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España España · Barcelona
Voto de Iris Alca:
9
Romance. Drama Adèle (Adèle Exarchopoulos) tiene quince años y sabe que lo normal es salir con chicos, pero tiene dudas sobre su sexualidad. Una noche conoce y se enamora inesperadamente de Emma (Léa Seydoux), una joven con el pelo azul. La atracción que despierta en ella una mujer que le muestra el camino del deseo y la madurez, hará que Adèle tenga que sufrir los juicios y prejuicios de familiares y amigos. Adaptación de la novela gráfica "Blue", de Julie Maroh. (FILMAFFINITY) [+]
17 de diciembre de 2013
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una sala pequeña. Todas las butacas ocupadas. “¡Bien! Todavía queda gente que disfruta con el buen cine”, pienso. La primera fila está vacía, y casi dentro de la pantalla. Por suerte, en la segunda, cinco o seis butacas están libres. No queda más remedio que verle los poros a Adèle. Un dato. Barcelona, 8 salas de cine en las que proyectan la película. Valencia, solo dos para la que ha sido Palma de Oro (mejor película) en Cannes 2013. Esto ya nos indica el nivel de distribución del cine europeo de calidad en este bendito país. Es mucho más rentable vender músculos, tetas y romances de cuento. ¡Dónde va a parar!

En La vida de Adèle hablamos de otro cine. Del que casi se puede palpar. Del que está narrado tan de cerca que hueles la piel de la protagonista. Ese cine que está más próximo al documental que a la ficción enlatada que la mayoría de distribuidoras nos intenta colar. Es un cine contado y contemplado desde dentro. Y la distancia entre el espectador y el relato es casi inexistente. La historia, en este caso, no es excepcional. No es original. No tiene nada de nuevo, de sorprendente o de extraordinario. Es una historia normal, que le pasa a una chica normal en un barrio normal con gente normal. Nada en este relato nos quita el hipo, al menos en cuanto al contenido. Lo importante aquí no es el qué, sin el cómo. Cómo el director se mete bajo la piel de unos personajes y les insufla vida de un modo asombroso.

Abdellatif Kechiche realiza un minucioso estudio de los rostros, los cuerpos, la comida, el cabello, el llanto, la imperfección, los sentimientos y el sexo, el cual cobra un gran protagonismo en este film. Después hablaremos de él. Todo está contado muy de cerca y sin ningún afán por embellecer lo que la cámara ve. Los restos de comida en la comisura de los labios, los poros de la piel, el acné juvenil. Valores de plano muy cortos que descubren la realidad tal cual es, casi robándola. Trozos de vida bellos precisamente por la falta de interés en que lo sean. La cercanía es tal que es imposible no conmoverse ante lo que Kechiche narra.

La elipsis temporal es uno de los elementos con el que el director se divierte jugando. La medida de tiempo es inexacta. No nos avisa cuando pasan tres años de golpe y, sin embargo, nos sorprende con un acto sexual casi a tiempo real. El paso del tiempo es casi intuitivo, sugerido, una mera guía. La evolución de los personajes no se explica, se descubre poco a poco, se adivina.

Uno de los fetiches de la película, sin duda, es el pelo de ella, de Adèle. Fascinante cómo el director lo utiliza para narrar la evolución psicológica y emocional de la protagonista. Recogido y enmarañado en el caos adolescente inicial. Suelto y revuelto en el desenfreno propio del dejarse llevar. Clásico para una Adèle madura y maltrecha. Gran parte de la sensualidad de la protagonista recae en su melena, en el juego que perpetran entre actriz y director.

Y ella, Adèle Exarchopoulos (pues comparte nombre con el personaje). Qué no decir de esta mujer. Real, conmovedora y ardiente interpretación. No me imagino con mis 19 años interpretando un papel con semejante carga emocional y sexual, muy sexual. Y es que el sexo, sin duda, ha sido uno de los motores de la polémica, la controversia y, por qué no decirlo, del morbo y el interés despertado por la película, sin menospreciar ni mucho menos el merecido galardón. El sexo en esta película es explícito, real y muy intenso. Las escenas de cama están narradas con la misma minuciosidad que el resto del film. Texturas, sonidos e incluso olores. No soy una gran partidaria del sexo en el cine pero si hay que mostrarlo, este es el sexo real, el que se da entre dos personas reales, sin maquillaje, ni edulcorantes y como única banda sonora los gemidos y el roce de los cuerpos. En Habitación en Roma, Julio Medem ya dio los primeros pasos por el camino del sexo lésbico, pero no hay color. Y no se trata de ver quién muestra la escena más picante entre dos mujeres. De hecho, dudo que la representación de Abdellatif Kechiche encienda entrepiernas. Al contrario, tal y como ocurre en la vida real, el sexo entre dos personas es entre esas dos personas y poco le puede interesar al resto. Se trata, por tanto, de mostrar el sexo sin tópicos, sin artificio, sin intención alguna por embellecer un acto animal, instintivo y descontrolado. Medem convirtió el sexo entre dos mujeres en un relato casi onírico. Kechiche no lo convierte, lo enseña.

La vida de Adèle, un peliculón, también en el sentido literal de la palabra pues el relato dura nada menos que tres horas. Si buscas una historia que rompa moldes, no la veas, pues es un relato de gente real. Si buscas la vida según San Hollywood, no la veas, pues no encontrarás ni pizca de maquillaje narrativo y/o visual. Si buscas escenas de sexo pasadas de edulcorante y con pajaritos de fondo, olvídate, el sexo es sexo y los orgasmos femeninos instantáneos que nos muestra la fábrica de sueños no existen.

La vida de Adèle podría ser la vida de cualquiera. Contada, eso sí, como nadie lo haría.

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Iris Alca
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