Eran los años treinta cuando un mono gigante se le ocurrió trepar a lo alto del Empire State Building. Hace unos años, ese mismo mono, pero más coloreado volvió a repetir tal hazaña. Lo más sorprendente de todo es que no lo hizo porque existiera una banana gigante en la cima del famoso edificio; sino porque estaba enamorado de Ann Darrow, una rubia muy mona. Este guión tan real como la vida misma se caracteriza por pertenecer al selecto grupo de las mejores películas de todos los tiempos. ¡Espero que no hayan sido los que critican al cine moderno de ser demasiado irreal los culpables de eso!

Dejando a un lado a los críticos con su extraña percepción del cine, adentrémonos en lo que nos importa: tanto la película del año 33 como la moderna son un verdadero tostón. Algunos directores se creen que el espectador es gilipollas; por lo tanto cuentan algo de mil maneras diferentes transformando lo que sería una buena película en una película repetitiva y falta de ritmo. En este caso ni hace falta profundizar de esa manera la relación entre los protagonistas de carne y hueso, ni hace falta un número de claquet para saber que la bestia se ha enamorado de la bella.

Peter Jackson aprovechó el tirón del Señor de los Anillos para rodar a su gusto esta película. Bien es cierto que cometió los mismos fallos que su predecesora; pero utilizó las nuevas tecnologías de una manera brillante. Los paisajes son realmente impresionantes, la gigantesca puerta está muy bien lograda, los nativos de la isla dan auténtico miedo, la coreografía de la pelea con los dinosaurios es muy ocurrente ... Sin embargo a la hora y media de película la gente sólo piensa en una sola cosa ... ¡Que se muera de una vez el puto mono!