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Costa Rica Costa Rica · Me encantan las galletas
Críticas de Javier Moreno
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Críticas 234
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
27 de mayo de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Triste y amarga comedia que linda con el nefasto reconocimiento del lugar al que uno pertenece. Recuerdo, memoria, repaso y consecuencias. Resumen para arrepentirse, relato para comprender.

Uno de los directores más aplaudidos en esos países de los que sólo nos llegan noticias bélicas, Dusan Kovacevic, nos brinda la oportunidad de pasar un buen rato acompañados de la historia más reciente de su país. Conmocionado como tantos otros artistas por las convulsiones políticas y sociales a las que se vieron sometidos en los últimos años, intenta recapitular los grandes acontecimientos en torno a una historia llena de ternura, fidelidad, responsabilidad y carácter público.

Un misterioso hombre que viste sombrero y sostiene un maletín irrumpe en el despacho de un aburguesado director de una compañía. Afuera, los obreros amenazan con la huelga, pero este director está más ocupado entre la falda y el escote de su secretaria. Además, tendrá que hacer frente a lo que la película nos deparará, y le acompañamos en su recorrido.

El profesional dice no ser periodista y parece conocer la vida del empresario mejor que él mismo. Ofrece detalles e incluso advierte de ciertos matices y hechos que serán recordados más adelante por su interlocutor. Pronto sabremos que su profesión es agente secreto de la policía de Milosevic (presidente y dictador de Yugoslavia y Serbia de 1989 a 1997, y sólo en Yugoslavia de 1997 a 2000), pero el misterio se mantiene.

Comenzamos a conocer al empresario, cuyo pasado está repleto de conmovedoras historias. Perteneció a la rebelde oposición libertaria durante el mandato de Milosevic. Su novia, a quien amó más que a nada en el mundo, es la hija de nuestro misterioso agente, y su relación está más unida según pasan los minutos.

No querría limitarme a resumir la película, fastidiando el entretenimiento de quienes la vayan a descubrir próximamente, por lo que cierro aquí el apartado de información y me ceñiré en el análisis como conjunto.

Los dos personajes mantienen una conversación que gira en torno a sus vidas, estrechamente unidas. Con tonos de humor, aunque probablemente más apreciable si eres serbio, juegan al ratón y al gato, a odiarse y amarse, entre tragos y abrazos, demostraciones de ira y dudas. Además, se intercalan los momentos del presente en el que la situación política está invertida y donde aquel revolucionario ahora maneja una empresa y a sus trabajadores.

La secretaria contempla los momentos más caricaturescos, algunos excesivamente forzados, para solvencia de un guión demasiado enfocado en el drama social. Cada personaje tendrá que lidiar con lo que hicieron y fueron años atrás, para redimir sus pecados, congratularse de las hazañas y emprender sus vidas con la sapiencia del perdón.

El formato recuerda a una obra teatral, aunque se basan en el recuerdo para establecer otros escenarios. Las tabernas donde discutían clandestinamente, los mítines políticos, los accidentes huidas, todos ellos son elementos de los pasajes por los que deambulan estos seres, débiles, que lucharon por lo que ya no hay. Y en eso también se basa la película, en la reunión tardía de seres que pertenecen al mismo sitio y a la misma especie, separados durante casi toda una vida por decisiones ajenas. Con suerte, podrán restablecer lo que los mantiene en igualdad.

La película parece llegar con 25 años de retraso, a nivel de producción e interpretación, pero resulta agradable. El tema político no se toma con frialdad, por lo que disfrutamos de dos puntos de vista que no tienen por qué ser ejemplo de nadie.

La cercanía, el compendio de elementos y la nada pretenciosa intención de Kovacevic hacen de esta película un rato emocionante, sin grandes discursos, que analizar y disfrutar. La historia serbia no será completamente examinada, pero nos dará una pequeña imagen de las costumbres de una cultura que aún no ha estabilizado su denominación. Humanidad por encima de las diferencias, nos dice el director.

Si te interesan las películas independientes, con historias personales (incluso algo de universalidad en el fondo) y centradas en el guión y no en el presupuesto para fuegos artificiales, aquí tienes algo interesante.
Javier Moreno
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5 centímetros por segundo
Japón2007
6,8
8.239
Animación
8
27 de mayo de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Genuina secuencia de poesía.

