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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
7,3
1.263
Documental Documental sobre la homosexualidad en el cine, dirigido por el experto documentalista Rob Epstein (poseedor de 2 Oscar) y Jeffrey Friedman (cineasta, productor y ayudante de montaje de, entre otras, "Toro Salvaje"). (FILMAFFINITY)
5 de junio de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine, así como, salvo excepciones, cualquier manifestación artística con voluntad militante, suele causarme una pereza insalvable. Porque tengo la sensación —o llámenlo prejuicio— de que las películas tildadas de “necesarias” agotan sus posibilidades en dicho adjetivo, antojándoseme discutible su valor más allá de él, cuando no —con perdón del cinismo— la supuesta “necesidad” un subterfugio legitimador de la impericia de sus responsables. Habida cuenta de lo anterior, reconozco haber albergado numerosas precauciones cuando me dispuse a ver “The Celluloid Closet”. Ni que decir tiene que éstas se desvanecieron ya en los créditos iniciales, con ese ramillete de imágenes cosechadas a lo largo de cien años y que conforman una encantadora entradilla para el ensayo, interesantísimo, al que vamos a asistir.
“The Celluloid Closet” hace un recorrido histórico por, de un lado, la mayor o menor presencia de la homosexualidad en la gran pantalla, sobre todo en los films “made in” Hollywood, y, de otro, el modo en que se la ha venido presentando, con la aprobación y vigencia del código Hays como punto de ruptura. El testimonio gráfico recopilado es ingente y jugosísimo, pues abarca desde las probaturas de pioneros como Thomas Edison —de hecho, co-creador del nuevo arte junto a los hermanos Lumière, merced a su invención del quinetoscopio— hasta la aclamada “Philadelphia” (ídem, 1993), pasando por “peplums” icónicos tales que “Spartacus” (Espartaco, 1960) o “Ben-Hur” (ídem, 1959). Respecto a la cual, es oro puro la anécdota que cuenta Gore Vidal acerca de cómo él y William Wyler, su director, hubieron de ocultarle a Charlton Heston los verdaderos sentimientos del Mesala encarnado por Stephen Boyd hacia el personaje de aquél, lo mismo que la impagable imitación que del propio Heston nos regala.
Hilarante también resulta la desesperación con que, en “Gentlemen Prefer Blonde” (Los caballeros las prefieren rubias, 1953), Jane Russell busca plan con una muchedumbre de culturistas que, contra todo pronóstico —o quizá no tanto—, pasan olímpicamente de su opulento escote. Y llama la atención el contraste, brutal, entre los entrañables diálogos de Stan Laurel y Oliver Hardy y las bizarras escenas extraídas de “Cruising” (A la caza, 1980).
En fin, los ejemplos citados son sólo una pequeña muestra del variopinto material con que Rob Epstein y Jeffrey Friedman ilustran su tesis. Definitivamente, argumentaciones tan brillantes —no por ello menos amenas— me invitan a reconsiderar mi desconfianza hacia las cintas de denuncia. Nunca es tarde, dicen.
Carorpar
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