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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
5
Terror. Acción. Drama Un grupo de amigos que exploran un extraño sistema de cuevas en el norte de Australia se ve amenazado por una manada de cocodrilos. (FILMAFFINITY)
23 de agosto de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Black Water: Abyss es la típica película de terror natural, específicamente de animales, que tanto saturaron las listas del género en los noventa con títulos como Anaconda (Lluis Llosa, 1997) o Mandíbulas (Steve Miner, 1999), donde el éxito más reciente, también de cocodrilos pero con una concepción mucho más novedosa a la acostumbrada es Infierno bajo el agua (Alexandre Aja, 2019). Aunque no es nada novedoso, resulta interesante ver cómo el director desarrolla todo el argumento en una misma y muy reducida ubicación donde cinco chavales con muy pocas luces deberán sobrevivir como buenamente puedan. Lo de pocas luces es, básicamente, porque deciden ir a una zona inexplorada en una zona pantanosa de Australia (donde hay cantidades industriales de animales peligrosos) y sin avisar a nadie, donde han desaparecido varias personas pero ellos quieren adentrarse en una enorme gruta subterránea. Ah, y sin armas, obviamente. Muy lógico todo, pero bueno.

Si algo es cierto es que, al director, Andrew Traucki, le encantan las películas sobre bichos y al menos muestra algo de interés en la documentación sobre ellos para realizar sus películas (algo no mucho más allá de Wikipedia, pero se agradece), dando situaciones veraces en cuanto a las interacciones entre animales y humanos. Por otra parte, una dirección que se desgasta mucho en conseguir efectos pávidos en el espectador hace que se oxide esa buena representación escenográfica rompiendo varias veces con la continuidad narrativa y la concepción espacial, algo irreparable si la mayor parte de la acción va a representarse en una misma y pequeña ubicación como es el corazón del complejo natural subterráneo. Por otra parte, introduce el factor a contrarreloj alterando los tiempos de desarrollo y evolución de sus personajes, apresurando (de forma natural) la acción y las relaciones (que en ocasiones pecan de superficialidad por esa misma razón) entre ellos, haciendo una narración que sabe alcanzar grandes picos de tensión con el ‘antagonista’, el cocodrilo, y el agua que va saturando el espacio y las esperanzas de sus devastados protagonistas.

Sinceramente la película no aburre, y da lo que promete desde el primer momento que ves la carátula. Unos buenos efectos prácticos sumados al enorme trabajo de la Big Gecko Crocodile Research en el aporte de los animales para las escenas genera el incipiente necesario para mantener la atención del espectador sobre el futuro, que se vislumbra azaroso, de sus personajes. La obertura de la película consigue una puesta en escena muy digna por la preciosa fotografía plagada de verdes de Damien Beebe, que se estira hasta un visualmente impresionante desenlace, introduciéndonos ipso facto en el salvajismo de lo silvestre que emana Australia, aunque con un epílogo harto innecesario. Como grandes contrapuntos tenemos las interpretaciones, donde el que mejor lo hace, con diferencia, es Benjamin Hoetjes como Vikctor, un secundario que tiene la actuación más compleja y que más versatilidad pide respecto a sus compañeros, bordando todos los gestos de angustia y dolor de una manera plausible. Por otra parte, tenemos a Amali Golden como su novia Yolanda, que no hace otra cosa que dar vergüenza ajena, y parece que le hace mucha gracia observar cocodrilos a dos metros de distancia.

Cuando se inmiscuyen y suceden las secuencias submarinas, tanto al director como al montador les embriagan las prisas por producir la atmósfera previa a los impactos visuales (y sonoros) que marcan el ritmo de la película, antojándose demasiado volátiles para la relevancia que tienen que tener, y demasiado tramposos por el abuso del plano subjetivo subacuático para lo que he comentado anteriormente. El nulo y bobalicón trasfondo que aportan sus personajes se encadenan con unas relaciones interpersonales que ni me importan a mí ni probablemente importaban a John Ridley y Sarah Smith mientras se partían el coco escribiéndolas. Al fin y al cabo, en este subgénero nunca suelen importan, aunque sí me habría gustado algo más de ingenio en esa construcción de personajes.

Con todo, afirmo que es una película con muchas limitaciones, pero apta para un visionado entretenido y relajado, sin muchas pretensiones y sin mucho presupuesto, aunque consiguiendo unas mínimas cotas de ansiedad por la claustrofobia en la que se acomodan sus personajes y la confusión que detona en violencia escénica. (5.5).
Tiggy
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