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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Romance. Drama Durante unas vacaciones estivales, Felicia y Charles tienen un apasionado romance, pero debido a una confusión de direcciones pierden el contacto. Cinco años después, en Navidad, Felicia vive en París con su madre y con su hija nacida nueve meses después de aquel verano. En su vida sentimental, Felicia duda entre Maxence, un peluquero, y Loic, un joven librero intelectual, pero es incapaz de comprometerse con ninguno de ellos porque no ... [+]
20 de diciembre de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Enésima prueba del talento de Éric Rohmer para tenernos pegados a la pantalla en la contemplación gozosa de una sólo aparente nada —y alguna que otra nínfula en bikini; aunque aquí menos, no suele estar el tiempo de París en invierno como para andar en paños menores—. Dije “sólo aparente nada” porque, pese a esa despreocupación tan característica, naturalista y casi documental, así como el aire amateur de sus repartos, o tal vez gracias, precisamente, a todo ello, en cada una de sus películas pone al descubierto el alma humana con una veracidad de la que carecen proyectos de mayores ínfulas formales e interpretativas, en cuantas acepciones se le quieran dar a este último adjetivo.
Nadie como Rohmer ha sido capaz de retratar ese “amour à vingt ans” al que otros coetáneos suyos, entre ellos Truffaut y Wajda, dedicaron una irregular antología en 1962. En “Cuento de invierno”, dicho sentimiento, paradójico e intenso, efímero como la propia juventud, sirve de prólogo a una historia ciertamente más lóbrega que las posteriores dos entregas de sus cuatro estaciones: “Cuento de verano “ (“Conte d´été”, 1996) y “Cuento de otoño” (“Conte d´automne”, 1998). En efecto, asistir a la caprichosa indecisión de su protagonista —maravillosa, por otra parte, Charlotte Vêry— llega a tornarse una experiencia desesperante; si bien, supongo que se trata de un efecto buscado, toda vez que nos permite empatizar con sus pacientísimos amantes, beatífica madre y angelical hijita hasta niveles próximos al dolor físico. Todos hemos tenido un inolvidable amor de mocedad —o no, y lo lamento mucho por quien constituya la excepción a mi osada regla—, del mismo modo que en la vida de todo el mundo hay, hubo o habrá una persona tóxica de la que conviene librarse lo antes posible; aunque tal toxicidad no sea culpa suya o no forme parte indeleble de su carácter, sino que venga causada por unas circunstancias poco favorables. Pues bien, eso mismo resulta ser el personaje de Félicié para quienes la rodean.
Hay que tener valor, o una carrera muy consolidada, para erigir un film sobre cimientos tan poco convencionales. Y más aún salpicarlo de sentencias de Pascal y de Platón, largas disquisiciones sobre la metempsicosis y un asimismo prolongado extracto del homónimo “Cuento de invierno” de Shakespeare. Hay que ser, en fin, Éric Rohmer. Genial viejo verde, eternamente joven y autor de una de las cinematografías más personales de la historia del séptimo arte.
Carorpar
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