Antes de que a alguien le parezca original esta película y se arrogue la valentía de considerarla como la quintaesencia del género de terror, debería revisar el clásico del año '53 del mismo título en inglés y rodado en 3 dimensiones, aquí en España se tituló algo parecido a "Los crímenes del museo de cera", y con el que guarda un sospechoso parecido quizás no en la trama pero sí en algunas escenas que se quedaron grabadas en la retina del que disfrutó aquella joya protagonizada por Vicent Price.
Mientras en la antigua imperaba la belleza y el romanticismo con un uso del color espléndido, en ésta que nos ocupa rezuma la chabacanería y el mal gusto.
Evidentemente hoy no corren los años '50 y el cine ha cambiado, para bien o para mal, unas veces regenerándose, otras degradándose, y la comparación de películas de generaciones distintas quizás no sea el mejor argumento para defender o atacar un producto. Todavía hay quien defiende que la proliferación de remakes sirve para acercar los clásicos a las generaciones más jóvenes. Pero siempre que se copia, se plagia, o se reinventa, la comparación, aunque implícita, es inevitable. Pero apostaría lo que fuera a que el director de esta cinta, amparándose en la poca memoria cinematográfica del público que suele disfruntar estos productos, pensó que le sería rentable crear un híbrido basándose en un clásico, creo hoy por hoy muy olividado, y lo hizo pasar por original cuando lo que hace es a veces copiar escena por escena, e idea por idea.
La recreación del pueblo bien, el climax final bien, la trama poco original, las interpretaciones nefastas, aunque el público más joven disfruntará con los guapos de turno que suelen adornar las cintas de terror juvenil. El problema que acarrea la película es que parece todo ya visto, sobre todo, insisto, para quien haya visto la antigua.
Seguiremos esperando algo de originalidad en el cine de terror, aunque con los tiempos que corren será cuestión de fe más que otra cosa.