El crítico británico Damian Cannon escribiría en 1997: "Probablemente uno tendría que haberlo vivido para experimentar plenamente American Graffiti y es una pena". Es exactamente lo que yo pensé desde que hace más de un cuarto de siglo descubrí, maravillado, esa obra maestra en tono menor de un señor llamado George Lucas (del que yo entonces no sabía nada). La descubrí en su estreno, y volví a verla, y volví otra vez, y volví una más. Y es que, aunque yo no fuí adolescente en Modesto (California) en 1962, lo fuí en Nueva York en 1963, y tuve el privilegio de vivir, aun como emigrante un tanto desconcertado, uno de los momentos más vibrantes, mas proclives a una creciente nostalgia- a veces, paralizadora y negativa-, dentro de la cultura juvenil que ha creado nuestro mundo occidental. Fue el primer momento de cambio profundo dentro de esa cultura de los jóvenes en la segunda mitad del siglo XX, una cultura- por primera vez- diferenciada de la imperante en el conjunto de la sociedad.
(Víctor de la Serna)