Cobra Kai es una agradable sorpresa en el mundo de las secuelas. Cuando uno se dispone a ver esta serie, lo hace con bajas expectativas, ya que puede caer en el error de pensar que sólo es una forma más de seguir estirando el chicle de una película ochentera que sigue dando beneficios económicos. Nada más lejos de la realidad.

Cobra Kai tiene magia, básicamente, porque es una serie hecha por profesionales que aman Kárate Kid. Es un producto muy cuidado, tanto a nivel estético como argumental.

Lo mejor de la serie es, sin duda, la profundidad que han dado a los personajes. Aquí ya no tenemos héroes sin defectos y villanos sin alma. Los escritores se han preocupado en explicar los porqués de la actitud de cada uno de los personajes. Desde Lawrence hasta Kreese pasando por los chicos más jóvenes. Todos tienen su complejidad.

Los recursos narrativos, además, consiguen que entiendas la historia por sí misma, sin necesidad de acudir a las películas antiguas, gracias a unos flashbacks muy bien hilados. Las escenas de kárate, pese a que no son muy realistas, continúan enganchandote a la pantalla, tanto que acabas creyéndote que el torneo de All Valley es algo comparable a una final mundialista.

La mayor muestra de que está hecha por personas que aman Kárate Kid es que han conseguido dignificar la saga entera. En vez de ignorar la parte 2 y 3, muy mediocres en comparación con la primera película, Cobra Kai abraza el argumento y los personajes de estos filmes -Chozen y Silver tienen un papel extraordinario- y les da un sentido dentro de la serie. Pone en valor la saga al completo. La vuelve digna de recordar.

No es un 10, quizás, porque al igual que en las pelis originales de Karate Kid a menudo cae en estereotipos o en giros sencillos de guión. Esto, de hecho, es lo que continúa haciendo que tenga la misma esencia que las películas. No se pretende que sea algo más serio ni transcendental, sino que la serie brilla con la sencillez de sus pequeñas situaciones cómicas.

Si te paras a pensarlo, la trama gira en torno a una encarnizada rivalidad que tienen dos dojos en los que entrenan adolescentes de menos de 18 años. Es absurdo juzgar Cobra Kai como si fuese una producción de gran nivel intelectual.

Pero una vez compras esta premisa inicial, te das cuenta que es una serie adictiva, que despierta la nostalgia del espectador y que te reconcilia con Miyagi y compañía varias décadas después. Ahora, su misión es conseguir un cierre a la altura.