A pesar de todas sus imperfecciones y de su cutrez (la muerte de Danny Trejo en el restaurante), se gastaban casi todo el presupuesto en pagar los honorarios de Bronson, este tipo de películas sobre gente normal que se toma la justicia por su mano fueron muy populares durante los sesenta y ochenta, convirtiendo a su protagonista en la estrella mejor pagada del momento.

Ésta que nos ocupa es en realidad la la cuarta y última entrega de la saga iniciada en el 74 con el título de El justiciero de la ciudad, posteriormente llegaría Yo soy la justicia y El justiciero de la moche. Aquí en España se creó una confusión con el título Yo soy la justicia II porque en realidad se trata como digo de la cuarta parte.

Aquí Bronson se enfrenta a los cárteles de la droga cuando el dueño de un importante periódico le contrata para liquidar a los responsables de la muerte de su hija a causa de una sobredosis. Este le proporciona todo el material y la información que necesita para su cometido.

Un famoso cantante norteamericano se traslada a Inglaterra después de su divorcio para retomar su carrera y grabar un nuevo disco. En la mansión en la que reside comienzan a suceder extraños sucesos que llevan a su protagonista a la paranoia.

Otra película más sobre casas encantadas que no aporta gran cosa al subgénero pero que no obstante se puede ver si eres aficionado al terror. Lo más conseguido en esta clase de películas en las que apenas hay efectos especiales, suele ser la atmósfera opresiva e inquietante, que en este caso viene dada por la presencia de esa perturbadora pareja de ancianos que cuida la casa y a su protagonista.

Un malentendido con el líder de una tribu africana provoca la matanza de una expedición de cazadores de elefantes a excepción de uno de ellos que consigue huir. A partir de ese momento se inicia una auténtica caza al hombre en la que su protagonista tendrá que enfrentarse no solo a sus perseguidores sino a los peligros de la selva africana.

Las películas de Cornel Wilde siempre me han parecido interesantes porque tienen algo y no me dejan indiferente. Suele plantear situaciones límite para mostrar cuál es la reacción del hombre. Aquí tenemos una dura lucha por la supervivencia en un entorno tan hermoso como hostil, la película se rodó íntegramente en África, en la que el protagonista deberá sortear toda clase de calamidades y penurias para escapar de sus enemigos.

Tiene un marcado carácter antropológico y semidocumental, que incluye vistosas postales de la impresionante sabana africana, donde se subraya que la ley del más fuerte resulta vital para la supervivencia en la naturaleza. También se denuncia la soberbia y la codicia del hombre blanco cuando puso sus pies en el continente negro en el siglo XIX y empezó a saquearlo.

Aunque personalmente no habría durado ni cinco minutos en la situación que se plantea, Wilde, responsable también del guion nominado al Oscar, consigue mantener la tensión y el desasosiego en el espectador con una historia cruda, sin apenas diálogos y hasta cierto punto verosímil, cuya influencia queda patente en títulos como Apocalypto e incluso Acorralado.

Ahora que se vuelve a poner de moda la figura de Napoleón, he aprovechado para ver Waterloo, la película que narra la derrota definitiva del autoproclamado emperador de Francia.

No la había visto anteriormente y aunque su productor, Dino de Laurentiis, se gastó un dineral en producirla, la película fue un fracaso. El público le dio la espalda al estrenarse en una época en la que este tipo de cine de batallas épicas de la historia no estaba de moda.

La cinta recrea con todo lujo de detalles la famosa batalla que cambió el curso de Europa con la victoria angloprusiana comandada por Arthur Wellesley, también conocido como el duque de Wellington.

Espectaculares movimientos de tropas con miles de extras, cargas a caballo, cañonazos, disparos y explosiones por doquier, arengas patrióticas y mucho humo y sin embargo, a pesar de todo ese esfuerzo, el resultado no deja de ser discreto, al centrarse el guion en el desarrollo de la batalla y no en el de los personajes.

No obstante, Rod Steiger encarna convincentemente a Napoleón, mientras que Christopher Plummer hace lo propio con Wellington.

Segunda entrega de la conocida como trilogía de la caballería, tras Fort Apache y anterior a Río Grande, dirigida por John Ford entre 1948 y 1950. Personalmente me quedo con la primera.

En ésta tenemos a John Wayne encarnando a un veterano del ejército que pocos días antes de su retiro definitivo debe realizar varias misiones peligrosas contra los indios.

Destacaría la fotografía a todo color que permite apreciar en todo su esplendor Monument Valley, un decorado natural tan bello y espectacular que supone un protagonista más en la historia.

Sin embargo también tengo que decir que no soy muy fan de los western de Ford sobre el Séptimo de Caballería. Se trata de películas bonitas y entrañables que cuentan con el aliciente de su carismático protagonista, pero me resultan un tanto infantiles en el tratamiento del sentido del humor.

También es verdad que su autor siempre mostró gran respeto por los nativos americanos y en sus películas suelen aparecer representados con bastante dignidad. Son algo más que los malos de la historia.

Y por último, no puedo olvidarme del trabajo de Ben Johnson. Ese excelente jinete de rodeo reconvertido en actor de éxito, casi siempre secundario a las órdenes de los mejores, en westerns inolvidables .