Bizarra, atrevida, rocambolesca... el cóctel que aquí nos sirve Oliver Stone, se podría resumir prácticamente en una secuencia: La de su conclusión. Y es que, por desfasada que resulte su estética como pasadas de rosca sus interpretaciones, "Natural born killers" se erige como una crítica si no ácida, sí verdaderamente hábil e ingeniosa al sistema actual televisivo y publicitario.

Quizá en su época, toda esa descabellada crítica no llegaba a tener el efecto que hoy en día si logra adquirir, puesto que la televisión avanza, y con ella, cada día el morbo y ese instinto voyeur que posee el ser humano por naturaleza propia se amplifican, haciendo que esos pequeños apuntes de Stone sean de lo más interesantes y sugestivos, amen de aportar a su obra una calidad, que si bien en lo formal no constituye una gran baza, en lo que vendría a ser el fondo sí lo es.

Las falencias que ha demostrado Gans a lo largo de su escueta carrera, hicieron mella en su segunda cinta de modo estruendoso, transformando una propuesta que podría haber resultado interesante pero que, por tomar demasiadas concesiones de cara a la galería y poseer lagunas narrativas patentes, terminó en algo insustancial y del todo fallido.

Que la estética sea uno de los puntos de apoyo de la obra del realizador francés no dice demasiado a su favor, pues aunque esta fabulosa faceta tan bien manejada por él nos introduzca con pulso en un relato ambientado en la Francia del siglo de las luces, la historia no hace más que menguar a medida que se desarrolla, y aunque recree con suma habilidad algunos aspectos de la época (como el de dar gato por liebre al populacho), nada logra enderezar el entuerto.

Poseer secuencias de lo más espectacular que, prácticamente no encajan en el contexto, la hace tan apetecible, como despreciable por todos aquellos que busquen encontrar un mínimo de verosimilitud visto el lugar en el que se enmarca la acción, y aunque actores de relumbrón como Vincent Cassel o Monica Bellucci estén tras el producto, "El pacto de los lobos" no deja de resultar otro intento en vano por ofrecer un nuevo episodio más cercano a lo aventuresco y fantástico que otra cosa.

Enésima revisión de "El fugitivo", esta vez adaptando las idas y venidas del criminal huído a un tipo que fue adiestrado en la lucha cuerpo a cuerpo por el propio perseguidor que, a su vez, fue mentor años atrás.

Eludir el uso de cualquier tipo de arma de alcance, es algo que suma enteros y da un poco más de solidez al conjunto, esa solidez de la que precisamente carece tanto una trama que nos han contado bastantes veces, como unos personajes poco o nada trabajados, que sólo sirven de eje a Friedkin, obteniendo así un vehículo de escapismo y entretenimiento suficientemente logrado como para no hacerle demasiados ascos.

La crudeza y agresividad con que se desarrollan los combates, dota a "La presa" de algunas virtudes que otras intentonas anteriores ni siquiera ofrecían, y hace que ese duelo entre Tommy Lee Jones y su antiguo amaestrado, Benicio del Toro, logre captar la atención del espectador, ofreciendo de principio a fin, todo lo prometido.

Polanski demostró ser un gran diseminador de psiques inquietas. Ya logró adentrarnos en aquel pequeño barco de "El cuchillo en el agua" en un inquietante duelo de egos, para sacudirnos más tarde con su "Repulsión", donde consiguió un eficaz trabajo gracias al talento de Denueve y al suyo propio.

Con "La semilla del diablo", sacó sesgadamente un tema mucho más candente y controvertido por aquella época como el sectarismo, y lo aprovechó para trazar una parábola que también nos habla sobre las inquietudes de la clase alta y de su intento por manejar todo aquello que les rodea sin ningún tipo de pudor.

La mirada resplandeciente y el rostro angelical de Mia Farrow en contraposición a ese personaje interpretado por Ruth Gordon que cada vez se va oscureciendo más es sólo un reflejo de esa intensa lucha por hacer prevalecer los intereses propios.
Momentos como el del sueño o ese turbador final son los que dan a la obra un añadido, y la transforman en una joya capaz de atrapar y remover a partes iguales, por mucho que la traducción de su título no fuese la más idónea y que Polanski siempre vaya a ser recordado más por obras impropias de su carácter, que por las que le concibieron como el cineasta que es.

El realizador especializado en comedia Tom Shadyac, tropieza aquí sin remisión alguna al intentar cuajar en "Dragonfly" elementos que nunca han destacado en su cine, como la profundización sobre la figura protagonista o el esclarecimiento de un misterio anodino y vagamente construido.

Ramplona y sosa, esta nueva intentona de Kevin Costner por demostrar su valía como actor no va más allá de un relato vacuo que, supuestamente, debería intrigar durante sus primeras pautas, pero no logra crear un mínimo de tensión atmosférica y al final el espectador es dirigido gracias al camino que va marcando el realizador estadounidense sin demasiada fuerza.

Puede que la conclusión quiera ser distinta, sin embargo, no pasa de resultar una lacrimógena amalgama de tópicos fritos y refritos que, a día de hoy, y visto lo visto durante el transcurso del film, ni funciona (por no obtener el calado que requeriría), ni impresiona, por mucho que pueda llegar a sorprender.