¡Pero qué tramposo eras! Sólo a ti se te puede ocurrir meter a un negrito lindo, a una blanquita chiflada, a SuperSpencer Tracy y a Katherine-cuidado-que-soy-la-Hepburn en una misma película, batirlo bien y conseguir finalmente que quede una comedia dulce sobre un tema más bien amargo. La cosa no acaba ahí porque encima tenemos a una criada de color santurrona, a un padre del protagonista con complejo de recogedor de algodón y al padre pitillo , una sacerdote amigo de la familia que casualmente anda por allí cuando se arma la zapatiesta, para poder así ejercer de guía espiritual y aportar matices que eleven el dilema por encima del blanco y el negro.

La película denuncia el racismo o eso dicen, pero el mensaje que más se repite con diferencia es el de que los hombres somos unos desalmados. Cuando envejecemos y la pasión eréctil de la juventud se evapora, nos ponemos insoportables. Nos volvemos obtusos e intolerantes y se nos olvida muy pronto el significado del verdadero amor, si es que alguna vez supimos lo que era. Las mujeres , en cambio, jamás pueden quitárselo de la cabeza y es por eso que siempre están dispuestas a casarse como , de hecho, la novia chiflada del bueno de Poitier no se cansa de recordarnos a lo largo de toda la película. Pero bueno, sí, el discurso final está bien y debió de ser atrevido para la época y tiene el valor añadido de que fue la última peli de SuperSpencer Tracy y, en general, el teatrillo es disfrutable. Yo cada vez que la pasan por la tele me hago a la idea de que estoy viendo El Rey León del racismo. Sidney Poitier es Simba y SuperSpencer Tracy es como Muphasa después de enterarse que van a ampliar la edad de jubilación. El resto del elenco lo dejo a su elección.