Empecemos por el principio: Whiplash, de la que muchos hablan maravillas incomprensiblemente, me parece una de las peores y más enfáticas y manipuladoras películas que he visto en mi vida. Empezando porque cualquier profesor que se comportase como JK Simmons estaría de patitas en la calle en el minuto 1, y terminando con la moraleja ridícula de que el Jazz es repetición (cuando es improvisación), y que para ser un virtuoso en algo el talento no cuenta, basta con hacer repeticiones. Reducir el jazz a la rutina de ir al gimnasio. Lamentable.

Vayamos con La La Land:
Mi nota en condiciones normales sería un 5, pero como considero que esta es una web seria es necesario corregir la barbaridad que supone elevar esta cosita por encima de Cantando Bajo la Lluvia, Un Americano en París, Los Paraguas de Cherburgo, o por centrarnos en musicales recientes, Moulin Rouge, que si bien pecaba de histriónica tenía unos números y arreglos mucho más originales y trabajados. Cada película responde al espíritu de su tiempo, y este parece reflejar un mundo de idiotas narcisistas más pendientes de los seguidores de Instagram que de la enjundia de una buena historia. Ombliguismo puro de un chaval de 31 años muy convencido de su genio, pero que no pasa de ser el tuerto en el país de YouTube. Un Rubius a lo hollywoodiense.

Un telefilme se cuela en Los Oscars. Cuando fías el dramatismo de las escenas más desgarradoras enfatizándolas con el adagio de Albinoni y rellenas con más música otras escenas insustanciales es que no confías mucho en tu capacidad de conmover con el guion y los actores. Reiterativa y aburrida.
Habiendo visto a Andrew Garfield en Hasta el Último Hombre, Ryan Gosling en La La Land y supongo que Denzel Washington habrá hecho la interpretación de carril que se le presupone (la misma que viene haciendo desde hace 20 años), debe de ser Viggo Mortensen el mejor de los aspirantes, porque no entiendo las loas a la interpretación monolítica de Casey Affleck: Cara de estreñido desahuciado todo el rato y balbuceo entre susurros con la mirada perdida. Lo de los Óscars es de traca. El director nominado también por colocar cuatro planos de la ciudad con frío y nieve con música tópica y triste de fondo. Que aprenda de Mike Leigh.

Llevaba tiempo oyendo hablar de esta serie, pero la saturación de contenidos audiovisuales ha hecho que la relegara demasiado tiempo. Es un auténtico prodigio de ritmo, guion e interpretación (en este último aspecto los actores británicos no admiten parangón por su formación y tradición teatral). No estoy de acuerdo con quien ha comentado que la primera temporada es la mejor. Creo que va mejorando conforme avanzan las temporadas, y en su estructura recuerda a The Wire porque los casos se relacionan y surgen flecos anteriores. Cuando acabé la cuarta y última hasta el momento, me tuvo en vilo hasta las 3:30 de la madrugada, y al día siguiente tocaba madrugar a las 7:30.

La cantidad de loas que está recibiendo esta película es inexplicable de no ser por el sentimiento de culpa hacia Mel Gibson tras ser apestado por bocazas, homófobo, racista y antisemita. Que haya que rehabilitarle independientemente de lo que haga en su vida privada me parece justo, pero no a costa de ensalzar una película que es una mezcla de Salvar al Soldado Ryan y la hoja parroquial, dicho sea el primer término comparativo con ánimo de resaltar lo más positivo del film. Y es que Mel sabe rodar, eso no hay quien lo discuta, pero la historia transcurre por unos derroteros tan tópicos y previsibles que cuando llega el momento cumbre de la batalla he tenido que mirar 4 veces el reloj. ¿Que la batalla está bien? Sí, pero ya lo hizo Spielberg mejor en su visión de la 2ª Guerra Mundial, tanto en la mencionada como en las series Band of Brothers y The Pacific (que comparte geografía con esta). ¿Es suficiente para darle las infladas calificaciones que tiene? No, salvo que la grey haya estado mortificándose con cilicios por sepultar bajo el lodo al australiano y con esto crea que, como buenos católicos, resetean el contador de pecados para volver a ejercer el derecho a la hipocresía con que el catolicismo les premia tras el sacramento de la confesión.

No recuerdo en los últimos 50 años la irrupción de un cineasta capaz de abordar proyectos de temática tan variada, con guiones propios o ajenos, adaptando obras de teatro (Incendies) y transformándolos en auténticas joyas fílmicas. Tenía tan altas las expectativas con Arrival que temía que no estuviera a la altura de su bagaje, pero desde el momento en que aparece el primer plano Villeneuve te pega a la butaca como acostumbra, hasta el punto de querer administrarte el colirio que le aplicaban al protagonista de La Naranja Mecánica para no parpadear. Huelga decir que la dirección es excelente porque no creo que haya mejor cineasta en la actualidad que el canadiense, y me gustaría destacar también los efectos de sonido cuando se produce el primer encuentro en la nave. Ahí es donde se da uno cuenta de que Villeneuve maneja todo con gran sutileza, siendo muy consciente de que todo cuenta a la hora de crear atmósfera, incluyendo la fotografía y contrastes con el paisaje exterior. Hay quien la cataloga de cursi (he leído una crítica en un periódico que la considera una obra maestra a pesar de que está lastrada por el sentimentalismo), pero francamente, me parece que todo cobra sentido en el maravilloso epílogo y para nada cae en la ñoñería. Cursi a la par que errática era Interstellar, donde Nolan necesita recurrir a Paulo Coelho ("El amor es la única fuerza que trasciende el tiempo y el espacio") para justificar un guión que hacía más aguas que el Titanic. Comparar ambas me parece una aberración, porque el guión de Arrival no tiene ninguna laguna, mientras que aquella se desmoronaba desde el principio.