Con movimientos nerviosos e hiperactivos de cámara, el director nos sumerge en el submundo de los que fuman, inhalan y se inyectan metanfetamina. Una epidemia que implica a millones de personas por Norteamérica. La historia es tambaleante, una mera excusa para mostrar un escaparate de individuos fracasados metidos hasta el culo en esa mierda.

Pasando por la casucha del camello a la de los consumidores y por el laboratorio ambulante de fabricación, se presenta la serie de personajes que convergen en torno a la sustancia que les aporta el estado de euforia, les lleva a la locura, al sexo y a olvidarse de la mediocridad de sus vidas. Pero no son juzgados, ni tampoco se persigue un realismo escandalizador, sino una visión en ocasiones divertida de los consumidores.

Ross es el tío al que acompañamos en una jornada frenética que comienza con la visita a su camello y se convierte -sin quererlo- en el chico para todo de “Cook”, el cocinero que fabrica la mierda para los demás, y que le obligará a permanecer tres días sin dormir a cambio de una jugosa promesa de suministro inagotable. Como ya se anuncia en el cartel: “No vengas ciego, que luego no te enteras”.

José M. Rod. Hurtado (espacio3)

Napoleón Dynamite es el típico perdedor de toda comedia estudiantil “yanqui”. Su aspecto no es nada menos estrafalario: pelo afro pelirrojo, botas militares y unas enormes gafas de sol de policía de los ochenta. Su parsimonia, sus continuos y tímidos “jope” ante el abuso de sus matones le dan la identidad del mayor capullo dotado de una especial propensión a seguir jugando sólo a la pelota y mantener su inadaptado carácter.

En esta ocasión, no nos sorprenderán -como suele ser costumbre- con una última jugada para demostrar que es mejor que los más populares de instituto. Ni nos encontramos con una comedía inteligente sobre inadaptados ni ante una gamberra que al menos nos entretenga. Es simplemente un film aburrido.

Quizá no esté acostumbrado al humor ‘alternativo’: escenas que parecen ir a cámara lenta y personajes predecibles que recitan diálogos esperando que el público se duerma. Por cierto, el argumento es lo de menos porque no pasa nada interesante a lo largo de los 90 minutos.

José M. Rod. Hurtado