Sensualidad que transmite en un plano pero parece deslizarse y mezclarse entre diversos sentidos. Se palpa, se huele, se siente y se disfruta. Los colores de Shinkai llenan ojos cansados de almíbar.

Lejos del estereotipo de manga que popularmente nos llega, "5 centímetros por segundo" flota amarrada a los mismos cánones: un amor sin expresar, un destino trágico, el paso del tiempo y la luz sobre dos adolescentes que se mecen a un ritmo ajeno al tiempo institucional.



Pero se escapa al mismo formato, tal vez volcarse definitivamente en la expresión sensorial y dejar la trascendencia inherente al juicio del espectador. No abusa de la metáfora con repetitivas palabras, miradas ultra-trascendentes o caricaturas del ser humano. Simboliza, y mucho, pues hablamos de cine japonés, pero centra toda su atención en colorear esos planos en los que el mensaje ya va implícito.

La estructura, también imaginativa, cuenta la historia de un amor difícil en tres sencillos y cortos pasos. La primera historia es "Extracto de flor de cerezo", donde Takaki Tono y Akari Shinohara se conocen. Como protagonistas, ellos forman el argumento esencial de la película. Van a la misma escuela y, tras graduarse, sus vidas se separan. Lo que nunca se dividirá es el terrible vínculo que sienten el uno por el otro. Más adelante, en la segunda historia "Cosmonauta" vemos más retales de sus vidas, desde otro punto de vista. La historia final, homónima a la película, "5 centímetros por segundo", vuelve a unirlos en una posibilidad de vida juntos.

Como digo, no es la trama lo que verdaderamente hace que esta película funcione. El trato que el director da a los paisajes y los espacios abiertos generan sensaciones muy placenteras que nos permiten, sinceramente, viajar durante un tramo del día en el que decidimos disfrutar de esta cinta.

Las atmósferas que se recrean siempre tienen como punto en común una fragilidad propiciada por esa luz final del día. Como si todo momento fuera a morir y tuviéramos que sentirlo especialmente. Esta joya podría haberse llamado con nombres relativos al fin del verano, el declive de la vida, el terrible adiós... si no hubiera sido porque el tiempo también juega un papel fundamental.

Se muestra en varias ocasiones algún elemento que contiene el paso del tiempo, como si hubiéramos de aferrarnos a la escasez de segundos. Un reloj, las sombras alargándose, las luces de la ciudad, un recuerdo del pasado, una estación de tren. Incluso los vagones y su breve estancia en cada parada también simbolizan esa belleza efímera.

Preciosismo de manos de un dibujante enamorado. Una película no sólo recomendable sino admirable y necesaria, sobre todo en tiempos en los que lo mejor que puede hacer uno es recordar el pasado si lo que quiere es soñar con momentos de gracia.

La mirada al pasado y el guiño al recorrido. El inexorable conocimiento de lo que ya no ocurrirá de nuevo. Triste y violentamente sincero homenaje a la belleza, al colorido de la vida y a la eterna juventud del instante en que vivimos.
Javier Moreno
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8
27 de mayo de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Surrealismo costumbrista que se adecua a las situaciones dadas en la cultura española que, lejos de tener un sentido unívoco, se entretejen como abanico de dimensiones abismales para engendrar sinsentidos más allá de las bromas.

José Luis Cuerda es un ejemplar cómico que retuerce nuestra base cultural y nos muestra qué somos, cómo nos comportamos y qué nos impide cambiar radicalmente.

En "Amanece, que no es poco" vemos el regreso a España de Teodoro, un ingeniero que da clases en la universidad de Oklahoma. Al volver se encontrará, sin mucha sorpresa, con la sociedad en la que se crió y que permanece fiel a sus costumbres. La descripción, a pesar de su anunciada extravagancia, no escapa a la realidad del interior de un país de ritos ancestrales. Todo está desfigurado con el fin de parodiar, tal vez criticar, la ignominia que en ocasiones acompaña la falta de cultura, el aferramiento al clavo ardiendo y la negación del avance.

