Vale, venga, lo reconozco: no he visto entera esta película y quizá la última media hora sea extraordinaria y señale un antes y un después en la historia del cine. Lo que yo vi en el tren de San Sebastián a Madrid era una verdadera almorrana cinematográfica y la aguanté más o menos estoicamente desde las afueras de Pamplona hasta pasado Calatayud, cuando me quité los cascos (aburrido como una ostra) y me dediqué a leer unos libros de poesía (Iribarren, Aramburu, García Martín) que había comprado en Sanse. De la peli ningún chiste me hacía gracia, todo me parecía tópico, previsible, gastado. Ese humor de calderilla de comedia de negros me parecía de segunda mano, como si hubieran robado la papelera de Ben Stiller y le hubieran copiado los chistes más malos (porque este bodrio no es un remake de «Adivina quién viene esta noche» sino, en todo caso, de «Los padres de ella», aquí que no se engañe nadie). El caso es que no pude con la película, me parecía el tostón de los tostones, así que me puse con mis libritos. Bueno, pues fue quitarme los cascos y todo el vagón se puso a reír a carcajadas con la peli. «Vaya, esto se pone interesante», me dije, y, hale, me coloqué los auriculares y a tragarme más tostón. Tras encadenar varios bostezos, volví a mi librito, «Légamo», de García Martín (que me decepcionó bastante, dicho sea de paso, más que de García Martín –del que soy gran fan– parecía el poemario de un alumno o un imitador de García Martín).
En lo que quedó de viaje, ya no se rió nadie con la película, así que calculo que me perdí el único chiste bueno de toda la cinta. Y ahí acaba todo: una crítica cinematográfica y otra literaria por el mismo precio, a ver si los de Filmaffinity me ponen un sueldecito.