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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Drama. Musical Película sobre los últimos años de Ian Curtis, el enigmático cantante de la banda Joy Division e icono del post-punk inglés, hasta su trágico suicidio en 1980. Cómo le afectó el dramático conflicto entre el gran amor que sentía por su esposa y la apasionada relación con su amante, sus ataques de epilepsia, su extraordinario talento y sus arrolladoras actuaciones en directo. Mención Especial en la Cámara de Oro, Premio de la Juventud y ... [+]
11 de enero de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo admito, he desarrollado una parafilia estética: el malditismo me pone, intelectualmente hablando. No el impostado a fin de vender y/o follar más- quien no haya pasado por la fase "maldito de barrio" no ha tenido adolescencia-, ése me provoca urticaria. El genuino, el verdaderamente doliente es el que me desarma y derrite. Rindo culto a una santísima trinidad integrada por Baudelaire, Lautreamont y Kerouac. Arrullan sus lecturas las malogradas voces de Wood, Cobain y Hoon. En general, juguetes rotos y carreras truncadas llaman poderosamente mi atención depravada.
Ian Curtis, enigmático "frontman" de la extrañísima Joy Division- no hay vez que los escuche que no se me plantee la eterna disyuntiva ¿truño o genialidad?-, forma parte de esa legión de almas torturadas que hicieron mutis por el foro antes que someterse al juicio implacable de los años. Sin ánimo de entrar en controversias musicológicas, las turbadoras letras y la honda voz de barítono de Curtis dieron lustre a un proyecto bastante corto de talento- sin paños calientes, los Joy Division eran unos músicos francamente mejorables-. Sin mencionar los paroxísticos bailes con que adornaba sus actuaciones. Ian Curtis estaba tocado, en fin, por el mágico magnetismo que sólo las grandes estrellas emanan. Y a los 23 años- resulta chocante el contraste entre el tenebroso color de su voz y la tierna edad a la que grabara el histórico álbum "Unknown Pleasures"-, decide quitarse de enmedio. Sin haber dado todavía el salto desde la escena independiente de Manchester a las grandes ligas, sin haber siquiera abandonado el suburbio de Macclesfield. Un maldito, podría decirse, de perfil bajo. Casado, padre de una niña. Alérgico a la fama, renuente a hablar de sí mismo. Sin (grandes) problemas de drogas. No demasiado mujeriego- sólo se le conoce una amante, Annick Honoré-. Y epiléptico, enfermedad común a muchos grandes genios de la historia.
Todo lo anterior se encarna- y me remito por fin a "Control"- en la excelente interpretación, casi mímesis, que del personaje hace Sam Riley, sobresaliente actor que debiera prodigarse más. Riley parece haberse especializado en papeles atormentados- su Sal Paradise/Jack Kerouac es de lo poco salvable en la muy discutible "On the road"-, a lo cual contribuye ese rostro suyo de púber problemático. El extraordinario trabajo de Riley no eclipsa las otras muchas virtudes que hacen de "Control" una obra notable, sin duda entre lo más interesante que arrojó la cosecha cinematográfica de 2007. Opera prima de Anton Corbijn, éste elude con habilidad la tentación videoclipera en que suelen incurrir cintas de pelaje similar, y entrega un sobrio "biopic" al que subyace una tensión contenida, una "terribilitá" semejante al canto insondable de Ian Curtis. El impoluto blanco y negro de su hermosísima fotografía embellece, más si cabe, una película elegante como el paradójico dandy que la protagoniza. En cuanto a su banda sonora, hecha casi integramente de los más representativos temas de la banda, induce las sensaciones contradictorias antes mencionadas.
Más allá de mi romántica querencia por aquel tipo de personajes, "Control" es una película hipnótica, impactante y, definitivamente, muy recomendable.
Carorpar
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