A simple vista, esta es una película que puede llevar facilmente al engaño. Otra historia más del fín del mundo en versión destrucción provocada por bichos invasores. Y encima basada en una obra de Stephen King. Conociendo el historial último de adaptaciones sobre el escritor de Maine nada bueno se podía augurar.

Nada más lejos de la realidad. En este film los bichos son lo de menos. No dejan de ser un aspecto secundario, un mero marco que encuadra lo que realmente importa, un simple desencadenante necesario para mostrar cual es el verdadero horror, cual la verdadera cara del miedo.

Nos hallamos pues, ante una producción que facilmente podría englobarse dentro de ese subgénero destinado a analizar los efectos del terrorismo en un mundo post 11-S. Para ello situa la acción en dos niveles, el exterior, donde se produce la hecatombe y un supermercado sitiado donde los seres humanos contemplan el suceso.

Es precisamente ese supermercado el que toma protagonismo, erigiéndose como una gran parábola sobre nuestra sociedad, un lugar que ofrece la seguridad de lo conocido, el ocio del consumismo y las relaciones presuntamente intrascendentes entre vecinos. Un mundo idílico y a la vez frágil, un mundo que se derrumbará facilmente, como un castillo de naipes, ante la menor mínima amenaza.

Por ello este es un film que trata de las reacciones humanas, de como afrontamos nuestros miedos en una sociedad decadente y sín esperanza, un mundo donde cuando cae el bastión del aparente orden racional de las cosas somos capaces de aferrarnos como un clavo ardiendo a cualquiera que nos de un mínimo de esperanza, aunque sea a través de un fanatismo e irracionalidad religiosa que nos convierta en iguales amenazas, o incluso peores, que las que estamos sufriendo.
(sigue en sopiler)