La Guardia Civil como institución, el alcalde como inservible fuerza política, la importancia del campo y el amor que surge en su trabajo, la iglesia como lugar de reunión y desfachatez moral, pero también la enseñanza en las escuelas como único escape, la esperanza de los niños y borrachos, la falta de cultura exterior, la figura familiar descoyuntada y el existencialismo.

No es la primera vez que se realiza una película a modo de sátira con semejante propósito, los Monty Python son ejemplo de toda una saga de brillantes análisis culturales, que una década antes ya permitían que nos desternilláramos con Brian, los caballeros y la explicación al sentido de la vida. Pero en España nadie se atrevió, o nadie se lanzó a tamaña aventura, hasta que Cuerda nos dejó esta perla.

En la escuela se enseña con amor y sin dolor, dato opuesto al modo educativo que primaba en el país. En las tabernas se escucha ópera y se respira cultura burguesa, los extranjeros pasan casi desapercibidos y el respeto abunda rechazando estereotipos racistas, clasistas u homófobos. Además, y aquí el detalle más determinante, toda conversación viene aliñada con el vocabulario más exquisito. Exigencia de guión que toda palabra tenga el significado apropiado. Los abuelos se disculpan de no manejar cierto tema de discusión con la solvencia necesaria acusando su incultura, que les dominan las bajas pasiones. Asombrosas las propuestas al alcalde, las benévolas discusiones del cura. Increíble que mostrando la situación de manera inversa, se vean más claras las carencias y necesidades de un país precioso pero estancado en ciertas miserias.

Mi análisis cobra subjetividad y se torna oblicuo cuando dejo matices por destacar, pero dejo para debate todos los detalles que hacen de esta comedia un lugar maravilloso durante 110 minutos. Son muchas las frases para recordar, mucho surrealismo de jocosidad infinita, para resumir una sola persona. Os brindo, pues, la oportunidad de rellenar con los recuerdos de dichos pasajes.

Me quedaría con dos o tres puntos que hacen de la película una pieza clave del humor delirante, y probablemente serían el modo en el que uno puede ser nacido de la tierra, la veneración por Faulkner (que desata el conflicto central) y la distinción entre paradigmas filosóficos a manos de campesinos. Todos somos contingentes, pero esta película se hacía necesaria.

Recomendación absoluta para disfrute relativo, pasen y rían.
Javier Moreno
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6
27 de mayo de 2013
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Marcel Marx, cuyo nombre recuerda al existencialista y cuyo apellido mezcla el humor y la responsabilidad social, ha cambiado de vida.

Como limpiabotas, en la ciudad portuaria de Le Havre, se gana (o malgasta) la vida que le queda. Atrás queda su ilusión del barrio parisino en la que su fama como escritor le causaría un inmenso daño que dejamos a la imaginación del espectador. Prefirió un retiro, tal vez artístico, tal vez moral, en el que no encontraría nunca más razones por las que preocuparse. Sin embargo, inevitablemente, los acontecimientos le llevarán por la misma senda que todo hombre ha de recorrer: la determinación de la acción en base al necesario uso de la libertad. Por ello que vea enfrentada su inherente moralidad con la firme frialdad del proceso burocrático del sistema.

Con más Kafka que Fellini. Un Haneke sin casi humanidad, más cercano a la nieve y al pasto yerto que a la templada tierra de fruto. Kaurismäki retrata ese "proceso" en el que un individuo se siente inútil y ahogado por un sistema ininteligible y desesperante que actúa sin razones y se define infinito. Las normas se imponen por costumbre, sin rito ni adecuación, y aquel que nunca perteneció necesita renacer la fuente de sensatez.

Se trata del mismo western de la Biblia, contada para contemporáneos. Un tipo que no parece seguir las normas, al que nadie cree, parece tener un método en el que confía para vivir cómodamente. La comunidad lo desprecia, lo empuja al abismo del "proceso", lo denuncia. Entonces la libertad de aquel que quiere actuar en nombre de todos, como humanidad, se yergue entre opiniones para hacer prevalecer la razón. Otro loco entre molinos que es impelido por su responsabilidad y habrá de ser llamado legislador después de todo. Las palabras no van a ser entendidas, todos en aquel lugar hablan un idioma completamente diferente. Por ello que necesite de sus acciones llamativamente correctas.

