con su verdadera identidad, estaría formado por los afectos que le aportan calor, es decir, desde el amor exterior, desde la memoria que los demás le dan de sí misma, desde el conjunto, no desde la propia individualidad. Ella no encuentra conexión con la realidad, está aislada, es como un 1 solitario, no cree en su propia existencia. “Hay algo terrible en la realidad, pero no sé que es” (1:44:50). Hay un miedo invisible presente en toda la película, que habita todos los espacios y no se sabe de donde viene. Los espacios contienen esa inquietud, las fábricas, los páramos, vertederos químicos, espacios en construcción o desamparados… casi parecen un reflejo del propio personaje, como un espejo de su alma. Que a la vez pudiera ser reflejo de la sociedad en la que se habita y a la que se teme. Temor e impotencia por querer huir y acercarse al círculo del que se debe formar parte y del que no se puede formar parte porque también se teme al progreso, que desintegra y desmantela en lugar de unificar: “Si me pinchas a mí, yo sangro pero tu no”.

Durante todo el metraje los personajes de su alrededor la definen como inadaptada, ante esta situación de diferenciación, de señalamiento, se acentúa la frustración por percibir las cosas tal como los demás no las perciben, y necesita desesperadamente reintegrarse en la realidad de “los otros”, por ello recurre al deseo físico. Hay un momento en el que se vislumbran deseos de fusión con otros seres, un arduo deseo de posesión, de deshabitar el propio cuerpo para que otro lo habite, que otro se haga cargo. Por otro lado también podría deberse a la esperanza de reunión y conexión para sentirse parte de algo, de no sumar 2, sino hacer un 1 compacto.
Alice Ayres
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