Tres personajes sórdidos, tullidos en un rinconcito de su ser, ese es el despliegue expositivo.
Ahí radica para mí, el encanto de una obra maldita antes de nacer.
Cambios en el montaje, supresión de escenas, censura por el bien común de los bien pensantes y aún así, los elementos demoniacos persisten, se sublevan al mandato de los todopoderosos y restrictivos estudios.

Algunas transiciones son bruscas, debido a lo mencionado y el desarrollo de personajes, pero sobrevive a tantas restriciones y se puede paladear con un ojo abierto a lo que no está y un puñado de imaginación a lo que sí.

El trío, Bennett, Ryan, Bickford espléndido, cada uno en su desasosegante papel.
En un segundo visionado gana y ver en VOSE, el doblaje la mutila inexorablemente.

Sin tanta censura quizá sería una obra magna y descomunal, de las bajas pasiones amorosas y las altas cotas de deseo.
La fotografía de ambientes es notable, tanto es interiores como en exteriores.

Malévolo e interesante acercamiento al alma desgarrada, de la última película que rodó en EEUU, Renoir.