Marcel vive con su mujer una vida que no resulta agradable. Los vecinos no lo tienen por amigo, y su única vía de escape es la bebida y el solipsismo. Pero al conocer el problema de inmigración que acecha a la comunidad de los estados llamados de bienestar, se fijará en la vida de un niño negro que ha de sobrevivir en la clandestinidad. Esa paradoja de llamar ilegal a una persona. Esa sinestesia por la cual confundimos dos conceptos diferentes que afectan a sentidos contrapuestos. Su vida tendrá ahora un objetivo, pues ayudar al joven en peligro será vital. Como es de prever, el mecanismo del sistema, a manos del prefecto, sólo cumplirá incuestionables órdenes, y se creará el conflicto.

Su mujer, mientras tanto, enferma y es ingresada en el hospital con un terrible pronóstico. Sin embargo, nada parece importar y todo sucede fríamente con la coherencia de un engranaje electrónico. Entonces, en el momento crítico en el que un ser humano ya no puede seguir luchando, el sistema se resquebraja dejando lugar a la razón, y su misión se lleva a cabo con la ayuda de aquel prefecto que recuerda su natural disposición para la acción. Humaniza a sus vecinos por encargarse de aquello que todos harían si estuvieran en su lugar, humaniza en parte al sistema, y por fin todos aciertan en su apreciación: ese hombre es la ley. Y como el llanero solitario, conquista a la chica, pero ha de seguir su camino.

En su aventura, que resulta algo aburrida ciertamente, reúne viejos amigos en lo que recuerdan como amistad, reconoce a los buenos seres que hay a su alrededor, ayuda al necesitado, pero sobre todo, crea su universo paralelo en el que las cosas sucederían tal y como deben. ¿Real? Probablemente no. Pero aquí entra en juego mi visión de la película:

Marcel se siente exiliado en una vida que no comprende ni desea. Al beber y al encontrar una razón por la que vivir, cambia los parámetros por los que se ve rodeado, y así genera una situación mucho más sostenible, difícil, pero asumible. Por eso todo empieza a cambiar. Su mujer enferma, los comerciantes le ayudan, etc.

La simbología se escapa a casi todos, probablemente haya 3 o 4 eruditos que aprueben y conozcan todas las metáforas de sus figuras, como la piña, los cuadros en la pared, el color de toda la película, entre la irrealidad y el ultraísmo. Más allá de cualquier estética actual, Kaurismäki se atreve (con mucha presunción, no se nos olvide) a elaborar un nuevo Proceso, un nuevo Quijote, un nuevo western de paradigma bíblico. Los diálogos, de un hieratismo preocupante, mantienen nuestra atención a sabiendas de que hay un propósito detrás. Y nos siembra esa duda con el atractivo del nuevo arte, que por desconocimiento magnetiza. Pero no estamos seguros de si es una obra maestra o una simple triquiñuela de los nuevos beatniks.

En el reposo y el recuerdo se forja una película más redonda que en el simple visionado. Claro que se aceptan los improperios de aquellos que no sabían a lo que venían, pero tengamos en cuenta quién es este tipo antes de lanzar nuestros propios zarajos. Excesiva, tal vez, pero muy acertada en toda la puesta en escena. Sin embargo, no resulta una cinta entretenida ni vibrante.

Recomendada para aquellos círculos de valientes experimentadores, y también para los abotonados que se autoproclaman hipsters.


Ah, y como nota de humor, me quedo con "Siento la muerte de su marido. -No se preocupe, era fatalista."
Javier Moreno
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7
27 de mayo de 2013
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El thriller psicológico al que nos mete el guión de Brian Nelson es tan simple como eficaz, tan ingenuo como llevadero.

Partiendo de una posibilidad algo remendada por tantos otros directores, Slade se lanza a contarnos esta terrorífica historia dramática con más luz de lo habitual. La serenidad y la inteligencia son los principales atractivos para esta breve secuencia de intriga dolorosa.

El caramelo es esa pequeña Juno que tiene menos nombre de Page por habernos enamorado allí donde muchos la conocimos. Ella, ataviada cual caperucita roja, nos mostrará la crueldad del mundo a través de un plan fríamente calculado. Algo que ya conocemos nos hará recordar qué somos, qué podemos hacer y qué llegamos a procurar a los demás cuando nosotros ya hemos perdido lo que nos hacía sensibles.

Perrault imaginó algo parecido a este "Hard Candy" con un lobo menos animal y más agresivamente humano. Con la pérdida de la infancia a manos de aquel violador que amenaza sin engaño y se come nuestra vivaz sonrisa femenina. Lo que añaden en este atrevimiento es el movimiento previo de caperucita que, lejos de ir de paseo por el bosque, mueve los hilos de aquello que tiene entre manos.
Como digo, parte de una potencia algo mermada por la idea tan repetida. Pero alcanza todo lo que puede conseguir esta película. Tensión, giros, dosificación informativa, momentos de dolor, identificación con los personajes y justificación para casi todas las escenas. Muy eficaz dirección que sin esconder con oscuridades ni demás tópicos nos convida a más de hora y media de preguntas.

Ellen Page es una niña de 14 años que se cita con un tipo de 32 en una cafetería, por el temido internet y estas conversaciones pseudo-picantes. Todo pinta como adolescente error de sentirse halagada y próximamente violada. Ella es una niña inquieta, que se interesa por algo más artístico y cultural que los chicos de su edad, por lo que se siente algo desplazada y solitaria. Mítica situación que no dice nada nuevo. Pero él es un tipo sereno, aparentemente perturbado por nuestra predeterminada idea sobre esa sucia cita. ¿Qué hace un tipo como él con una niña tan joven? El odio ya se ha instalado.

Patrick Wilson es ese tipo que sabe manejar con soltura la actitud de la pequeña Juno. Se dedica a fotografiar modelos y termina llevándola a su apartamento, alejado de la civilización y perfectamente decorado. Todo anuncia al típico que vive por y para mostrarse.

En las conversaciones, perfectamente medidas por cierto, los datos sobre uno y otro se van descubriendo, pero nos sitúan siempre del lado del mismo personaje, atendiendo a los detalles que pueden ser peligrosos del otro. Por eso que la construcción del diálogo siempre gire y nos preguntemos quién es el que nos convence más como persona correcta.

Entonces él se marea y pierde el conocimiento. Ya hemos entrado en la acción, ella lo ha drogado y pretende infringirle dolor porque, al parecer, ya lo conoce. Sabe que él es un violador, que queda con jóvenes y que algo malo hay en su pasado. Pero no acierta a encontrar pruebas y empezamos a dudar. Entonces no sabemos muy bien si ese tipo puede en realidad ser alguien honesto y la joven está más perturbada de lo que pensábamos. Pero ella no se dará por vencida y lo torturará hasta encontrar lo que necesita.

El caso es que el pasado de nuestro treintañero se vuelve más perverso y advertimos que tanto el plan de uno como el del otro no están sujetos a aquella ingenuidad primera.

Los planos de una fotografía sincera, original, muy actual y de colores límpidos. Los clichés estéticos necesarios para la concepción de los personajes también ayudan a nuestra percepción de esos lugares comunes que creemos conocer. Pero es el hecho de mostrarlo todo con una gran iluminación, claramente lo que conlleva la mayor dificultad, y eso demuestra valentía.

Una secuencia resulta la más llamativa y la más dolorosa: la operación. Durante muchos minutos fruncimos el ceño, no queremos mirar y nuestra capacidad de aguante decrece. No permaneceremos eternamente ahí y necesitamos respirar, algo que nos permiten hacer tras sufrir muuuucho rato. Eso también es difícil, y el cambio a una situación más relajada también refleja profesionalidad.

Final de pocas posibilidades que no deja buen parecer a nadie por estar ya todos castigados. Crimen universal y primero al que no pueden escapar los olvidados. Relegados a la acción, los seres humanos que sufren generan situaciones de inevitable cuestión moral. ¿De qué lado estás tú?

Violencia en dosis asequibles e interpretaciones gráciles que solventan la papeleta de los dos únicos personajes (al que sumamos el cameo de Sandra Oh, probablemente el detalle menos explicable).
Javier Moreno
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